El trágico recuerdo del atentado a la escuela General Santander, ocurrida en 2019 en la ciudad de Bogotá, y que cobró la vida de 22 cadetes de la Policía Nacional, emergió como una especie de déjà vu nefasto el martes 15 de junio, cuando pasado el medio día explotó un carro bomba en la Brigada 30 del Ejército Nacional en la ciudad de Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander.
Los terroristas aprovecharon las evidentes fallas de seguridad en el ingreso de vehículos y personal. El conductor de una camioneta blanca pudo estar al menos dos horas en las instalaciones, sin que nadie se percatara de su presencia o de la carga explosiva en el automotor.
¿Por qué no estaban extremadas las medidas de seguridad en un departamento con evidente presencia del ELN (Ejército de Liberación Nacional), grupo reconocido como una organización terrorista y uno de los sospechosos de haber cometido el crimen? ¿Cómo explicar que se repitan los mismos errores en el control de ingreso a bases militares y de policía de aquél fatídico mes de enero de 2019 en la escuela de policía más importante de Colombia?
Lo más grave del asunto, es que ese atentado de alguna manera cierra el marco en el que se llevarán a cabo las elecciones para elegir representantes al Congreso de la República en marzo y Presidente en mayo de 2022. Paro Nacional, incremento en las acciones terroristas de los varios grupos armados que operan a sus anchas en Colombia, entre estos el ELN y las FARC-disidencias (nombre que se les da a los frentes guerrilleros que incumplieron el acuerdo que firmó en 2016 el entonces presidente Juan Manuel Santos y que fue rechazado el 2 de octubre de ese año en plebiscito), reorganización de las fuerzas políticas de izquierda para presentarse por separado en la primera vuelta presidencial y unirse en el balotaje de junio, una derecha dividida y que hoy carga la caída en la imagen favorable de Álvaro Uribe Vélez, además de los partidos políticos tradicionales (liberal y conservador) en una crisis histórica.
Colombia no vivía una coyuntura institucional y una amenaza interna tan grave desde hace al menos dos décadas.
El narcotráfico está más vivo que nunca con una producción histórica por hectárea sembrada de coca; las bandas criminales extorsionan a diestra y siniestra, la percepción de inseguridad sigue en aumento, la pobreza superó el 40% en estos 18 meses de pandemia y la coalición de gobierno parece inexistente.
La ciudadanía siempre ha votado mayoritariamente por opciones que promueven de alguna manera la libertad económica y ha rechazado propuestas de izquierda radical. Sin embargo, la situación ha cambiado y por primera vez en la historia, las encuestas revelan una ventaja amplia del candidato de izquierda, Gustavo Petro.
Algunos analistas sugieren que los efectos del Paro Nacional en la economía han tenido ya un efecto negativo para dicha candidatura, lo que ha obligado a sus seguidores a pedir el fin de los bloqueos y el respeto a los derechos de todos.
La derecha, por su parte, sigue sin poder articular una coalición sólida para 2022, e incluso el ex presidente Andrés Pastrana (1998-2002) promueve activamente la candidatura del ex ministro y ex Presidente del Congreso, Germán Vargas Lleras, quién, además, ejerció como vicepresidente en el segundo gobierno de Juan Manuel Santos (2014-2018), y no obtuvo los votos suficientes para pasar a la segunda vuelta presidencial en 2018, aunque mantiene una fuerza política con importante representación en el Congreso.
Así las cosas, en tan solo nueve meses Colombia irá a las urnas en un escenario marcado por violencia, inseguridad, alteraciones reiteradas al orden público, crisis política sin precedentes y el Presidente con la imagen favorable más baja de la historia; acompañado, además, por la peor crisis económica de las últimas décadas.
En la opinión pública parece estarse afincando un sentimiento de frustración con el sistema político que, de no revertirse, podría terminar en el triunfo de la opción socialista, esa que se sabe cómo y por qué gana en las urnas, pero no cómo ni cuándo termina.