La suerte de los ocho exconsejeros golpistas y de los líderes de la ANC y Òmnium Cultural, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, está echada.
Al calor del final del verano, las fuerzas nacionalistas acuñaron la expresión ‘la revolución de las sonrisas’ para publicitar en los medios de comunicación el intento de golpe de Estado y la alegría del procés frente a la teórica opresión del Gobierno de Mariano Rajoy. Los días fueron pasando y la realidad se abrió paso. Ni existía tal revolución -los líderes separatistas admitieron después que todo había sido un teatrillo- ni las protestas eras pacíficas.
Este fin de semana, los nacionalistas fueron un paso más allá. Una familia de Barcelona había colgado la bandera de España en su balcón cuando, en plena noche, le sorpendieron las llamas provocadas por el lanzamiento de un cóctel molotov. Uno de los vídeos más virales desde el pasado mes de septiembre es el de un ciudadano ruso que advertía de las consecuencias del procés: “Pronto tendréis aquí las armas. No tenéis ni puta idea de lo que pasó en Rusia”. Ya estamos más cerca.
La suerte de los ocho exconsejeros golpistas y de los líderes de la ANC y Òmnium Cultural, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, está echada. El juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena decide acerca de su puesta en libertad y comunicará a lo largo de la mañana si les mantiene en prisión incondicional o, en cambio, les exige el pago de una fianza para abandonar la cárcel, tal y como decretó para la presidenta del Parlamento catalán, Carme Forcadell.
Obama y lo que de verdad ocurrió en Libia
La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca vino acompañada de un fenómeno mediático sin precedentes. El demócrata venía a sustituir a George Bush y triunfó en la campaña con promesas como el cierre de Guantánamo o la salida de las tropas de Irak. Sus efusivos discursos le valieron el denostado premio Nobel de la Paz y pronto se evidenció que sus intenciones eran bien diferentes. Mientras defendía la integración de los inmigrantes irregulares, batía récords de deportaciones y alentaba las Primaveras Árabes en Oriente Medio.
Apoyó a los rebeldes contra Muamar Gadafi y convenció a la OTAN para que bombardeara la caravana que finalmente terminó con la vida del tirano. Los vientos de cambio en la zona pronto se apagaron y el país desapareció. Hoy Libia no existe, pero tampoco lo hacía ayer aunque la prensa internacional guardara un conveniente silencio. Las imágenes de los mercados de esclavos son intolerables y las medidas de la ONU no parece que vayan a solucionar la situación.
Mientras tanto, Obama continúa impartiendo millonarias conferencias alrededor del mundo para contar su experiencia como presidente de los Estados Unidos sin rastro de autocrítica ni mínimo arrepentimiento.