«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Redescubrir a Miguel Ángel

Uno de los mayores problemas de Europa es el olvido de su propia Historia. En España, por desgracia, esto se ve agravado por la tergiversación o por la simple y llana invención. Cuando uno ignora de dónde viene, es difícil que sepa hacia dónde debe ir. Si añadimos la manipulación del lenguaje y el culto a lo inmediato y pasajero, la receta para el desastre está servida. Cada vez hay más reacción y menos reflexión. Así nos va en Europa y en España.

Debemos reaccionar y el primer paso es recuperar la memoria.

Tal día como hoy en el año 1564 falleció en Roma el gran Miguel Ángel Buonarrotti (1475-1564), uno de los personajes centrales para comprender, en todo su alcance, el legado prodigioso de la civilización occidental y su significado profundo para toda la humanidad. La reproducción infinita de sus esculturas y la popularidad de sus grandes frescos, la Capilla Sixtina y el Juicio Final especialmente, han centrado la atención en lo que Miguel Ángel pintó y esculpió.

Detengámonos un instante a pensar qué significa.

En la obra de este italiano formidable, se resume el espíritu de un tiempo: el Renacimiento. Desde luego, no fue el primer periodo de lucidez y vitalidad de nuestra civilización. Desde la caída del Imperio Romano de Occidente, Europa experimentó varios renacimientos que dieron frutos admirables en arte, filosofía, literatura… Roma había caído pero su idea seguía inspirando a los reyes medievales. El Sacro Imperio Romano Germánico reclamaba la legitimidad de los viejos césares. En Oriente, Bizancio brillaba y -durante algún tiempo- soñó con reconstruir la grandeza pasada.

Sin embargo, en las ciudades estado del norte de Italia, entre los siglos XIV y XVI, nuestra civilización alumbró un modo nuevo de concebir las relaciones entre el ser humano y el universo. Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494), un humanista extraordinario en un tiempo de genios, escribió el “Discurso sobre la dignidad del hombre” reclamando para el ser humano el puesto más alto en el orden de lo creado. Bebió de Aristóteles y Platón, de la Cabalá y la filosofía árabe, de la escolástica y el pensamiento judío, y alumbró este texto maravilloso que sienta las bases de una forma nueva de ver el mundo. Occidente es lo que es porque está fundado sobre la idea de que todo ser humano está dotado de una dignidad intrínseca de la que nadie puede privarlo.

Este ideal humanista, que prolonga el pensamiento medieval y lo enriquece con la mirada científica, se trasladará al arte de Florencia, Pisa, Padua, Roma. He aquí el mundo en que nació Miguel Ángel. El cuerpo humano simboliza en la tierra esa dignidad de la persona que la acerca al Creador. El humanismo da pleno sentido a la expresión del Génesis (1,26) “a Su imagen y semejanza”. Sin la tradición bíblica, sin su herencia de valores y principios -téngase fe o no se tenga- Europa es incomprensible.

Miguel Ángel esculpió el símbolo de Florencia: el Rey David. Vayan a la Academia en Florencia, a pocos pasos del convento dominico de San Marcos, y admiren a este joven que será rey. Cuando el escultor debe representar el poder de Florencia frente a sus rivales, no exhibirá a David con la cabeza cortada de Goliat, sino a un muchacho que se apresta a golpear a su enemigo con una piedra certera; solo una. Esto es Europa: la convicción profunda de que la inteligencia vence a la fuerza y el intelecto – basta una sola pedrada si es la acertada- derrota a la barbarie que representa Goliat.

El cuerpo humano es admirable y Miguel Ángel lo celebra como si fuese un templo o un palacio. Deberíamos recordarlo más a menudo. Sobre todo, cuando el presidente de la República Islámica de Irán visite un museo. Europa tuvo que batallar durante mucho tiempo contra los Savonarolas y los temerosos de la carne para que olvidemos ahora este pasado fabuloso.

No es la única escultura que debemos a este hombre que murió hace ahora 452 años. No tengo espacio para escribir sobre la Pietà Vaticana o la Rondanini. Me falta espacio para describir la mirada de Moisés o el Juicio Final. Tampoco es necesario.

Lo imprescindible es recordar, traer al corazón el significado profundo de Europa y su herencia. El humanismo ha hecho grande nuestra civilización. Hay que rescatarlo y volver a las raíces de Occidente para cobrar un nuevo impulso.

Hay que redescubrir a Miguel Ángel. 

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