¿Qué hará el gobierno de Estados Unidos con el caso venezolano? Una respuesta breve a esta pregunta puede ser muy simple, injusta y a la vez demoledora: nada. Ahora bien, ¿realmente Washington tuvo en cuenta hacer «algo» con Venezuela en el último cuatrienio? Supongo que no lo sabremos nunca con exactitud. Sin embargo, lo interesante ahora va de determinar cómo pueden cambiar las cosas en los tiempos por venir.
Ese fenómeno criminal-político llamado chavismo llega en este 2021 a 22 años en el poder y las perspectivas para el país latinoamericano con un nuevo ocupante ahora dentro de la Casa Blanca no parecen ser las mejores.
Durante los cuatro años que Donald Trump fue presidente de Estados Unidos, y especialmente en los últimos dos (cuando apareció la figura del gobierno interino encabezado por Juan Guaidó) las dudas siempre estuvieron abiertas: ¿Iba el multimillonario a procurarle una salida de fuerza a Maduro, o todo se trataba de un bully que al final iba a resultar en mucho ruido y pocas nueces? ¿Estábamos ante un hombre con la determinación firme de enfrentar por cualquier medio al socialismo en América Latina o más bien teníamos al frente a un oportunista que buscaba desesperadamente obtener votos en el exilio anticomunista cubano que hace vida en el Estado de La Florida? La duda siempre estuvo allí. Al menos había espacio para la incertidumbre, para soñar…
Con la llegada de Biden la cosa toma otro matiz. Aunque se ha insistido hasta la saciedad en que el enfoque de política exterior de EEUU con respecto a Venezuela ha llegado a concitar un apoyo entre Demócratas y Republicanos, generando un consenso bipartidista sobre la pertinencia de que el país vuelva a la democracia, las primeras señas que van apareciendo en el camino con el nuevo gobierno a días de instalarse formalmente son, por decir lo menos, preocupantes.
La nueva Administración demócrata no ha anunciado aún quién será el hombre o la mujer clave para manejar el caso Venezuela (si es que acaso el país reviste alguna importancia para un gobierno que está por estrenarse). Sin embargo, se estima que algunos nombres tendrán incidencia en el abordaje de esta papa caliente: tal es el caso de Juan González (apuntado por Biden para encargarse de los asuntos de gobierno para América Latina), el senador Bob Menéndez (quien posiblemente pase a presidir la Comisión de Exteriores del Senado) o Leopoldo Martínez Nucete (Venezolano, exmiembro del partido venezolano Primero Justicia y ahora miembro del Comité Nacional Demócrata).
Pero más allá de estos nombres que rondan en el ambiente hay uno que reviste especial interés: se trata del congresista Gregory Meeks, representante por Nueva York desde hace más de 20 años y que recientemente se ha convertido en el Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU. Meeks ha labrado una relación de cercanía con el chavismo desde –al menos– el año 2002. Después de que Chávez fuese removido del poder por algunas horas Estados Unidos precisó de un acercamiento al gobierno venezolano, y Meeks fue parte importante de aquello. En aquel entonces se desarrolló una iniciativa que comprometía a parlamentarios venezolanos y estadounidenses, llamada el “Grupo de Boston”. Dentro del grupo, que fungió básicamente como un enlace para limar asperezas entre el gobierno norteamericano y el venezolano, destacaban el propio Meeks y Nicolás Maduro, quien para aquel entonces era integrante de la Asamblea Nacional de Venezuela.
La relación con Meeks no terminó allí. De hecho estuvo yendo y viniendo de Venezuela por varios años, teniendo comunicaciones al más alto nivel dentro del chavismo. En 2006, por ejemplo, fue contactado por el presidente de la internacional Stanford Bank, Robert Allen Stanford. ¿El objetivo? Pedirle a Meeks que contactara al propio Hugo Chávez para que ordenase investigaciones penales contra el banquero venezolano Gonzalo Tirado (a la sazón Presidente de Stanford Bank Venezuela).
Al cabo de unos años Tirado fue señalado por la justicia venezolana debido a manejos fraudulentos y estafas que había perpetrado al pasar por distintas entidades bancarias y firmas de abogados. En cuanto a Robert Allen Stanford, hoy cumple una condena de más de 110 años de prisión por haber estafado a miles de clientes con un esquema Ponzi.
De acuerdo al Comité de Ciudadanos por la Responsabilidad y la Ética en Washington (CREW, por sus siglas en inglés), Meeks forma parte una ingrata lista que agrupa a los congresistas más corruptos del Capitolio. Allí se le señala por recibir continuamente donaciones de origen dudoso (como las que frecuentemente le dispensaba el propio Sr. Stanford) y prácticas de aprovechamiento del cargo que ha detentado por más de dos décadas para motivaciones de índole personal. Meeks es recordado también por haber sido uno de los pocos funcionarios norteamericanos que despidieron los restos mortales de Hugo Chávez, tras su fallecimiento en 2013.
La relación de Meeks con Chávez, Maduro y el chavismo siempre ha estado allí, a la vuelta de la esquina. Cuando surgía alguna tensión y había que hacer el trabajo sucio, el curtido equilibrista moral siempre estaba allí.
Las nebulosas declaraciones del entorno de Biden, que desde el mismo momento de la campaña presidencial han sugerido que con el tema Venezuela se debe pasar a otro “enfoque”, uno “más amplio”, que no descarte otro tipo de aproximación al tirano y que incluso pase por la revisión de las sanciones a las que éste ha sido sometido, prácticamente anulan el optimismo que se pueda tener sobre algún viento de cambio favorable en la región. En medio de ese mar de fondo ha aparecido recientemente el congresista Meeks a meter la cuchara.
En conversación con la Associated Press, el veterano burócrata de Washington ha deslizado que, en virtud de su rol dentro de la Cámara de Representantes, está listo para conversar con Maduro si Biden requiere sus servicios. Del tiranuelo venezolano dice tener muchas memorias que datan de 20 años atrás, recordándolo como un «buen oyente, comprometido con la justicia social». Para Meeks los escenarios de diálogo no deben cerrarse, aunque experiencias recientes –como que muy trágicamente dirigió el Reino de Noruega– han fracasado estrepitosamente: «Tendríamos algunas conversaciones muy duras sobre lo que ha ocurrido y lo que debe ocurrir para deshacer algunas de las cosas autoritarias que han sucedido desde que se convirtió en Presidente». En fin, el gato mordiéndose la cola, por los siglos de los siglos…
No sabemos si Meeks cobrará importancia como mandadero de Biden en el caso Venezuela. No sabemos si alguno de los otros que he listado más arriba se alzará con el título que hoy ostenta el viejo halcón Eliott Abrams (Enviado Especial del Gobierno de los EEUU para Venezuela), erigiéndose entonces en su recambio. Ya esta semana el propio Abrams ha emitido declaraciones que eventualmente sellan su partida del cargo en días próximos, diciendo que pase lo que pase y venga quien venga, el gobierno norteamericano seguirá apoyando a Juan Guaidó. Un gran consuelo. En todo caso, lo que sí parece estar claro es que, en los próximos cuatro años, el país caribeño podría caer en un limbo dentro de la ya abultada agenda de intereses exteriores de los EEUU.
La inmovilidad en la que ha caído el llamado “Gobierno Interino” que preside Guaidó y una política de Washington que parece haberse quedado sin repertorio, han dejado la puerta abierta de par en par para que los sesudos asesores del bando demócrata –creyentes a pie juntillas del mundo multipolar, el diálogo y las salidas consensuadas de manual– consigan tierra fértil para seguir dejando el caso venezolano a la buena de Dios, como mucho. Ese es el riesgo.
En medio seguimos estando los venezolanos; convencidos hasta la saciedad de que, frente a este inmenso problema, solos jamás podremos.