«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La pobreza en el mundo y el optimismo antropológico del liberalismo de todo tiempo

Puntualizaciones necesarias.

No me he parado a estudiar el tema en profundidad, y si lo hiciera, seguro que desenmascaraba en su totalidad las mentiras liberales sobre el tema de la reducción de la pobreza en el mundo y las conclusiones fortuitas posteriores que sentencian. Aunque no puedo llevar a cabo tal tarea, pues ellos están subvencionados por políticos o sustentados por empresas que les pagan para difundir sus engaños y yo no, y por lo tanto no dispongo del suficiente tiempo y dinero como para ello, no obstante, detrás de sus tan impactantes datos siempre apesta algo que huele muy mal, y en este caso, a priori, llaman cuatro cosas la atención:

1. El mismo dato que usan: Vivir con más de 1 dólar al día ya no lo consideran pobreza. ¿Realmente creen que con 1,5 dólares al día no se es pobre?

2. La información que se dejan en el tintero y la imprecisión de las estadísticas:Los mismos datos que recopilan (sin precisar los métodos) son incapaces de reflejar la realidad y ser precisos. ¿Cómo acceden a conocer la cantidad de ingresos con los que vive un africano en plena sabana, un indigente no registrado en los suburbios de las Vegas o decenas de familias en las chabolas de Río de Janeiro? Es imposible que lo sepan y lanzando estadísticas tan resueltas que los obvian parece que dan a entender que para ellos estos desasistidos «no son personas».

3. El problema de la divisa y el aumento de la imprecisión de los datos: No sólo es cuestionable la recolección de cifras sino su propio tratamiento. Es imposible sin generalizar y hacer graves reduccionismos el pasar, por ejemplo, los cefas guineanos o las libras sirias a dólares y establecer una «paridad de poder adquisitivo» con una lista de productos limitada que, además, se llega a distorsionar en gran medida si ya la contemplamos a nivel mundial. Este, además, es un problema que ya ha sido puesto sobre la mesa por bastantes economistas y ha hecho pasar apuros a los estadistas del Banco Mundial.

4. La causalidad inventada: Después de cantar unas cifras de cuestionable valor añaden su típica y machacona coletilla: «todo gracias al capitalismo». Este mantra siempre lo repiten y lo introducen en todas y cada una de sus intervenciones en las que dan datos positivos; cambiándolo por el de «todo por culpa del socialismo» cuando los mismos son negativos. Dejando a un lado esta infantilidad intelectual reflejo más de los prejuicios ideológicos que de la honestidad por la verdad, centrémonos en el tema del «capitalismo». ¿Realmente esto se sostiene? ¿Los Estados de hoy son más liberales y capitalistas que los de hace un siglo? Por aquel entonces un reconocido economista liberal, Joseph A. Schumpeter, ponía el «grito en el Cielo» augurando el colapso de los Estados al alcanzar éstos un gasto público por encima del 12% del PIB. Hoy los países han llegado al 45% y ninguno ha colapsado. De hecho, países como Alemania rozan casi el 50% y tiene una de las economías europeas más boyantes de la actualidad.

Corolario: Además de lo dicho, los católicos vamos un paso más allá de los materialistas liberales. Concebimos la pobreza no sólo material sino también espiritual. Antaño, los optimistas antropológicos del liberalismo rendían culto a la técnica y se pensaban más avanzados por poder viajar más rápido gracias al ferrocarril o contraer menos enfermedades gracias a las vacunas. Todo ese optimismo se vino a abajo tras las grandes guerras mundiales donde se demostró que la técnica por sí sola no bastaba para garantizar la prosperidad. Hoy sus vástagos siguen cacareando el éxito de la modernidad en los bienestares terrenales. Es verdad que antes había una televisión por hogar y hoy casi por persona, ¿pero de qué le sirve al hombre tener muchos televisores si los programas que ve a través de ellos son cada vez más basura y le empobrecen el alma? Es verdad que hoy en día hay más personas que tienen coches y más grandes con los que desplazarse y viajar, ¿pero de qué le sirve al hombre tener más espacio si no tiene una familia y unos amigos de verdad con el que llenarlo? Es verdad, también, que las tecnologías de la comunicación han permitido tener más «cerca» a las personas, ¿pero acaso no es verdad aquello que decía el Papa Benedicto XVI de que «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos pero no más hermanos»?

Efectivamente, frente a los liberales, los católicos siguiendo al Papa Juan XXIII, no olvidamos que «se debe atender a que al feliz desarrollo alcanzado en el nivel económico corresponda un no menor progreso en el campo de los valores morales, como lo requiere la dignidad misma del cristiano; más aún la misma dignidad humana. ¿De qué le serviría, en efecto, al trabajador conseguir mejoras económicas cada vez mayores y alcanzar un tenor de vida más elevado si desgraciadamente perdiese o descuidase los valores superiores del alma inmortal?»

Asimismo, pese las declaraciones de dichos apologistas de todo tiempo condenados también en todo tiempo, constatamos junto con el Papa Juan Pablo II que «ha entrado en crisis la misma concepción ‘económica’ o ‘economicista’ vinculada a la palabra desarrollo. En efecto, hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana. Ni, por consiguiente, la disponibilidad de múltiples beneficios reales, aportados en los tiempos recientes por la ciencia y la técnica, incluida la informática, traen consigo la liberación de cualquier forma de esclavitud. Al contrario, la experiencia de los últimos años demuestra que si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo»

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