«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El escritor alemán que prohibió a los nazis publicar sus textos

La literatura alemana del siglo XX se escribe con J de Jünger. Si hubiese nacido en el siglo I de nuestra era, hubiese luchado a las órdenes de Arminio contra las legiones de Roma en el bosque de Teutoburgo. De haberlo hecho en el siglo XVII, lo encontraríamos liderando a las tropas de Jan III Sobieski y Carlos de Lorena contra los turcos en Viena. La valentía en él fue un culto, tal vez el único que profesó hasta su conversión tardía -ya muy mayor- al catolicismo. Por su vida había pasado todo el siglo XX.

Ernst Jünger (1895-1998) nació con el viento a favor. Hijo de una familia acomodada, se rebeló contra la generación de sus padres. Era el espíritu del tiempo: el imperialismo, el colonialismo, la búsqueda de la aventura y la paz armada que conduciría a la I Guerra Mundial. Jünger quiere aventuras. Propugna una vuelta a la naturaleza de bosques y selvas, una experiencia que inspirará su texto “La emboscadura”, una crítica a la sociedad burguesa a la altura de “Walden” de H. D. Thoreau. Se enrola en la Legión Extranjera a los 18 años. Lo destinan a Argelia. Su padre influye para que las autoridades alemanas lo repatríen porque es un menor de edad. Se escapa a Marruecos. Siente la pasión de África. Uno lo imagina bajo el cielo infinito del desierto escuchando el silencio. Han sido solo seis meses de aventura pero esta vitalidad juvenil lo acompañará para siempre.

El 28 de junio de 1914 el joven serbio de Bosnia Gavrilo Princip mata al archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austrohúngaro, y a su esposa Sofía en Sarajevo. Viena ve la mano de Belgrado tras el magnicidio. Exige satisfacciones a Serbia, que no puede cumplirlas. En Europa ya sonaban tambores de guerra. El asesinato es la chispa que hace estallar el polvorín. El Imperio de los Habsburgo declara la guerra a Serbia el 28 de julio de 1914. Entran en juego las alianzas tejidas entre 1882 y 1904. El Imperio Alemán moviliza a sus ejércitos. Jünger se alista el 1 de agosto. La guerra acaba de estallar tres días antes y este joven de 19 años corre a su encuentro.

La experiencia del heroísmo, el culto al valor y el desafío a la muerte serán grandes temas de la literatura de Jünger. Todo lo conoció en los campos de batalla de Europa. Lo hieren en abril de 1915. Mientras se está recuperando, se alista como oficial y en noviembre de 1915 lo encontramos de teniente. Lo hieren una segunda vez. Después una tercera. Este muchacho no deja de acometer y buscar al enemigo. En enero de 1917 -sin tener apenas 22 años- gana la Cruz de Hierro de Primera Clase.

¿Puede la guerra ser bella? Jünger lo cree. Recuerde el lector que el pacifismo -inspirado desde los partidos comunistas europeos para detener la guerra entre pueblos y dar prioridad a la lucha de clases- este pacifismo, digo, ha fracasado. Los jóvenes europeos se están matando en los campos de Francia, Bélgica, Ucrania, Rusia. Jünger describe la pulsión vital que palpita en el combate. Teme más al deshonor que a la muerte. Habiendo estado en la Legión Extranjera francesa, merecería haber sido legionario español. Jünger tiene como novia a la muerte. Lo alcanza un disparo y un trozo de metralla en la batalla de Cambrai (1917). Le pegan sendos tiros en el pecho y la cabeza en Favreuil. Termina la guerra con siete heridas. Parece inmortal. Recibe la condecoración “Pour le merite”, la más alta que concede el Imperio. Solo se han dado once más a oficiales de su rango. Es un héroe.

Pero los héroes no pudieron salvar al Imperio Alemán de la derrota.

Durante sus años de guerra, Jünger escribió unos diarios que le sirvieron como base para su primera gran obra: “Tempestades de acero” (1920). En español, la traducción está en Tusquets. Quien espere una descripción llorosa de los desastres de la guerra mejor que no lo lea. El libro es un canto a la milicia y su espíritu: el patriotismo, el heroísmo, la camaradería: “La guerra nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado sobre floridas praderas en las que la sangre era el rocío”. Jünger rescata la virtud del valor por encima de todo. A diferencia de Remarque, que escribe literatura pacifista sin tener apenas experiencia de la guerra, Jünger escribe desde el corazón de la trinchera. Cuenta la espantosa marcha hacia el Somme. Describe el valor individual y el compañerismo de unos jóvenes hermanados por el coraje ante la muerte. ¿Qué se siente antes del combate? “Uno tiene la sensación de vacío en el estómago, charla con los jefes de pelotón, procura hacer chistes, corretea de un lado para otro como antes de un desfile, ante el mando supremo; en suma, intenta estar ocupado lo máximo posible para escapar del pensamiento taladrante”.

Alemania está sumida en la conmoción de la derrota, el trauma de la ruina y la culpabilización, la humillación del Tratado de Versalles. Desmovilizan a Jünger en 1923. Vuelve al interés por la naturaleza y se hace entomólogo. Escribe en la prensa de derecha. Es nacionalista. Rechaza la democracia -quizás sería mejor decir que la detesta- y propone un modelo social de trabajadores, guerreros y estudiosos. Detesta el igualitarismo. Los nazis lo cortejan. Le ofrecen un escaño en el Reichstag en 1927. Jünger lo rechaza. Se va distanciando del partido de Hitler. El Völkicher Beobachter – el periódico del partido nazi- lo ataca porque Jünger se opone al etnicismo político de la doctrina de la sangre y el suelo. Cuando Hitler accede al poder en 1933 vuelven a ofrecerle un escaño. Lo rechaza de nuevo. En 1934 prohíbe al Völkischer Beobachter publicar sus escritos. Se niega a hablar en la radio de Goebbels. Es, sin duda, un nacionalista radical, pero no se siente identificado con los nazis. ¿Y el antisemitismo? Hay controversias. Por un lado, hay palabras suyas de evidente rechazo a los judíos. Por otro, aboga por la asimilación -lo que lo distancia del antisemitismo biológico de los nazis- o por la emigración a Palestina. De sus textos parece entenderse más el rechazo de la cultura burguesa -que Jünger vincula a los judíos alemanes emancipados- que el racismo cientificista de los nazis. Él y su hermano abandonan la organización de veteranos a la que pertenecen cuando sus miembros judíos son expulsados.

Jünger describió en su novela “En los acantilados de mármol” el ascenso y la caída de una sociedad rural que podría identificarse con la Alemania que él idealiza. La desaparición -habría que decir “destrucción”- de los valores tradicionales termina precipitando la llegada de una tiranía fundada en la tortura y el asesinato. Es inevitable ver en el texto una parábola sobre la Alemania del III Reich.

Hay mucho más que contar sobre Jünger. Es capitán en la Wehrmacht. Lo destinan a París, donde conoce a Picasso. Sigue escribiendo. Su “Diario de guerra y de ocupación (1939-1948)” comprende todo ese periodo y la inmediata posguerra. Frecuenta la amistad de Braque. Visita la tumba de Verlaine. Lee a Gide. Este periodo de la vida de Jünger podría dar para otra columna. Ya no es el joven de la Primera Guerra Mundial. Se pregunta por otras cosas aunque conserva la vitalidad y la fuerza de antaño. Ha visto lo que es el nazismo. Sirve en el ejército con lealtad porque es un patriota, pero se rodea de los viejos militares de la escuela prusiana. Hay quien ve en él un inspirador del complot de Stauffemberg de 1944. Quizás es llevar las cosas un poco lejos pero, sin duda, muchos pensaban como él y despreciaban a los advenedizos y mediocres que habían medrado gracias al partido nazi. En 1944, lo retiran del servicio activo.

En la posguerra, Jünger se niega a pasar por los procesos de desnazificación. Se le castiga con una prohibición de publicar en Alemania durante cuatro años. Sigue escribiendo pero se aleja de la política. En la Guerra Fría, la visión del mundo de Jünger suena casi exótica. El mundo se debate entre un modelo comunista y otro liberal capitalista. Se sospecha de él. Sus textos de juventud se leen en ese momento con otros ojos. El mundo ha cambiado tanto que incluso el vocabulario se convierte en una barrera. En un tiempo de pacifismo, Jünger no tiene encaje.

Sin embargo, en 1950, es rehabilitado. Su obra se publica. La derecha conservadora alemana ve en él un referente de aquellos que se consideraron patriotas sin condescender a la barbarie de los nazis ni abrazar el comunismo. En una Alemania dividida, Jünger viene de otro tiempo.

Así, seguimos leyendo a Jünger hoy. Su vida y su obra siguen nutriendo artículos de investigación y monografías. Su voz resuena de un modo distinto. El campo semántico de sus textos -la patria, el valor, la guerra y la muerte- parecen de mal gusto en un tiempo de pacifismo y emotividades. El heroísmo se compadece mal con las experiencias pasajeras y el culto a la imagen. No querría parecer exagerado: hay muchas cosas de Jünger que no me gustan; por ejemplo, sus textos sobre la cuestión judía. Sin embargo, creo que su obra rescata, con autenticidad, valores que son necesarios en la Europa de nuestro tiempo: el valor, la decisión, el heroísmo, la lealtad a las propias convicciones y el coraje de desafiarlas.

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