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los niños siguen conociendo qué es la nieve

Los registros históricos muestran que la «emergencia climática» no es real

El Pico de La Maliciosa nevado (Madrid). Europa Press

El Parlamento Europeo acaba de aprobar la prohibición de la venta de coches de combustión interna (su coche, para entendernos) para 2030. Por el planeta. Porque estamos en plena emergencia climática por culpa de las emisiones de CO2 y otras y todos vamos a morir. Tal es la emergencia, que por ella nos piden que nos resignemos a ser más pobres y vivir sustancialmente peor, así como a ser controlados y vigilados y a renunciar a las libertades más comunes.

Nos lo llevan diciendo diciendo desde finales de los ochenta del siglo pasado, cuando al apocalipsis se le llamaba aún «calentamiento global», de modo que hoy lo sabemos todos, todos estamos muy concienciados y la joven generación hasta sufre de «ecoansiedad» y los más radicales reaccionan bloqueando carreteras y tirando sopa a obras de arte.

Solo que no es verdad. En este tiempo, la gran noticia es que lo que se anunciaba no está ni se le espera, que la tierra está más o menos como estaba y que no hay razón alguna para alarmarse. Ni para arruinarse, ni para renunciar a derechos que tanto nos ha costado conseguir. Porque esta es la historia de una gigantesca estafa en la que participan gobiernos e instituciones internacionales.

Los océanos no ha subido de nivel hasta tragarse las islas Maldivas y anegar las ciudades portuarias, como se nos amenazaba hace cuarenta años. El hielo del Polo Norte ahí sigue, para dolor de cabeza de los que buscan el Paso del Noroeste, siguen los glaciares, los niños siguen conociendo qué es la nieve, los huracanes y otras desgracias climatológicas se producen exactamente como antes, si acaso con menos frecuencia y menos víctimas, como cualquiera puede comprobar. Ni siquiera se ha producido una extinción significativa de especies vivas. Todo, en fin, se deja siempre para pasado mañana, como se viene haciendo en las últimas cuatro décadas.

Pero los «expertos» que viven de esto siguen predicando, con éxito creciente, el fin del mundo; siguen diciendo que, aunque ninguna de sus previsiones se ha cumplido, esta vez es de verdad, ahora sí tenemos que hacerles caso. El debate ha terminado, insisten. Pero, después de cuarenta años y un montón de medidas que nos han llevado a la actual crisis energética, es normal que los ciudadanos del planeta, lo que no estamos en la nómina del ICCP, exijamos alguna prueba concreta e indisputable de lo que venden.

El truco habitual (de los medios, más que de los científicos de verdad) es pretender que cada acontecimiento climático extremo que se produzca es de algún modo excepcional y resultado de las emisiones de su SEAT Ibiza. Cada huracán, cada sequía, cada inundación, es prueba incontrovertible del cambio climático. Pero, ¿lo son?

Veamos el caso de Estados Unidos, un país enorme y avanzado donde el seguimiento de los fenómenos es exhaustivo. Los huracanes, por ejemplo, uno de los cuales causó una devastación en Florida a finales de verano. Pues bien, los huracanes no han aumentado significativamente con respecto a antes de la supuesta emergencia climática. De hecho, su capacidad destructiva ha disminuido, así como su frecuencia. Lo mismo puede decirse de las grandes tormentas, todo en la línea de lo normal en el registro histórico.

Lo mismo puede decirse de las grandes inundaciones, cuyos daños, como se ven obligados a reconocer los climatólogos, han disminuido en todo el mundo. Lo que no significa que el fenómeno contrario, las sequías, sean ahora peores: las peores sequías en la historia reciente de los Estados Unidos ocurrieron en las décadas de 1930 y 1950 .

Pero siempre nos queda el núcleo de la teoría, el aumento de las temperaturas medias del planeta. Según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica norteamericana (NOAA), las temperaturas globales han aumentado menos de un grado centígrado en cien años, y basta, dicen, un aumento de 1,5 °C para desencadenar un evento de «punto de inflexión» que podría destruir la Tierra tal como la conocemos.

Solo que no hay ninguna prueba de que eso sea así, ni registros históricos que lo confirmen. En realidad, no se ha empezado a medir la temperatura con alguna fiabilidad sino desde 1880, un marco temporal ridículamente pequeño para llegar a conclusiones atendibles. En todo caso, los datos prueban que las emisiones de carbono provocadas por el hombre no tienen ningún efecto discernible sobre los fenómenos meteorológicos.

Incluso si tuvieran razón en todo –y ya vemos que no existe ningún indicio real–, daría igual. Occidente puede permitirse, hasta cierto punto, hacer experimentos porque (todavía) es rico, pero estos experimentos tienen muy poco efecto si gigantes como China o India siguen quemando combustibles fósiles a placer, cosa que van a hacer por la muy simple razón de que no quieren ser pobres eternamente.

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