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Tras la última reunión de la CELAC

Avanza el autoritarismo en Iberoamérica: ¿está la OEA destinada a desaparecer sin pena ni gloria?

Luis Almagro, secretario general de la OEA - EuropaPress

La última reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) ha puesto nuevamente sobre la mesa la amarga posibilidad de que el principal organismo de integración y trabajo que históricamente han tenido los países de América, la Organización de Estados Americanos (OEA), esté herido de muerte.

Del encuentro de la CELAC llevado a cabo en días pasados en México, por ejemplo, el diario La Jornada ha destacado que apenas 1 de los 16 Presidentes que asistieron a la reunión terminaron defendiendo con todas las de la Ley la vigencia de la OEA como institución. Se trata del Jefe de Estado del Uruguay, Luis Lacalle Pou, quien consideró que la CELAC no puede sustituir al antiguo organismo americano, pues éste no ha caído en “desuso”.

Como era de esperar, regímenes adscritos al Foro de Sao Paulo como el venezolano, el cubano o el boliviano terminaron utilizando este encuentro regional para cargar en contra de la OEA y su Secretario General, Luis Almagro. Vale acotar que el régimen chavista de Nicolás Maduro incluso inició en 2017 un proceso de separación de su país de este organismo; entre tanto que la Cuba, que hoy es gobernada por el castrista Miguel Díaz-Canel, ni siquiera forma parte de él desde hace décadas, al haber sido expulsada del mismo.

Se supone que desde el punto de vista teórico, la CELAC no podría rivalizar plenamente con la OEA. Mientras la primera es un mecanismo de concertación de gobiernos de los países de la región (excluyendo al de los Estados Unidos y el de Canadá) que ni siquiera cuenta con sede fija, la segunda sí es un organismo internacional con todas las de la Ley y que agrupa en su interior a prácticamente todos los países del continente americano, de norte a sur.  

Sin embargo, el Socialismo del Siglo XXI (ese que Fidel Castro buscó remozar a finales de los 90s y que encontró a Chávez como cabeza de playa para luego diseminarse por toda la región) ha pasado más de 20 años reinventando toda la institucionalidad que rige las relaciones en América y el mundo.

¿El objetivo? Sumar voluntades de distintos países para unirse en el delito y el crimen pero, sobre todo, hermanar a estos regímenes del mal para resistir juntos frente a organismos e instituciones democráticas del mundo libre que en algún momento puedan accionar contra ellos y sus procederes. Han pasado todo este tiempo construyendo un pesado blindaje, un chaleco antibalas.

Así, por ejemplo, apareció en algún momento la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) para oponerse en el plano económico a la integración promovida por al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Del mismo modo la CELAC, que ya ha sobrepasado la década de existencia, siempre ha tratado de ser un foro alternativo utilizado para torpedear la dinámica imperante dentro de la OEA, quiera esto admitirse o no.

Pero lo peor del asunto es que los propios foros llamados a atenazar a estos regímenes del mal –y allí la cosa comienza en la ONU y termina, en este caso, en la OEA- se han revelado como insuficientes a la hora de ponerle el cascabel al gato.

De hecho, luego del episodio en el que la que la Organización de Estados Americanos intervino activamente para ponerle punto final a la Presidencia de Evo Morales en Bolivia en 2019, la OEA  y su Secretario General, Luis Almagro, han pasado a jugar un papel más bien discreto dentro de la política regional. Esto en el entendido de que luego del gobierno transitorio de Jeanine Añez, el socialismo criminal ha vuelto al poder en el país sudamericano bajo la figura del pupilo de Morales, Luis Arce, quien incluso ha llevado a la expresidenta Añez a una infausta prisión que ha deteriorado severamente su salud física y emocional.

Aunque la OEA actúa bajo un paraguas en el que se supone está activamente contemplada la defensa de las libertades elementales de los ciudadanos, la vigilancia estricta de los Derechos Humanos y la observación de los procesos electorales en la región para garantizar que los países no abandonen el redil democrático, realmente el margen de acción del organismo no vive su mejor momento.

Luis Almagro, por su parte, se instituyó como una interesante sorpresa luego de su escogencia como cabeza de la organización, en mayo de 2015. Almagro, un antiguo militante de la izquierda tradicional uruguaya encarnada en el Frente Amplio (FA) no dejaba demasiado espacio a las expectativas de combate al socialismo en la región.

Pero el tiempo ha obrado en su favor, arrojando un saldo que deja más luces que sombras en la lucha por la libertad y la democracia en Latinoamérica. Sus gestiones frente a los desafueros en los que se han convertido la Venezuela de Maduro, la Nicaragua de Ortega o la Bolivia de Morales, lo atestiguan suficientemente.

Sin embargo su estrella parece irse apagando también en cámara lenta. Confrontados frente al espejo, Almagro y la OEA topan con la realidad inexorable que habla de que la aplicabilidad de mecanismos como la Carta Democrática Interamericana, el Sistema Interamericano de DDHH, amén de un largo etcétera, es un camino lleno de espinas. Estos han trocado en instrumentos dignos de celebrar en el papel, pero absolutamente irrelevantes en la práctica cuando de promover efectivamente la democracia y poner coto a los autoritarismos en América Latina se trata. 

No deja de preocupar que en tiempos en los que incluso parece otearse en el horizonte una vuelta en la región a ese socialismo que inauguró Hugo Chávez a principios de siglo, Almagro, quizá de capa caída, ha salido a celebrar un discurso ante la OEA del recién investido y peligroso Presidente del Perú, Pedro Castillo, calificándola de “excepcional”.

Para más señas, allí el mandatario peruano hizo gala del estilo enrevesado que le caracteriza para dejar claro que no es comunista y que no había llegado al poder para “expropiar a nadie”, ni para “ahuyentar las inversiones”, al tiempo que pontificó sobre el deber ser de los gobiernos a la hora de manejar la pandemia causada por el Covid-19. Difícil de creer. Almagro fue reelegido como Secretario General de la OEA el año pasado. Sin embargo, el avance de las tiranías en la región -prácticamente frente a las narices de un organismo que no ha logrado contenerlas y conjurarlas- signará este segundo período del uruguayo a la cabeza de un espacio que, cada vez más, parece languidecer en medio de ataques abiertos y soterrados de los enemigos de la democracia y las libertades en Latinoamérica.

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