«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Una protesta demasiado… benigna

Ha sido un éxito. La marcha “Cada vida importa” ha sido un éxito. No hubo, evidentemente, ese millón largo de manifestantes que la organización proclamó (nunca hay un millón en ningún sitio). Inversamente, se quedó corta la policía al calibrar en sólo 60.000 el número de los asistentes: a ojo de buen cubero, desde Colón hasta Ruiz Jiménez bulevares arriba, añadiendo un par de manzanas en los laterales de la Castellana, cabrán unas 100.000 personas, y casi todo estaba lleno. ¿Pongamos 90.000? Es la cifra más aproximada y, en términos reales, convierte a esta marcha en una de las convocatorias más multitudinarias que ha vivido Madrid en los últimos cinco años. Un éxito, pues.

También ha sido un éxito el que todas las organizaciones, asociaciones, plataformas y redes pro vida se hayan puesto de acuerdo para bajar a la calle a protestar: desde las independientes hasta las marcadamente eclesiales, desde las vinculadas al entorno del PP hasta las disidentes, desde colegios religiosos hasta las víctimas del terrorismo. El Gobierno Rajoy lleva tres años intentando denodadamente desmantelar a la derecha social. La marcha de este sábado demuestra que aún no lo ha conseguido. Alivio.

Hasta aquí, los éxitos. Y a partir de aquí, las decepciones. Aunque, para ser justos, habría que utilizar el singular: la decepción, que fue sólo una. ¿Cuál? El discurso de Benigno Blanco. De hecho, el único discurso que la organización permitió. ¿Y qué dijo Benigno Blanco? Que Rajoy se comprometió a una cosa y está haciendo otra. Que a la gente allí reunida le gustaría –eso sí, muy respetuosamente y previo pago de la correspondiente póliza- que cambiara de opinión. Que todos estarían muy contentos si Rajoy derogara la ley del aborto. Pero, vamos, que allí no estaban sólo para eso, sino, en general, para defender el derecho a la vida, que es cosa de la mayor trascendencia. Dicho sea con todos los respetos y sin intención de molestar. Y todo así. Es decir, el tipo de discurso que habría estado bien hace dos años, pero que a estas alturas, cuando el Gobierno ha manifestado bien clara su intención de mantener la ley Zapatero, resultaba perfectamente superfluo. Peor aún: tristemente superfluo.

Era para no creérselo. Como cuando uno abre una botella del mejor champán y el “pop” del tapón revela fatalmente que dentro ya no hay gas. Rajoy ha tomado el pelo a los pro vida, ha traicionado una promesa electoral, ha utilizado la ley del aborto para quemar a un enemigo político (Gallardón), ha venido a dar la razón a los socialistas, ha abierto el camino para que el Tribunal Constitucional vote ahora contra el recurso que el propio PP interpuso… y además, ha mantenido los gaymonios, la ley de memoria histórica, los talleres de educación afectivo-sexual en las escuelas, la ideología de género, etc. En suma, Rajoy y sus muchachos han venido orinando durante tres años consecutivos en la sufrida pechera de sus votantes. Y frente a eso, ¿qué nos decía Benigno? “Mariano, no sigas orinándonos encima, que a lo mejor cualquier día de estos nos vamos a enfadar”. Demasiado blanco y demasiado benigno. ¿Era eso lo que esperaba la gente que estaba allí? ¿Para eso se había echado a la calle? ¿Para un ovino balido con lejano deje de modesta discrepancia?

Benigno Blanco es un hombre del mayor relieve. Su combate por el derecho a la vida ha sido y es tenaz y rectilíneo. Es un tipo serio y cabal al que todos respetamos y queremos. Sin embargo, tal vez por cabal ha caído en esa gigantesca trampa que el PP de Rajoy y Soraya ha tendido a la derecha social española, a saber: “o nosotros o los rojos” (sí, sí: ¿de verdad alguien cree que el artificial auge de Podemos es casualidad?). Ahí, en ese cepo, andan muchos enviscados. Del discurso de este sábado se deduce que Benigno Blanco aún cree que Rajoy está contra el aborto. Debe de ser el único en España que cree tal cosa. “No somos cautivos de nadie”, proclamaba en mesurado tono mientras, al mover las manos, se escuchaba el tintineo de los gruesos grilletes que le atenazan. A él y a tantos otros. A demasiados. No, no incluyo en la nómina a los del PP que tuvieron el cuajo de asistir a la marcha: ellos no son los cautivos, sino los carceleros.

Decepción. Eso era lo que había en la mirada atónita de las decenas de miles de españoles decentes que allí se congregaban. Una amarga impresión de oportunidad perdida. A unos se les podía leer en la cara “otra vez será”. A otros, ni eso.

Tan modosa y tan de orden es la derecha social española, que ayer, con la Castellana cerrada al tráfico y el asfalto libre, la gente volvía a sus casas por las aceras y no por la desierta calzada. Como manda la urbanidad. Rajoy dormirá tranquilo.

 

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