«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Los comunistas odian la educación que no controlan

El ‘plan Castells’ y la batalla chavista por las universidades

El ministro de Universidades, Manuel Castells, durante una rueda de prensa en el Palacio de la Moncloa, a 12 de mayo de 2021 en Madrid (España). Europa Press

No hay revolución que ignore la importancia del sistema educativo como objetivo de sus acciones hegemónicas. La creación del “hombre nuevo” que clamaba el Che Guevara pasa obligatoriamente por la transformación del sistema educativo. En lenguaje comunista: debe demolerse el sistema educativo burgués para construir el sistema educativo revolucionario.

Socialista. Popular. Gratuito. Igualitario. Que la universidad se abra a los pobres. Estudiantes al poder. (Inserte aquí su slogan izquierdista rancio preferido. Siempre se incluirá).

Por supuesto, Chávez llegó con la guadaña del comunismo en la mano contra el sistema educativo existente en Venezuela en 1998, pero se encontró con un hueso duro de roer: ya la revolución educativa estaba hecha, hace más de 50 años.

En Venezuela la educación ya era gratuita. En Venezuela se podía estudiar desde preescolar hasta carreras de pregrado en las universidades más prestigiosas del país sin pagar un centavo. La educación era igualitaria, gratuita, abierta de puertas a ricos y pobres y con un profesorado diverso, que si bien apuntaba en las más importantes universidades siempre hacia la izquierda, mantenía una rigurosidad que permitía que instituciones como la Universidad Central de Venezuela, la Universidad de Oriente, de Los Andes o la Universidad Simón Bolívar (todas gratuitas) se colaran en los rankings de las mejores universidades de la región junto a la Javeriana de Bogotá, la Católica de Chile o la UNAM mexicana.

Y había, como no, universidades privadas. Pocas, siempre en minusvalía en cuanto a posibilidades con respecto a las poderosas universidades públicas llenas con recursos del petroestado y claustros influyentes en la política y la sociedad. Sin embargo, la Universidad Católica Andrés Bello de los jesuitas o la Universidad Metropolitana o la Santa María (todas capitalinas) se posicionaban como cantera de talentos y centros de investigación de fama internacional.

Por todo eso, los clamores chavistas no eran de “revolución universitaria” pues nadie la pedía, nadie la esperaba ni la imaginaba pues ya la habíamos vivido gracias a la democracia. La democracia venezolana existió por las universidades y se hizo desde ellas. Fueron históricos dirigentes estudiantiles como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera o Luis Herrera Campíns líderes partidistas de primera línea que llegaron a la presidencia de la República gracias a esas universidades gratuitas que los formó.

Hambriento de razones para subvertir el orden, el chavismo enarboló entonces la bandera de la “transformación universitaria”. No es un detalle semántico. Es una obvia estratagema para esconder los objetivos, que no son otros que tomar por asalto las estructuras de las universidades públicas, poderes en sí mismas que aún el día de hoy, son vistas como instituciones merecedoras del mayor respeto de la sociedad, igualadas en sondeos de imagen con instituciones como la Iglesia Católica o los medios de comunicación en cuanto a credibilidad. 

¿Qué buscaba el chavismo? Pues penetrar en las estructuras de mando de las universidades. Irritados ante la inexistencia de rectores de universidades públicas casados con el “proceso revolucionario”, empezó a atacar la autonomía universitaria y a denostar del “sistema de elección” de las autoridades rectorales. Ahí tenían otro problema, pues el populismo de izquierda ya había logrado, antes que el chavismo llegara al poder, que los rectores de las universidades fuesen electos en comicios, donde los electores no eran solo los profesores con cátedra, sino también los empleados, obreros y estudiantes. Claro, se le daba al voto de cada uno de estos estamentos un valor distinto, pero en efecto, al rector de la Universidad Central de Venezuela por ejemplo, se le escoge por elecciones. No lo nombra el claustro por concurso de credenciales ni lo valida el Ministerio verificando dichas credenciales. Ni lo nombra directamente un ministerio. No. Se le elige por votos.

¿Qué podía ofrecer de forma populista el chavismo en un entorno donde ya otros populistas habían permitido desaguisados como las elecciones rectorales? Primero, ofreció rectores chavistas en las elecciones que se realizaban. Perdían y ahí podían ocurrir, según el ánimo de las huestes, cosas particulares:

Toma por la fuerza de las oficinas rectorales, declarando la “revolución en la universidad” y el “desconocimiento de las autoridades burguesas”, además de dejar claro la “liberación de la universidad para el pueblo”. (pasó en 2001, en la “toma” del rectorado de la UCV. Duró casi un año el rectorado invadido por delincuentes del chavismo que salieron cuando el resto de la comunidad universitaria intentó sacarlos por la fuerza).

Denuestos al sistema electoral (hecho por la izquierda, no lo olvidemos). Ese sistema no les permitía llevar un chavista al rectorado, pues el prestigio era la norma para votar en el claustro, más que la línea de partido que podría imponerse desde sindicatos a los trabajadores y desde los partidos o la simple demagogia a los estudiantes. 

Asedio a las universidades: disminución de recursos, exclusión de las discusiones de interés para las universidades (grandes reformas, por ejemplo), modificación de las normas de ingreso para beneficiar estudiantes procedentes de feudos electorales del chavismo, manifestaciones violentas contra autoridades rectorales, alteración del orden interno en el campus, y un largo etcétera que incluye, oh sorpresa, sentencias del Supremo prohibiendo la realización de elecciones hasta que se modifique el sistema electoral.

Sin embargo, a pesar de este asedio, el chavismo no ha podido con las universidades. De ellas salen los principales opositores y dirigentes contrarios a la línea socialista. Del movimiento estudiantil han salido los principales nuevos dirigentes de la clase política opositora, con todo y sus defectos. Del claustro de las principales universidades salen las voces más críticas contra el régimen.

Pero también, los principales colaboradores, ministros y dirigentes del chavismo, vienen de esas universidades, a las que acusan de elitescas, pero en las que todos estudiaron sin pagar ni un centavo.

Permanecen, eso si, desigualdades que ameritan reformas. Por ejemplo, desde antes de la llegada del chavismo al poder, la tendencia en cuanto a admisiones universitarias favorecía a estudiantes provenientes de colegios privados. Esto, más que ser culpa de los colegios, o del capitalismo, era culpa del Estado que permitió que la educación pública se rezagara en calidad si se le compara con la educación privada. No es culpa de las universidades esta desigualdad.

El chavismo obviamente, después de 25 años no da la batalla por perdida, pues ha logrado ir rindiendo a las universidades sometiendo a profesores al hambre que les ofrece los salarios de 5 o 10 dólares al mes. Los profesores se han ido del país, los alumnos también. Las universidades tratan de seguir. El comunismo chavista ha ido así destruyendo lo que no logró conquistar. Más de lo mismo.

Del chavismo al ‘Plan Castells

El Ministro de Universidades de Pedro Sánchez, Manuel Castells, lo tiene claro: hay que demoler la universidad española si se quiere imponer el plan chavista con el cual él, de forma indefectible, se identifica. 

Con el estilo taimado que identifica a los viejos comunistas, esos que saben que si bien Lenin indica el método de sembrar la intriga en las filas enemigas para, al ahondar las contradicciones ajenas, poder avanzar, entiende también el entrismo de Trotski. Sabe que conviene esperar y de forma taimada ir copando espacios y metiendo poco a poco la idea de unas reformas urgentes, donde “se les va la vida” a académicos, estudiantes y, claro está, “al pueblo”. Universidades para el pueblo, para los pobres etc., etc. 

La basura ideológica es fácilmente identificable. Pudieron identificarla profesores e investigadores de universidades españolas cuando el ministro anunció que se harían “unas reformas” pero no producto de sus posiciones, sino “producto del consenso”. Para esto se “abre el debate” como les encanta a los chavistas (a los gritos con quien disiente, con alfombra roja a quien coincide) y se arranca con una encuesta nacional en las universidades. La famosa encuesta posee preguntas de este tenor:

-¿Creéis que debe haber un trato fiscal distinto en función del tipo de universidad? ¿En qué sentido?

Es fundamental que el estudiantado esté debidamente representado en todos los órganos de gobierno con mayor proporcionalidad que la actual, como para poder influir realmente en todas sus funciones (…) ¿Cuáles son vuestras consideraciones a este respecto? ¿Planteáis alguna propuesta concreta?

Ante la gran diversidad de modelos según comunidades y las significativas divergencias de esfuerzo de financiación de las universidades en función de la administración educativa de adscripción, se propone garantizar un porcentaje mínimo de financiación a las universidades en el PIB de cada comunidad. (Preguntas extraídas del documento que hizo circular el ministerio de Universidades en el primer trimestre de este año, reseñado en reportaje de ABC).

¿Qué busca el inocente viejecillo, afable demagogo disfrazado de profesor bonachón con estas propuestas? Más que insuflar los ánimos del estudiantado contra el profesorado en una especie de torneo de popularidad donde se le vio defendiendo los “exámenes online” como alternativa a los presenciales obligatorios, ganando el aplauso de la insensatez estudiantil, se plantea ahora el ministro algo mayor.

En principio, agita contra la universidad privada. Los comunistas odian la educación que no controlan pues les impide imponer su proyecto. No puede un sistema comunista permitir, entonces, la existencia de la universidad privada, no dependiente del presupuesto público y de las imposiciones de agendas desde el poder, pues si lo permite estaría permitiendo la existencia del centro de fermentación de la acción contraria al régimen, que estallará obviamente desde la ilustración contra la opresión. 

Es historia. Ver la educación privada como un negocio con fines de lucro que permita imponerle tributos como cualquier empresa, no para seguir la lógica de cualquier economía, sino para limitar la acción de las instituciones universitarias privadas, hasta su desaparición total.

Darle al estudiante la posibilidad de decidir, más allá de las carreras que desea estudiar o las materias que en dicha carrera desee concentrar en función de sus gustos y aptitudes, es ridículo. Que un alumno reñido con los números, exija que en su formación como Sociólogo le excluyan  la Estadística, no es democratización de nada. Es simple demagogia que redunda en la caída de la calidad de la formación, que al final y con el paso de los años tendrá como resultado una masificación de profesionales mediocres, donde la cantidad será alta pero la calidad será, simplemente, chavista.

Y sobre el tema de la financiación, arma preferida del comunismo contra la universidad libre, el ministro agita además la bandera -o afinca la banderilla, según se vea- de la política autonómica y todos los complejos que manejan los independentistas de toda laya: las diferencias presupuestarias, Madrid nos roba, España nos roba. Así, queriendo congraciarse con los golpistas catalanes planteando la posibilidad de más presupuesto para sus universidades, pasa por alto de forma aviesa que el resultado de esto será peor que la enfermedad, pues se profundizarán las brechas entre las universidades capitalinas y las universidades de provincia, larga discusión en todos los países y que por lo que se ve, en España está lejos de resolverse si la mentalidad será la misma que sostiene el mediocre ministro de universidades.

Quiero decirles, de verdad, que si esto no es chavismo, sinceramente no se qué diablos será.

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