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Trata de imponer su plan de ingeniería social

Del Belén de Colau a la huelga de juguetes de Garzón: la guerra cultural de la izquierda

Performance de la huelga de juguetes impulsada por el Ministerio de Consumo. Europa Press

España es el país de la Unión Europea con la tasa de paro juvenil más elevada (37,7% frente al 12,5% continental), el precio de la luz bate récords a diario, la inflación sube a niveles de 1992 y productos básicos de la cesta de la compra se disparan mientras el sector primario agoniza. Cualquier Gobierno sabe que con las cosas del comer no se juega, pero en estas circunstancias la respuesta de la izquierda -ahora en la Moncloa, por mucho que venda la ficción de estar en la barricada cuando pisa moqueta- es una cruzada contra la bollería en las máquinas expendedoras y una huelga de juguetes. De la lucha de clases y la justicia social han pasado al phoskito y la Barbie, y eso que su heroica guerra a Franco apenas deja tiempo para otros menesteres.

A estas alturas las soluciones de la izquierda -tan lejos del trabajador y tan cerca del capital- no pueden sorprender a nadie, por eso Alberto Garzón promueve estos días prenavideños una lucha estéril -que no sumaría ni a su propia hija en el improbable caso de que quisiera llevar a casa el problema que pretende generar fuera- contra la naturaleza de las cosas. El ministro de Consumo aspira a que las niñas no pidan muñecas ni los niños balones de fútbol. La razón -ya saben- es para combatir el sexismo y el machismo, ese espantajo que, como el fascismo o Franco, se invoca no sólo por la falta de propuestas para solucionar los problemas de verdad de los españoles, sino porque tienen un plan de ingeniería social que imponer a toda costa. Garzón, grinch oficial de esta Navidad, explica así su campaña difundida en un vídeo que ha costado 80.000 euros: «Si decimos que las muñecas y las cocinitas son para las niñas, lo que estamos diciendo es que esperamos que de mayores sean ellas quienes se ocupen de los cuidados. Esto consolida la desigualdad de género y debemos corregirlo».

La realidad, sin embargo, desmiente a quienes llaman desigualdad a las decisiones más pueriles y creen que todo es una construcción cultural menos su estupidez. Por mucha propaganda feminista que se difunda nadie coacciona a las chicas que mayoritariamente se matriculan en carreras universitarias orientadas a los cuidados, tales como enfermería y medicina. Tampoco apuntan con una pistola en la sien los chicos que de manera abrumadora estudian carreras técnicas e ingenierías. Sencillamente es la realidad en todos los países del mundo: la mujer siente una mayor inclinación hacia los cuidados. ¿Cuál es el problema? Si un patrón se repite durante años en todas las latitudes del globo quizá habría que preguntarse si es la ideología la que está equivocada y no la realidad.

En cualquier caso, conviene no engañarse. Como sucede con las prohibiciones de comer carne, viajar en avión o usar el coche en el centro de la ciudad para combatir el cambio climático, la campaña del Gobierno sólo va dirigida al pueblo y en ningún caso a los promotores, cuyos hijos recibirán el 6 de enero tantas cocinitas y barcos piratas como hayan pedido a los Reyes Magos.  

En Cataluña, donde el paro juvenil es incluso mayor a la media española (38,1%), Ada Colau se ha gastado 190.000 euros en algo que pretende pasar por el Belén que tradicionalmente instala el Ayuntamiento de Barcelona. Al margen del dineral gastado en perpetrar distintos adefesios desde su llegada al consistorio en 2015, Colau se esmera cada año en borrar la simbología cristiana de la Navidad, palabra que cada vez cuesta más encontrar entre el aluvión de «felices fiestas», «paz», «amor» y otros términos usados para ocultar el nacimiento de Jesús.

Pero si alguien tiene motivos para estar de fiesta es indudablemente Irene Montero, a cuyo ministerio le ha tocado la lotería, auténtico aguinaldo estatal, que aumentará su presupuesto un 14,5% respecto al año anterior. Igualdad podrá fundirse hasta 525 millones en 2022 para colocar a cargos públicos de Podemos condenados por agredir a la policía como Isa Serra o a investigados por prevaricación y malversación como los exconcejales de Carmena Sánchez Mato y Celia Mayer. Todo ello, gracias al incremento de 3,5 a 7,6 millones de la partida destinada a contratación de personal. Claro que si en plena crisis el Gobierno de la gente despilfarra sin pudor alguno, ¿qué contradicción puede haber en que el ministerio de la sororidad entre hermanas rescate a Serra, que llamó «cocainómana, mala madre e hija de puta» a una agente de policía?

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