«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Este museo cumple 75 aƱos

El Museo de América cumple el próximo 19 de abril 75 años, así que hoy toca vestirse de gala y ponerse en pie para brindar. Lo creó un Decreto de esa fecha en 1941. Imagínense aquella España en plena posguerra, aquella Ciudad Universitaria en la que se había combatido cuerpo a cuerpo durante una guerra fratricida. De vez en cuando, todavía aparece algún proyectil cuando se excava por la zona. En Europa, el avance del III Reich parecía inevitable. Aún no se había lanzado la Operación Barbarroja contra la URSS. Madrid era un nido de espías y conspiraciones. España estaba desangrada, exhausta y hambrienta.

Evoquen esos años porque, en aquel tiempo de penuria, se fundó este Museo que alberga colecciones prodigiosas. Deberíamos mirar mÔs al pasado para comprender quiénes somos. No venimos solo de la tragedia infinita de la Guerra Civil, sino que nuestra historia se remonta a dos mil años atrÔs y tiene escritas en América pÔginas memorables. Este legado de siglos de descubrimientos, encuentros, guerras, tesoros, templos y fortalezas, manuscritos, momias, petroglifos, dioses, mujeres y hombres iba a exhibirse ahí, en este lugar en cuyas inmediaciones los españoles se habían matado unos a otros.

El edificio –cuyo estilo neocolonial recuerda las iglesias de la AmĆ©rica EspaƱola y Portuguesa con su aire barroco- el edificio, digo, se lo encargaron a los arquitectos Moya y Feduchi. Los trabajos comenzaron en 1943 y para 1954 estaban terminados. AsĆ­ terminaba un periplo que habĆ­a comenzado nada menos que en 1572, cuando Francisco de Toledo, virrey del PerĆŗ, propuso al rey Felipe II la creación de un museo con piezas indĆ­genas. No abundarĆ© en la historia, que ha narrado Paz Cabello Carro. Baste seƱalar que era la culminación de un proceso que pretendĆ­a dotar de sede a unas colecciones espectaculares. HabĆ­a pasado por los palacios de los reyes, el Real Gabinete de Historia Natural y el Museo Arqueológico Nacional, donde tan feliz soy. Por fin, habĆ­an llegado a su destino: un museo dedicado a AmĆ©rica en la capital de EspaƱa.

Ā”Y quĆ© colecciones! Cuando sientan nostalgia del Museo BritĆ”nico, vengan al de AmĆ©rica para aplacar la pena y recobrar la alegrĆ­a. La colección precolombina es admirable. El que no ha visto el tesoro de los Quinbayas, no sabe cómo brilla de verdad ese oro ni puede vislumbrar los misterios del mundo de ultratumba. El estado colombiano se lo regaló a la Corona en 1892 y ahĆ­ lo tienen para asombro y maravilla del visitante. Estos caciques –cuatro hombres y dos mujeres- nos miran desde el mĆ”s allĆ”, adonde habĆ­a de acompaƱarlos este ajuar fabuloso.

Mi madre me ha enseƱado a amar y admirar las culturas amerindias. De su mano descubrĆ­ el quechua y el nĆ”huatl. Ella me enseñó a pronunciar los sobrecogedores nombres de aquellos dioses que hacĆ­an la guerra, brindaban el calor o traĆ­an la lluvia: Huitzilopochtli, HuehuetĆ©otl, TlĆ”loc… Ā Traten de imaginar a Bernal DĆ­az del Castillo contemplando TenochtitlĆ”n y el Templo Mayor. De este museo, me gusta especialmente la Chalchiuhtlicue, diosa azteca de la lluvia y el agua. Cuyo nombre significa ā€œla de la falda de jadeā€. TambiĆ©n a YemanyĆ”, la orixĆ” del mar, la representan sus fieles con una falda.

Ahora bien, no todo son piezas precolombinas. Los espaƱoles llevaron a AmĆ©rica todo un modo de vida. AllĆ” fueron los conquistadores y los pintores, los mĆŗsicos y los misioneros, los mĆ­sticos y los guerreros. Vean este biombo bellĆ­simo del Palacio de los Virreyes de MĆ©xico e imaginen el esplendor y la riqueza de la Nueva EspaƱa, que comerciaba con Europa y Asia gracias a unos galeones que transportaban tesoros desde China y Filipinas hasta Sevilla. Ante ustedes desfilarĆ”n los tipos populares de Quito tal como los pintó Vicente AlbĆ”n en el siglo XVIII. AquĆ­, en este Museo de AmĆ©rica que tanto dice sobre EspaƱa, podrĆ”n encomendarse a la protección de San Miguel ArcĆ”ngel, jefe de los ejĆ©rcitos celestiales y vencedor de demonios y dragones. AquĆ­ estĆ” victorioso tallado en este alabastro peruano llamado piedra de Huamanga. DetĆ©nganse un instante en las alas doradas abiertas como para alzar el vuelo. QuĆ­tense el sombrero y recójanse un instante para ver pasar la comitiva del virrey Diego Morcillo que estĆ” entrando en la Villa Imperial de PotosĆ­, la ciudad de la plata. Lo pintó HolguĆ­n en 1716 y, como Ouro Preto en el Brasil –la antigua Vila Rica- nos maravilla ā€œgrandeza tamaƱaā€.

No se detengan aĆŗn mĆ”s que para tomar resuello. Hay que ver las armas, los escudos, las maracas, los tambores, las mĆ”scaras de la colección etnológica. SĆ­, sĆ­, no sirven excusas de cansancio ni prisa. AquĆ­ estĆ”n las maracas de los tlingit de Alaska con las que los chamanes invocan a los espĆ­ritus. En estas vitrinas podrĆ”n contemplar los pendientes de los shuar del Ecuador –allĆ” en el Oriente amazónico- o los pectorales de los mapuches de Chile. En cada sala de esta casa que cumple ahora 75 aƱos aguarda un tesoro de misterio y asombro.

Un museo, en Grecia y Roma, era un templo de las musas. Las tres mÔs antiguas -a las que, según Pausanias, se adoraba en el Monte Helicón de Beocia- son Meletea, la musa de la meditación; Mnemea, la de la memoria y Aedea, la de la voz. Deberíamos visitar mÔs a menudo este museo para meditar sobre quiénes somos y recordar la voz y el relato de España en el mundo. Esta historia de dos mil años tiene jornadas tristísimas y episodios luminosos. Las navegaciones ultramarinas, el mestizaje, el esplendor virreinal y las guerras de conquista, todo ello estÔ en este museo para recordarnos de dónde venimos, que es el primer paso para decidir a dónde dirigirnos.

En EspaƱa, por desgracia, se estudian poco las cosas de AmĆ©rica en la primaria y la secundaria. Salvo el descubrimiento –y eso con cierta superficialidad por la aceleración de los programas de estudio- casi nadie dedica tiempo a la majestad de las civilizaciones precolombinas, a la belleza de su arte y a la profundidad de su visión del mundo. El espaƱol de las jarchas y las glosas, sobrevivirĆ” gracias a los mexicanos Reyes y Rulfo, a los argentinos Borges y CortĆ”zar, a los colombianos Cuervo y GarcĆ­a MĆ”rquez, al paraguayo Roa Bastos, al chileno Neruda, a los cubanos Lezama Lima y Carpentier y a los millones de americanos que hablan, aman y rezan en esta lengua universal. Ya decĆ­a JuliĆ”n MarĆ­as que un espaƱol en AmĆ©rica jamĆ”s es ā€œextranjeroā€ sino solo ā€œforasteroā€.

Esto fueron las EspaƱas. De aquƭ viene la EspaƱa de hoy, que mira a cuatro continentes desde la altura de su historia.

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Felicidades al Museo de América en su 75º aniversario. 

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