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España vaciada no es un eslogan, sino la realidad de tantas ciudades

Castilla y León: la España leal y abandonada grita en silencio

Acto de VOX en Soria. Flickr

Son más de las dos de la tarde del sábado y la arteria principal de Soria es un remanso de paz. A esta hora cualquier otra ciudad española es un hervidero de gente circulando alborotada o agolpada en las puertas de los bares. La calle es peatonal y el único espectro a la vista es la escultura en bronce del escritor Gerardo Diego. Hace unos minutos acabó el mitin de VOX y los asistentes se disuelven tras fotografiarse con Macarena Olona. Hay un amago de bullicio que procede de la Plaza Mayor, donde el sol de enero calienta a quienes degustan cervezas y torreznos en las terrazas. En el resto del centro reina el silencio y ni el covid ni la temperatura (hace bueno para esta época del año) explican este vacío. Apenas se ven jóvenes y mucho menos niños. Hay que venir a verlo -a no verlo, mejor dicho- para comprender que la España vaciada y abandonada no es un eslogan, sino la realidad de tantas ciudades del interior a las que los jóvenes urbanitas sólo vienen en fin de semana al reclamo de alguna casa rural. Son escapadas «para desconectar» porque ya hay un turismo de lo vacío, como si sorianos, palentinos o leoneses fueran figurantes de un museo viviente hecho para sus compatriotas de la gran ciudad. 

Los jóvenes autóctonos huyen de esta España que tiene cada vez más difícil demostrar que hay otras formas de vida ajenas a la universidad, el máster y la oficina. Un drama gigantesco porque hasta los que quieren quedarse a trabajar el campo o echar las horas en una fábrica tienen que marcharse: los primeros, por el alto coste de producción y la competencia desleal de productos foráneos; los segundos, por la creciente desindustrialización que ha dejado el tejido productivo en los huesos. La natalidad no es que haya bajado, es que ha huido. «Aquí solo quedan jubilados y funcionarios», explica un soriano de 45 años que se marchó a Madrid a estudiar la carrera y ya nunca volvió. 

Desde luego, el censo no engaña: la ciudad de Soria tiene los mismos habitantes que el Santiago Bernabéu con la mitad de aforo. Y sólo toda la provincia podría llenar el estadio. Es la capital de provincia con menos población de Castilla y León y la segunda, después de Teruel, de toda España. 

Rara vez aparece este problema en telediarios y periódicos si no es en campaña electoral. Quizá tampoco ayude el carácter castellano, sobrio y silente, que ni para protestar alza la voz. Su lealtad a España es tan grande que no se recuerdan chantajes al Estado, ni carreteras y vías del tren cortadas, ni policías pateados en el suelo, ni un clan mafioso -Pujoles a la castellana- que ponga al Gobierno de rodillas con un grupo terrorista, mercadee con la soberanía o utilice la educación para crear nuevas fronteras e identidades. La lealtad, en fin, penaliza en este sistema autonómico que ordeñan a su gusto los más variopintos traidores y oportunistas caciques autonómicos.

La austeridad castellana también se nota en los mítines, donde las palmas no suenan igual ni al mismo ritmo que en otras regiones. Soria no es Sevilla, como bien descubrió Machado. Aquí la procesión va por dentro y la indignación, si acaso, la ponen los periódicos de papel. En Valladolid El Norte de Castilla lleva en su portada el domingo: «Pueblos de Valladolid sin niños: estamos condenados a desaparecer». En León su diario online más leído (Léon Noticias) confirma que la región no está para sutilezas: «El transporte leonés pide medidas contra la subida de precios: cada camión gasta 1.200 euros más al mes en combustible que hace un año».

Salamanca confirma -afortunadamente- que la campaña no sólo la condicionan los partidos. El campo charro toma la ciudad en una inmensa tractorada. Una hilera interminable de tractores (¡van a diésel, señores ministros!) arranca desde un descampado a las afueras hasta la sede de la subdelegación del Gobierno en la Gran Vía. Lucen banderas de España y pancartas demoledoras: «Ministro Garzón, come de este montón», o «nos comen los lobos y nos tratan como bobos».

A estas alturas de campaña los problemas de la región parecen evidentes: despoblación, desindustrialización, subida de los precios de la luz, materias primas y combustibles. Pero también hay otros sectores maltratados que no aparecen en la foto. El paradigma son los hosteleros, de los que Ayuso en Madrid hizo bandera pero que en Castilla y León Mañueco les impuso los toques de queda con cierre a las 20h. Mismo partido, diferentes medidas. Mismo país, diferentes comunidades. En Segovia lo saben bien hosteleros, hoteleros y tiendas de souvenirs, porque cuando Mañueco cerró la frontera con Madrid arruinó a estos sectores, que viven en gran parte de ese turismo nacional que echa el día o el fin de semana.

Es difícil predecir si habrá grandes cambios en las urnas el 13 de febrero en la comunidad menos entusiasta al ruido del mitin y la movilización callejera. Pero se intuyen tendencias. Por ejemplo, en los últimos mensajes que lanza el PP. Mañueco ya no las tiene todas consigo. La confianza que mostraba cuando convocó elecciones se ha esfumado, si es que alguna vez alguien creyó en serio que el exalcalde de Salamanca fuera a lograr la mayoría absoluta. Del optimismo en la victoria aplastante el PP ha pasado a amenazar con repetir elecciones si no logra una mayoría suficiente. Es decir, se descarta el pacto con VOX aunque entre ambos sumen mayoría absoluta. Su objetivo, por tanto, es lograr más escaños que toda la izquierda, como hizo Ayuso. Anunciarlo antes de hacerlo es una estrategia torpísima por cuanto la fiesta dominical de la democracia cuesta 6,6 millones de euros. ¿Qué pensará el castellano de a pie al que le dicen que no hay dinero para abrir un centro de salud que no esté a una hora en coche de su casa?

Que Casado eche mano de Aznar y Ayuso también deja al descubierto la fragilidad de su liderazgo y cierto punto de desesperación. El expresidente del Gobierno imploró la reunificación del centroderecha el lunes en la COPE, aunque dos días antes cuestionó abiertamente el proyecto de Casado: ·Muchos se agarran a los populismos porque no tienen un referente fuerte en el que confiar». 

El inesperado ataque de Aznar a Casado se produjo el mismo fin de semana en que el propio presidente del PP advirtió a Sánchez de la posibilidad de que desaparezca el PSOE, algo terrible para España si tenemos en cuenta su disposición a “pactos” con los socialistas. La sinceridad de Casado está fuera de dudas: habla de una “responsabilidad histórica” que, dice, tienen él y el presidente del Gobierno para “ensanchar el espacio de centralidad sin tener que acudir a los extremos”. Como en la moción de censura, tras la mano tendida al PSOE vinieron los ataques a VOX: “Si no te gustan las autonomías no te presentes a las elecciones autonómicas”. Feijóo también irrumpe en campaña con un mensaje idéntico: “A VOX no le interesa la reunificación del centroderecha, pero a España sí”. Tanto el presidente gallego como Casado contradicen a Aznar: no explican qué harán -aunque es fácil imaginarlo- si lograran esa reagrupación.

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