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CINCO DÍAS PARA LAS PRESIDENCIALES

Elogio del sinvergüenza inocente

El presidente Trump durante un acto de la campaña electoral 2020 (Carlos Barria / Reuters)

Toda esta indecible fosa séptica de corrupción que está manando del disco duro de Hunter Biden me ha hecho pensar hasta qué punto está Trump limpio como una patena: ha tenido durante más de cuatro años a los mejores servicios de inteligencia del mundo revisando minuciosamente su pasado con la laboriosidad con que un beneficiado del régimen de Maduro revuelve en los contenedores.

Hay dos tipos de hombre sin un pasado que pueda desenterrarse para arruinarle la carrera, y los dos están en la Casa Blanca. No sé si se han parado a pensarlo, pero Donald Trump y Mike Pence hacen una magnífica pareja precisamente por eso.

Pence es el caballero sin tacha, una suerte de Sir Galahad el Puro de la política. Devoto creyente, se ha ganado las burlas e incluso la irritación del siglo con su propósito de no comer o cenar jamás con una mujer a solas, ni aún por motivos profesionales, si no es en presencia de su esposa. Le han tachado por ello de machista para arriba, pero hay que reconocer que esa estrategia evita muchos quebraderos de cabeza en la era del #MeToo.

Donald es casi el extremo opuesto. No es que no esté cuajado de defectos, pero es lo que los primeros desarrolladores de páginas web llamaban ‘wysiwyg’, “What You See Is What You get”, lo que ves es lo que hay. Vanidoso hasta el narcisismo, grosero, petulante, bocazas, mujeriego, fanfarrón, impulsivo… Sí, pero todo eso está a la vista, ya está, no hay nada más. Es, por acuñar un término, el Sinvergüenza Inocente. No hay en él doblez o engaño.

Biden, por el contrario, se vende como representante de la decencia, y ha resultado ser un tipo que se ha forrado vendiendo a su país.

Cuando empezó todo, ese 2016 que ahora parece tan lejano como si fuese otra era geológica, recuerdo haber pensado que sí, que ese tipo había dado con la tecla, que había identificado los problemas de los que ninguno de los dos partidos hablaban nunca, pero, ¿tenía que ser el adalid de causa tan necesaria un tipo tan impresentable, un magnate inmobiliario con dorados hasta en el cuarto de las escobas que iba por la tercera mujer, el presentador de un ‘reality’ que hablaba como un vendedor de coches usados?

Con el tiempo, me he convencido de que la respuesta es un rotundo “sí”. No hubiera valido un inmaculado James Stewart, caballero sin espada; no hubiera valido un Pence con sus modales de caballero del Viejo Sur (aunque sea de Indiana). La época exigía un Trump, exigía un sinvergüenza, demandaba alguien que conociera de cerca el navajeo y las prácticas sucias de la élite americana.

Entre ayer y hoy salió otro capítulo del culebrón Hunter/Joe Biden, con la entrevista realizada por el mejor periodista de la televisión americana, Tucker Carlson, a uno de los destinatarios de los correos, socio de Hunter, Tony Bobulinski, quien confirmó la veracidad del escándalo y, más importante, que el gran beneficiario de todos los negocios sucios era el viejo Joe, a quien Dios ha concedido probablemente lo segundo mejor después del arrepentimiento: el olvido.

Es un bombazo se mire por donde se mire, pero los grandes medios, esos mismos que pueden pasarse horas de televisión o páginas de prensa debatiendo la dieta del presidente hicieron como si pasara un carro. Sin novedad, señora Marquesa.

Por cierto que lo del disco duro es tan espectacularmente condenatorio, tan perfectamente desastroso, que ha hecho nacer dos teorías conspiratorias muy divertidas que corren por las redes. Según la primera, muy freudiana ella, sería una especie de forma de autocastigo del propio Hunter. No sé si han visto alguna de esas películas de asesinos en series en las que el investigador dice en algún momento: “quiere que le capturemos”. Pues algo así. Hunter se da cuenta de que ha tocado fondo, no se atreve a confesar directamente, y ha usado esta fórmula para encontrar redención en el castigo y, de paso, castigar a toda una banda que sabe tan infame como él.

La segunda es algo menos literaria. Los demócratas se han dado cuenta desde hace tiempo que están condenados a perder, con ese balbuceante Biden soltando disparates y esa Harris universalmente odiada por sus propias bases, así que prefieren echar la culpa de la derrota a un escándalo -y al propio candidato, perfectamente prescindible- que reconocer mérito alguno al propio Trump.

Oh, bueno, está bien traído.

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