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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Facebook, Cambridge Analytica y la información como base del poder

El conocimiento es poder. Comercial, naturalmente. Pero también político. Y esto es lo que asusta en el caso de Facebook: el enorme poder que le da su gigantesca base de datos.

Estados de todo el mundo creando costosísimas y complejísimas redes de espionaje, regímenes totalitarios estrujándose los sesos para encontrar el sistema perfecto con el que mantener vigilada a la ciudadanía y controlar todo lo que hace, y al final tiene que ser un joven universario quien dé con el método ideal: que sean los propios ciudadanos los que se apunten para informar voluntariamente de todos sus datos.
Porque Facebook es, esencialmente, eso. Y eso es lo que hace tan complicado y tan hipócrita acusar a Cambridge Analytica de nada concreto. ¿Uso de datos confidenciales? ¿Qué confidencialidad hay en una página de Facebook, abierta al mundo?
Digamos que yo, para entretenerme, me pongo a recopilar datos aleatorios de la gente a la que sigo en Facebook. No hay nada malo ni ilegal en ello, ¿verdad? Todo en sus cuentas es información que los propios interesados dan de sí mismos de forma voluntaria y universal.
Puedo pedirle a varios amigos que me ayuden en mi ‘hobbie’ y que me pasen los datos que ellos hayan recopilado de esas cuentas. Puedo aumentar esa red indefinidamente, e incluso desarrollar algoritmos que obtengan predicciones a partir del cruce de datos (Big Data).

¿Cuándo empieza a ser delito?

Ese es, exactamente, el modelo de negocio de Facebook, un ‘país’ con más habitantes que ningún otro; es ‘gratis’ porque el usuario no es el cliente, es el producto. Hasta la llegada de las redes sociales, las grandes empresas mayoristas gastaban verdaderas fortunas para saber mucho menos de lo que los usuarios de Facebook ofrecen gratis y voluntariamente. Se llamaban ‘estudios de mercado’, y ninguna empresa que se precie deja de emprenderlos antes de lanzar un nuevo producto.
El conocimiento es poder. Comercial, naturalmente. Pero también político. Y esto es lo que asusta en el caso de Facebook: el enorme poder que le da su gigantesca base de datos.
Cambridge Analytica no es la primera ni la única empresa en explotar este poder vendiéndoselo a los políticos. Pero, como en una película de James Bond, le pierde presumir de ello. En un vídeo grabado con cámara oculta y hecho público por el canal de televisión británico ITN 4 su CEO, Alexander Nix, aparece insinuando que pueden ayudar a organizar una encerrona contra un rival político con sobornos, prostitutas o incluso haciéndole «una oferta que no pueda rechazar».

¿Ha muerto la privacidad?

«No tiene que ser verdad», dice Nix en un momento de la grabación. «Basta que la gente lo crea». También asegura en el vídeo, ante un falso cliente, que «ellos ganaron las elecciones para Trump». Lo que resulta llevar un poco lejos la petulancia, teniendo en cuenta que Ted Cruz usó sus servicios en las primarias contra Trump, y perdió.
Pero el escándalo no se limita a Cambride Analytica, ni siquiera a Facebook: las filtraciones de datos están por todas partes, ‘escapando’ de bancos, agencias de crédito, redes sociales, servicios de correo electrónico… Incluso su televisor está informando a las cadenas de qué programa está viendo, cuánto tiempo, a qué horas. Hasta puede oír sus comentarios. Es demasiado jugoso. Y absolutamente alarmante.
La naturaleza de ese asunto no es nueva en absoluto; pero su escala sí lo es. Hace unos meses nos enteramos, gracias a WikiLeaks, de que las agencias norteamericana tienen la facultad de espiar a cualquier persona del planeta con una conexión a la red, aunque sea una televisión de última generación.
La privacidad quizá haya muerto, pero si se me permite terminar este texto con una opinión, quizá ser conscientes de lo que se hace con la información que aportamos alegremente debería hacernos algo más prudentes y discretos.
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