«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Esparza, Weaver y la hegemonía del niño malcriado

Mucho se ha escrito analizando los resultados de las últimas elecciones europeas y con mayor o menor acierto. Creo que es difícil añadir mucho más a lo que escribió José Javier Esparza en su artículo titulado “¿Un país de izquierdas? Preguntad en el PP”. Caben matices, por supuesto, pero me parece que acierta en lo esencial cuando señala que:

  • La dirección del PP ha decidido, desde hace mucho tiempo, no ofrecer batalla “frente a la hegemonía mediática e ideológica de la izquierda”.
  • Las políticas concretas del gobierno no son como para levantar grandes entusiasmos entre su base electoral natural. Tal y como señala Esparza, entre otras cosas, ha subido los impuestos, ha flagelado a las clases medias, ha consolidado la legislación antifamiliar de Zapatero, ha confirmado la politización de la Justicia, no ha reformado la enseñanza en el sentido de una mayor libertad, ha mantenido el matrimonio homosexual, no ha dictado normas capaces de aliviar la marea de corrupción que nos anega, ha sido incapaz de reformar la ley del aborto. En definitiva, “ha hecho exactamente lo contrario de lo que una parte sustancial de sus votantes esperaba”.
  • En cambio, con esa miopía característica de nuestra derecha, lo que sí ha hecho el PP ha sido reforzar a la izquierda mediática. Entre otras cosas, “ha salvado la vida (literalmente) del grupo Prisa. Ha salvado la vida (también literalmente) de La Sexta. Ha promovido que el panorama audiovisual se concentre en torno a dos únicos grupos -Telecinco-Mediaset y Atresmedia-Antena 3- cuya orientación ideológica e informativa no es para nada proclive a posiciones conservadoras, nacionales o liberales, mucho menos a posiciones católicas”.
  • Por último, señala Esparza, “el PP ha conseguido que el peso de la izquierda en la vida social sea apabullante y que la extrema izquierda, la más sectaria, la menos democrática, la más peligrosa para las libertades de las personas y las familias, se convierta en nueva protagonista de nuestro escenario político”.

¿Se puede añadir algo más a este certero análisis? Lo intentaré.

Me parece que se pueden señalar tres puntos para completar el panorama de la situación que vivimos:

  1. Creo que no podemos pasar por alto la realidad de nuestro país. Llevamos décadas diciendo que una serie de tendencias destructivas nos iban a afectar gravemente. Cabe la hipótesis de que, finalmente, esas tendencias ya sean una realidad. ¿O es que los más de 100.000 abortos anuales no han acabado por conformar un país en el que esta tragedia se banaliza? ¿O es que los también más de 100.000 divorcios al año no tienen impacto en el modo de contemplar la vida y la política de muchos de nuestros compatriotas? ¿O es que nuestro liderazgo en el consumo de cocaína y cannabis no repercute en las opciones políticas de los electores? Estas profundas transformaciones implican que haya cada vez más gente reacia a votar a quienes de modo más o menos abierto censuran este tipo de comportamientos y, por el contrario, encantada de votar aquellas opciones políticas que toleran, cuando no apoyan, el estilo de vida que después se plasma en esas estadísticas y otras que podríamos añadir.
  2. En lo referente al “voto católico”, lo cierto es que ni está ni se le espera. Alguna reflexión debería provocar esta realidad. Por ejemplo, ¿cómo es posible que una televisión propiedad de la Conferencia Episcopal Española se haya convertido en el altavoz de Pablo Iglesias y sus diatribas contrarias a las enseñanzas de la Iglesia católica? Más de un tercio de los niños españoles estudian en colegios católicos, un porcentaje muy superior al de países de nuestro entorno como Italia, Francia y Portugal; ¿se nota en algo? (en algo bueno, me refiero).
  3. Por último, el comentario de un amigo me ha hecho desempolvar un libro de hace unos años. El comentario era de la madre de este amigo, quien le dijo que en España no tenían futuro propuestas basadas en la libertad y el esfuerzo, que lo que quería la gente era vivir del subsidio. Coincide con el comentario de otro amigo, que se hacía eco de la respuesta de un alumno de 12 años ante la pregunta de qué quería ser de mayor: “Cuando pueda me meto en una escuela taller con una ayuda y luego a vivir del paro”. Estos comentarios me trajeron a la memoria el capítulo “Psicología del niño malcriado”, sublime, del libro de Richard M. Weaver, Las ideas tienen consecuencias, publicado en 1948. Me parece que es profético y que disecciona perfectamente la España de hoy en día.

Escribía Weaver que la psicología de las masas urbanas es la de un niño malcriado: “Los científicos lo han llevado a creer que no hay nada que no pueda saber, los falsos propagandistas le han dicho que no hay nada que no pueda poseer”, y más adelante, “se le han dado suficientes motivos para pensar que basta con reclamar y quejarse para obtener lo que se le antoje, en lo que no pasa de ser una faceta más del imperio del deseo. Al niño malcriado no se le ha enseñado a comprender que puede existir alguna relación entre esfuerzo y recompensa. El niño quiere algunas cosas, pero tener que pagar por obtenerlas es manifiestamente un abuso o una expresión de mala fe por parte de sus dueños. Se han visto expuestos incesantemente a una falsa interpretación de la vida, y aunque podamos lamentarlo, difícilmente puede sorprendernos lo desproporcionadas que son sus exigencias”. Releyéndolo, no podía dejar de pensar en mis conciudadanos y en el exitoso programa de Podemos.

Cuando aparecen dificultades, sigue Weaver, “como esto es algo que no figuraba en el contrato original, sospecha la intervención de una mano maligna y se da a la infantil tarea de culpar a otros individuos de cosas que son inseparables de la condición humana”. Ésa, y no otra, ha sido la reacción de muchos ante la crisis.

Y acababa Weaver diciendo que “la lección que el hombre aprende en esta escuela es que el mundo está en la obligación de garantizarle la vida a la que cree tener derecho”. Retrato fiel de los indignados patrios. Y una última advertencia: señala Weaver que un pueblo malcriado requiere un poder despótico. Estamos avisados.

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