«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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tuvo todo para triunfar y no quiso

Iván Duque, el presidente que no supo gobernar Colombia

El presidente de Colombia, Iván Duque. Europa Press

Cuando el actual Presidente de Colombia, Iván Duque, en un día del mes de Julio de 1998 publicaba en el Semanario colombiano «Tolima 7 días» la columna que llevaba por título Los pecados de Álvaro Uribe, poco se imaginaba que aquel joven universitario de 21 años, que se identificaba como politólogo–investigador, miembro del Partido Liberal de su país, ubicado por tanto en el centro progresista, pues no hay que olvidar que los liberales colombianos pertenecen a la Internacional Socialista, en la que criticaba con dureza al expresidente Álvaro Uribe, calificándolo de enemigo de la paz, estaba utilizando el machacado discurso que en su día utilizó el expresidente Juan Manuel Santos o actualmente los manifestantes cuando gritan por todo Colombia y en sus manifestaciones en el exterior para injustamente descalificar al exmandatario, atribuyéndole la mala gestión del actual Presidente, por el simple hecho de haberle apoyado en su aspiración presidencial.

En este texto que extraigo de la columna precitada se contienen las lindezas que Iván Duque publicaba sobre Álvaro Uribe, con posterioridad su principal apoyo:

“Uribe es identificado como un escudero de las Convivir, es decir, con una expresión clara de la extrema derecha colombiana, que concibe la paz únicamente como resultado de una victoria militar sobre los alzados en armas. Pero ahí no está lo más grave».

No cabe duda que este párrafo hubiéramos creído que habría sido firmado o pronunciado al día de hoy en uno de sus incendiarios discursos por el líder opositor Gustavo Petro, demás líderes de la izquierda colombiana o los vociferantes vándalos que están asolando con los paros y sus chantajistas bloqueos, las calles y vías del querido país cafetero.

Imagino que Duque, en multitud de veces se arrepentiría de publicar dichos comentarios, posiblemente emitidos sin conocer todavía personalmente al carismático político paisa, Álvaro Uribe Vélez, fruto de su bisoñez y que habrá llegado a concluir que no se pueden emitir opiniones en base a juicios previos sin conocer en profundidad al destinatario de las críticas y menos consecuencia de las acreditadas diferencias ideológicas que tenía.

Seguro que Duque fue modificando su opinión sobre el jefe del Centro Democrático y más cuando entendió, siguiendo los consejos de sus padrinos del BID que lo avalaron ante el expresidente que si quería medrar en política en Colombia ante todo debía ganarse la confianza de Uribe, quien evidentemente si tuvo conocimiento de la citada columna periodística del actual mandatario, obviamente se lo disculpó. 

Me consta la generosidad de criterio de Uribe con algunos de sus detractores, lo cual es motivo de ensalzamiento y prueba de su gallardía y hombría de bien.

Así fue como en la travesía del desierto que el expresidente inició desde que dejó el Gobierno en el 2010, Iván Duque le acompañó como su asistente tanto cuando aquél tuvo el encargo de la ONU en la Misión sobre el conflicto de Mavimarmara en Oriente Medio o cuando dictaba clases en la Universidad de Georgetown o conferencias para el think thank Concordia.

A partir de ahí, la historia es conocida. Uribe le llamó en Septiembre del 2013 para unirse con él a la lista del Centro Democrático al Senado, en un puesto puntero, obteniendo bajo el paraguas del líder su escaño de Senador, curul en Colombia.

Duque poco a poco veía que los objetivos ya los estaba cumpliendo y posiblemente ahí habría ya empezado a sustituir la referida columna por el título de Las virtudes de Álvaro Uribe.

El actual presidente no tiene un currículum vitae, hoja de vida en Colombia, malo pero tampoco es excesivamente  brillante ni por formación ni por experiencia. Es Abogado, pero nunca ejerció como tal, se inclinó por el área económica de la cultura. Salvo una pequeña incursión como asesor de Juan Manuel Santos en su época de Ministro de Hacienda y en el Gobierno de Andrés Pastrana, su casi total dedicación laboral se desarrolló principalmente en el Banco interamericano de Desarrollo (BID) en Washington en puestos técnicos de segundo nivel, como asesor del Director para Colombia y Perú de la institución o como Jefe de Sección de Cultura y Creatividad en el ámbito de las artes, de ahí que hiciera bandera en su campaña electoral de la consabida Economía Naranja.

Al final, al no poder cumplir todas las promesas efectuadas a artistas, literatos, cantantes, etc., éstos se vieron defraudados y no le ahorran críticas.

Pero el momento cumbre para Duque llegaría en los meses previos de las Elecciones Presidenciales del 2018, cuando Uribe se dejó convencer por algún consejero áulico, a la sazón impulsor del candidato naranja y apoyó su candidatura presidencial obteniendo el aval de su candidatura tanto en las votaciones internas del Centro Democrático como en la Consulta interpartidista celebrada a renglón seguido junto a los candidatos conservadores Marta Lucía Ramírez, hoy Vicepresidenta de su Gobierno y flamante Canciller, y Alejandro Ordóñez, actual Embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA). 

Los comicios electorales del 2018 no pueden salir mejor para el uribismo. Y así, en las elecciones legislativas el Centro Democrático es la fuerza más votada en el país con el mayor número de escaños, curules en Colombia, en el Congreso de la República. Álvaro Uribe logra ser el senador más votado en la historia legislativa del país y a renglón seguido ejerce de correa de transmisión de su liderazgo, prestigio y tirón electoral, y le transfiere a Duque todo su caudal político, de manera que el actual mandatario arrasa en la segunda vuelta de las presidenciales, obteniendo una votación histórica jamás vista en el país de mas de diez millones trescientos mil sufragios, siendo legítimamente Presidente de la República con el 53,78 % de los votos.

Lógicamente, el electorado colombiano fue muy generoso con Duque, al cual le endosó el activo electoral del que en la historia reciente era titular Uribe con la esperanza de que el espabilado muchacho de brillante oratoria, pero de escaso carisma y popularidad -y con una errática gestión de gobierno, como al final se demostró, al menos para los difíciles momentos del país-, continuara las políticas de seguridad democrática, cohesión social y confianza inversionista, contenidas en los famosos, tres huevitos de Uribe.

Al final casi tres años desde su toma de posesión, un aciago por lluvioso 7 de Agosto, premonitorio de las tormentas que le iban a acechar a partir de ese momento, pandemia de Covid – 19 incluida, Iván Duque Márquez, el liberal, el hijo del Ministro de igual nombre, el crítico de Uribe en aquella publicación del Tolima, reconvertido a posteriori a admirador oportunista de el gran colombiano, seguidor en España de Albert Rivera y su Ciudadanos, hoy el primero fuera de la primera escena política y el partido, más cerca de la desaparición que de otra cosa, se está debatiendo con sus errores y tratando de aguantar el tipo para evitar ser el primer Presidente fallido de la historia moderna de Colombia, pretendiendo impedir que aquellos negros nubarrones que aparecieron sobre el cielo de Colombia, aquel 7 de Agosto no le lleven por delante su precipitada llegada a la Casa de Nariño.

Desde un principio gobernó de espaldas al partido que le sirvió de plataforma, el CD no el Liberal de sus amores, con quien sigue compartiendo mesa y mantel, con su Presidente, César Gaviria, para sacar a flote sus ya últimas iniciativas políticas.

Formó un gobierno de excompañeritos, la mayoría de su mismo segundo o tercer nivel tanto del BID como de su alma mater, la Universidad Sergio Arboleda, de claro perfil tecnócrata junto a miembros del gobierno santista, en el conocido circunloquio político colombiano donde siempre hay 200 o 250 personas que gobierne quien gobierne siempre ostentan puestos públicos, disfrutando todos ellos de las prebendas del tan esquilmado Estado colombiano.

Y ello, sin prever que la política de dicho país iberoamericano habría requerido de personas que debían haber defendido interna o externamente su acción de gobierno, ante las dificultades, como en estos momentos estamos viendo.

Su escaso liderazgo en enfrentar los paros, su permanente escondite en la sede presidencial sin dar la cara in situ al país, solo a través de la pantalla de su anodino y cansino programa diario en Telecovid, como sarcásticamente se le llama a su espacio televisivo en el canal público sobre la pandemia, la sensación de orfandad de la ciudadanía ante el vandalismo y su inacción ante el chantaje de los bloqueos, la desconfianza en sí mismo, más pendiente de lo que dijera la comunidad internacional que de resolver el problema que sufrían la gente de bien de Colombia, pusieron el resto en este cóctel explosivo de falta de imagen y de popularidad.

En otro artículo de este autor de título, La defensa de la institucionalidad de Colombia, publicado en medios españoles, ya he comentado sobre la débil defensa de la institucionalidad colombiana por su diplomacia exterior. Para no redundar me remito íntegramente a los argumentos esgrimidos en el mismo.

Duque fue advertido por personas del CD y estoy seguro por el propio expresidente Uribe de la mala orientación de su gobierno, de las inadecuadas acciones que estaba ejecutando, de la necesidad de cambiar el rumbo con medidas más profundas para resolver las necesidades sociales que estaba desatendiendo. Como aquella de lo inadecuado de someter a aprobación, la conocida reforma tributaria en plena pandemia, que ha servido de chispa de los tristes acontecimientos que vive actualmente Colombia, así como otras premisas de actuación para un mejor gobierno haciendo a todo ello caso omiso.

Iván Duque, independientemente de la grave la incidencia del covid-19 en el país, pudo ser ese gran Presidente que encarrilara un futuro promisorio para Colombia, poniendo las bases de la modernización de la nación como seña identidad de un posible legado positivo, hoy descartado. Su juventud atisbaba su conexión con los jóvenes de su país, pero éstos han sido los más críticos con él. Al final su inexperiencia política llena de recetas técnicas ha podido más.

No hay que olvidar que existió la percepción que antes del covid los grandes datos macroeconómicos en una nación tan desigual como la colombiana le empezaban a acompañar. Tenía a su favor: 1) un grandísimo apoyo electoral que aunque no era de su propiedad en su casi totalidad si lo usufructuaba, 2) al primer partido político y a otros aliados parlamentarios que lo apoyaban y 3) lo más importante, al mejor consejero político que cualquier dirigente colombiano desearía tener a su lado, Álvaro Uribe, quien tiene al país metido en su cabeza permanentemente, pero al que no quiso escuchar. A pesar de que para la prensa era un títere, al contrario, se refugió con sus malos colaboradores en palacio junto con su tozudez y obstinación en no atender consejos adecuados.

Duque lo tuvo todo para triunfar, no quiso y al final está luchando por acabar su mandato, posibilitando lo que Juan Manuel Santos tanto persiguió y no pudo lograr, enterrar al Uribismo o la catástrofe del acceso de la izquierda populista al poder, por primera vez en la historia del país iberoamericano.

Aunque esperemos que Álvaro Uribe siga siendo el muro de contención ante la incompetencia y a la persecución como lo hizo con la traición. 

Esa es la suerte que todavía tiene Colombia.


Néstor Laso es Abogado, Profesor de Derecho en el Grado de ADE en la Universidad Europea del Atlántico (España) y de Relaciones Internacionales en el Grado de Ciencias Políticas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Fundación Universitaria UNINCOL (Colombia). Es español con nacionalidad colombiana.

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