«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Novias del mundo, adorad a Ivy, de Gran Hermano

Partimos, querido lector, de una base: todo lo que lea a continuación puede ser mentira, no porque nosotros queramos engañarle sino porque de eso, de la mentira, va la última edición de Gran Hermano, estrenada este domingo. 

Pero en Gaceta.es somos gente de buena fe y por eso hemos decidido creernos lo que el programa nos ha dicho que es verdad y dar por falso lo que el programa nos ha dicho que es mentira. ¿Nos la habrán colado? ¡Oh my God!

Al fin y al cabo, qué circo que se precie no tiene unos cuantos trucosporaquí, trucosporallá… Comentemos lo que vemos que ya es bastante. Porque lo de este domingo… lo de este domingo no tiene perdón de Dios… o sí. Les cuento: 

Resulta que una chica, muy mona, que atiende al nombre de Ivy, entra en la casa de Gran Hermano –para los jóvenes de ahora eso es mejor que graduarse en Harvard, pero no nos desviemos del asunto- decidida a vivir una experiencia inolvidable… sola. Pone un pie en la casa y, ¿con qué se encuentra? Con un panorama: su novio desde hace “casi dos años”, Carlos, la espera al otro lado de la puerta con un anillazo de compromiso y una boda a traición que todavía no sabemos si Ivy se cree o no se cree, pero por la que ha pasado casi sin enterarse. Vamos a ver, vaaaaaaaaamos a ver.

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Vale que Gran Hermano se dedique a comprar intimidad a golpe de sueldoreality como si nada; vale que consiga hacer que hombres, mujeres –y este año hasta bebés, que ahora vamos a eso- conviertan su vida en una tramoya para engordar las cuentas de Mediaset y ellos tan contentos; vale que haya miles de miles de trillones de megamillones de seres humanos dispuestos a arruinar su reputación, separarse de su marido o mujer, romper con su novio de toda la vida, figurar ante toda España recién levantado, llorando, lavándose los dientes, comiendo, durmiendo, bebiendo, resaqueando…por convertirse en grandeshermanos famosos… vale. Pero lo de casarse sin poder opinar ni del vestido, ni de la música, ni del maquillaje, ni del peinado y casi ni del novio…Eso de ver aparecer a unas señoras que parecen de Autopista hacia el cielo, que te lleven, que ‘manos arriba que te pongo un vestido’, que te sienten, que te peinen, que te lleven a una alfombrilla-altar… Hombre, ¡eso no!

La pobre Ivy, sin comerlo ni beberlo, se ha convertido en heroína, ídolo, auxiliadora de las novias de España y del universo entero. A partir de ahora, boda que salga mal, novia a la que se podrá decir: «acuérdate de la de Gran Hermano, esa fue peor». Y se le pasa el disgusto. 

¿Y si Ivy no es muy de gasas? ¿Y si prefería un vestido de corte imperio? ¿ Y si, en lugar de coronita de flores ella quería el típicovelodetodalavida? ¿Y si es más de country que de góspel? ¿Y si ella quería decir ‘no, no quiero’ en lugar del lánguido sí? Que no, hombre, que no. Que una boda así, a traición, no se hace. Y ni Gran Hermano ni niño muerto. 

Con este arranque, todo lo demás que nos regaló Gran Hermano se vio como en neblina, como en un sueño, quizá por las lágrimas que corrían el rostro de cualquiera con un mínimo de sensibilidad, llorando por el bodón que le habían encasquetado a la pobre chica. 

Y luego llegamos a la concursante mamá. No nos gusta nada, pero aquí nos ponemos serios. Si lo mejor que puede/sabe/quiere hacer Telecinco para defender –dar visibilidad, se dice ahora- a las mujeres madres, a las madres solteras, a las madres jóvenes… Si lo único que va a hacer Telecinco para apostar por la maternidad es encerrar a una joven primeriza que todavía –su bebé tiene 20 días- está recolocando la cabeza, las hormonas y el cuerpo en una casa con cámaras y dejar a su hijo al cuidado de una babysitter desconocida las 24 horas del día –con la magnánima concesión, eso sí, de que la joven madre pueda ver a su bebé cuando quiera-. Si eso es todo lo que va a hacer, ojalá esto de que en Gran Hermano 16 nada es lo que parece sea verdad y sólo sea, al final, el mismo circo de siempre: sin bebé y sin cutreboda. 

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