«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Una veintena de aviones de China penetraron en su espacio aéreo

La Administración Biden, convencida de que Pekín sopesa la invasión de Taiwán

La isla de Taiwán, antigua Formosa, es un curioso lugar, a medio camino entre la ilusión y la Realpolitik. Los nacionalistas del Kwomintang, liderados por Chiang Kai-shek, sintiendo perdida la guerra civil que mantenían con los comunistas de Mao Zedong, apoyados por Stalin, se retiraron a la isla, entonces parte de China.

En la práctica, esto supuso el nacimiento de un nuevo país, aliado de Estados Unidos. En la ficción del Derecho Internacional, no: ellos eran China, el único Gobierno legítimo de China, aunque solo ocuparan ese pequeño territorio. De hecho, su nombre oficial ha seguido siendo República de China.

Esa ficción se mantuvo y fue útil durante la primera parte de la Guerra Fría, sobre todo cuando la China comunista cayó en el marasmo económico y en la depauperación más absoluta mientras Taiwán se convertía en uno de los ‘pequeños dragones asiáticos’.

Ahora, en cambio, a muchas décadas del acercamiento de Nixon con Pekín y a unas cuantas del espectacular enriquecimiento de la China continental, la ficción es cada día más insostenible y, además, geopolíticamente explosiva. Porque Pekín nunca ha disimulado su deseo de ‘reunificar’ definitivamente el país y, por culpa de esa misma ficción, ni siquiera sería técnicamente una invasión de territorio extranjero.

Y eso es lo que podría estar planeando ahora mismo Xi Jinping, según los mandatarios estadounidenses -aliados de Taiwán-, según informaciones aparecidas este fin de semana en el diario británico Financial Times. El rotativo asegura que, en opinión de la Administración Biden, Pekín estaría “sopesando activamente la idea de tomar el control de Taiwán” ahora que su líder Xi Jinping se siente más seguro y deseoso de afianzar su liderazgo interno. Nada como una buena guerra patriótica para aunar voluntades en torno al gobierno.

Como para confirmar el reportaje, el viernes una veintena de aviones de la Fuerza Aérea china, incluyendo bombarderos, penetraron en el espacio aéreo taiwanés en la mayor incursión hasta la fecha.

China estaría eligiendo el momento perfecto. ¿Se atrevería el nuevo presidente Biden, asediado por una masiva crisis fronteriza en su propio suelo y tras haber reforzado la presencia militar en Oriente Medio, a declararle al coloso chino una guerra en su propio terreno por una isla diminuta?

Declinar la intervención, por otra parte, también es un riesgo considerable. Señalaría ante la opinión mundial que Estados Unidos renuncia a seguir siendo el hegemón en el Mar de China, que ha tratado como propio durante décadas, y, sobre todo, haría de Washington un aliado poco o nada fiable, metiendo el miedo en el cuerpo a Japón y Corea del Sur.

La demostración de fuerza sobre los cielos de Taiwán ha acabado por convencer a los estrategas del Pentágono. El Departamento de Estado respondió con una nota en la que urgía a Pekín “a cesar su presión militar, diplomática y económica sobre Taiwán”.

Por su parte, el Almirante John Aquilino, recién nombrado comandante de las fuerzas estadounidenses del Pacífico, alertó la semana pasada al Comité de Servicios Armados del Senado que la amenaza sobre Taiwán “está mucho más cerca de lo que cree la mayoría”.

En las pasadas elecciones presidenciales, los demócratas eran vistos como más amistosos frente al régimen chino, que no disimulaba su deseo de que venciera Biden, una visión que se vio reforzada cuando se supo de los cuestionables negocios con el Partido Comunista Chino que habían enriquecido a la familia Biden. Pero en la reciente cumbre chino-estadounidense en Anchorage pudo comprobarse lo obvio: China y Estados Unidos son como trenes que avanzan en dirección contraria por una misma vía y la colisión parece cada día más difícil de evitar.

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