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nadie ha votado las agendas de la ONU y la UE

El mundo globalista que nos espera: sin coche, sin carne y sin hijos

Pleno del Parlamento Europeo con restricciones de aforo por la pandemia. Reuters

No comerás carne. Antiguamente era una de las normas que la mayoría de la sociedad cumplía cada viernes de cuaresma y hoy, sin embargo, es uno de los planes por nuestro bien que las élites globalistas tienen para el pueblo y sólo para el pueblo, porque la carne animal no desaparecerá: la consumirá quien pueda pagarla. 

El futuro nos trae a un hombre de diseño sentado ante un plato de carne sintética. A priori no parece muy atractivo, por eso en este cambio de paradigma intervienen actores de primerísimo nivel como la ONU, la UE y hasta el Real Madrid, que ha firmado un acuerdo con Meatless Farm, empresa británica dedicada a la producción de carne artificial. Un contrato de patrocinio que ha sido recibido como una puñalada por el castigadísimo sector primario, que denuncia una campaña injusta contra la carne de origen animal. La organización agraria de Castilla y León COAG asegura que el club blanco puede arruinar a cientos de ganaderos por su defensa de la carne artificial: “Se suma a la creciente demonización de la carne auténtica con afirmaciones que la denigran sin aportar ninguna evidencia científica”. En su web, la compañía británica oferta una variedad de carnes de vacuno, cerdo y pollo vegetales hechas “con amor de plantas”. Ofrecen comida, pero no sólo, sobre todo se trata de la posibilidad de enrolarte en una misión redentora con el mundo. “Hacemos que tu comida favorita sea mejor para ti y para el planeta. ¡Nuestra misión es hacer que los platos sin carne sean irresistibles!”.

Meatless Farm puede estar de enhorabuena, entre otras cosas, por el respaldo de Bruselas. El pasado mes de febrero la Comisión Europea presentó un plan hostil hacia la carne dentro de una campaña contra el cáncer en la que se recomienda una dieta con menos carne roja y procesada. La propia Organización Mundial de la Salud sostiene que un alto consumo de carne procesada aumenta el riesgo de sufrir cáncer y que la carne roja (res, ternera, cerdo, cordero, caballo y cabra) es “probablemente carcinógena”, algo que aún no ha sido demostrado pero se da por válido. En esta cruzada contra los carnívoros Bruselas presentó en mayo de 2020 la estrategia “De la Granja a la Mesa”, iniciativa que pondrá la lupa sobre los productos agrícolas -que ya no promocionará- en beneficio de la investigación de fuentes de proteínas alternativas a la carne (origen vegetal, marino o incluso el consumo de insectos). Como ocurre en estos casos el borrador de la estrategia iba mucho más allá que el documento final, pues incluía desincentivar tanto la producción como el consumo de carne. Los ecologistas tampoco se cortan y piden la aprobación de un impuesto para compensar los costes medioambientales de la producción de carne y lácteos, algo que respalda la coalición de Países Bajos “True Animal Protein Price”.

Por supuesto, la ONU es otro de los organismos que con más ahínco trata de influir en la política interior del mayor número de países, así como en los hábitos de las personas. Un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU publicado en 2019 reivindicaba dietas más sanas y equilibradas basadas en un menor consumo de carne. El motivo: reducir las emisiones de CO2 (principal gas causante del efecto invernadero). Así, Naciones Unidas pone en la diana a la crianza de ganado porque requiere grandes cantidades de agua y tierra y provoca emisiones. Una década antes, en 2008, el presidente del Panel del Cambio Climático de Naciones Unidas y ganador del Premio Nobel de la Paz, Rajendra Pachauri, recomendaba “combatir el cambio climático” absteniéndose de comer carne al menos un día a la semana para después ir aumentando el ritmo.

Otra de las batallas que libra el globalismo es contra el automóvil. Esta misma semana el Gobierno español anunció el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia -término incorporado a la neolengua progre- que incluye ayudas para avanzar en la llamada transición energética. Sánchez pretende encarecer los combustibles fósiles hasta subir el precio del diésel de más de 10 céntimos por litro de gasóleo en 2022, que subirá progresivamente hasta 2025. En palabras del Gobierno “se revisarán las bonificaciones de los hidrocarburos utilizados como carburante”, es decir, castigo a la industria del automóvil con un impuesto al diésel. 

Como la carne, el coche estorba en los planes de las élites, que ensaya la nueva movilidad reduciendo su uso. En las grandes ciudades se aprecia con mayor nitidez: desde hace década y media la administración pública apuesta por bicicletas y patinetes eléctricos a los que se dotan de carriles propios en detrimento de los vehículos. El resultado lo sufren los conductores con más atascos o directamente con la prohibición de circular por el centro. El caso más llamativo es el de Madrid, donde su actual alcalde prometió en campaña electoral derogar Madrid Central para luego mantenerlo. Más coherente -aunque más disparatado- resultó el anterior gobierno consistorial de Manuela Carmena que recomendaba a los madrileños ir en patinete al trabajo… ¡en una ciudad de tres millones de habitantes! 

Pero si hay algo que entusiasme de verdad a la oligarquía es reducir la población mundial. Tener hijos se considera más o menos como una traición al planeta al que se condena a una plaga infinita de humanos. Los gobiernos y medios de comunicación al servicio de estos organismos supranacionales se empeñan en la tarea. Uno de los ejemplos más evidentes en España es el diario El País, que dedica abundantes páginas a las teorías malthusianas. Estos son algunos de los titulares en los que ya no aspira a informar, sino a difundir las ideas globalistas a sus lectores: “Tener un segundo hijo deteriora la salud mental de los padres”; “Hazte vegetariano, deja el coche y ten menos hijos si quieres luchar contra el cambio climático”; “La superpoblación robará otro 20% de tierra y recursos al planeta”; “¿Somos demasiados?”; “Inmigrantes para salvar la España que se muere”; “Las mujeres solteras y sin hijos son el grupo social más sano y feliz del planeta”; “No hay evidencias científicas de que exista un instinto materno. La llamada de la maternidad es solo un mito”.

Estos titulares nada espontáneos obedecen al plan de reducir la población mundial que ampara la ONU a través de la extensión de los “derechos sexuales y reproductivos” (eufemismo de aborto) especialmente en el tercer mundo al tener un índice de natalidad superior al de occidente. En los países más ricos los nacimientos se han desplomado desde la segunda mitad del siglo XX: la contraconcepción está tan arraigada hoy que se asume como si fuera uno de los rasgos tradicionales occidentales. Desde luego, ninguna de estas propuestas son ideas propias del Gobierno, sino compromisos adquiridos con distintas organizaciones supranacionales en la lucha contra el cambio climático. Se da la paradoja de que nadie ha votado las agendas con las que la ONU y la UE cambian radicalmente la forma de vida de millones de personas. Nadie les ha consultado pero el uso del coche y el avión, el consumo de carne e incluso fumar (ahora se prohíbe bajo pretexto sanitario) son hábitos que las élites seguirán practicando mientras los obstaculizan para el pueblo bajo coartada benefactora. Naturalmente las imposiciones -aunque atenten contra la libertad más elemental- prosperan si se enmascaran en un envoltorio humanitario, como si no hubiera más opción que ir en patinete o hacerse vegano.

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