Siendo el sagrado dogma del Cambio Climático Antropogénico impermeable a la realidad, nada ha cambiado ni va a cambiar por el hecho de que en La Palma haya un volcán en plena erupción que está emitiendo más de 1.200 toneladas diarias de dióxido de azufre (SO2) con un acumulado de 250.000 toneladas desde que comenzó la erupción. Y que solo en un día expulsó 1.600 toneladas de dióxido de carbono (CO2). Después de todo, se trata de que nosotros cambiemos nuestros hábitos, pero todavía no se atreven a imponérselo a los volcanes.
Todo es como siempre, lo que no deja de resultar curioso en un fenómeno calificado como ‘cambio’; si acaso, cada vez es más inminente el apocalipsis y cada vez más urgente que nos dejemos arrebatar nuestra prosperidad y nuestras libertades y no ser, así, condenados al silencio por negacionistas, como quiere establecer la periodista Angels Barceló.
Y, sin embargo, las probabilidades de que salga de la cumbre del clima que este año se celebra en Glasgow algo más que declaraciones huecas y buenas intenciones tiende a cero. Y es que no está el horno para bollos.
Por un lado, están todos aquellos grandes que, aunque han logrado ya un peso descomunal en números redondos, aún están lejos del nivel de vida percápita que disfrutamos en Occidente. A China, por empezar por el más evidente, la cosa le corre prisa. Es ya la fábrica del planeta, el proveedor del mundo, pero el nivel de vida medio de su población está aún lejos, y la transformación debe concluirse antes de que su superada política del hijo único dé sus frutos envenenados: cada vez menos jóvenes produciendo para cada vez más jubilados.
Por eso China emite más gases de invernadero que Estados Unidos y los países de la Unión Europea sumados, y por eso es improbable que vaya a aceptar recortes en la generación de energía cuando ya está sufriendo una cadena de apagones ruinosos en toda su red. Pretender que Xi Jinping vaya a renunciar a la prosperidad cierta y presente de su país para evitarle a la humanidad un mal dudoso en un nebuloso futuro es dejarte engañar como un chino.
Así lo cuenta el New York Times: «Los cortes de electricidad se están multiplicando por fábricas e industrias, poniendo a prueba la condición del país como capital mundial de una producción fiable. Los cortes han llevado a las autoridades a anunciar el pasado miércoles un esfuerzo para extraer y quemar más carbón, a pesar del compromiso adquirido de reducir las emisiones que causan el cambio climático. Se ha ordenado la reapertura de minas que se cerraron sin autorización (…). Se están elaborando incentivos fiscales para las centrales de carbón (…). Se ha pedido a las autoridades locales que sean más flexibles con los límites al uso de energía que se impusieron en parte como reacción a la alarma climática”. Aunque no haga de ello un lema electoral como Trump, Xi lo tiene muy claro: China es lo primero.
Y sin recortes en China, ya puede el resto del mundo empobrecerse a base de molinillos que la emisión de CO2 seguirá alegremente por encima de lo que los calentólogos consideran inadmisible. Pero es que China no está sola en esto.
Está India, que en no muchos años tendrá más población que China y que también aspira a vivir tan bien como los europeos y americanos, faltaría más. India es, tras China y Estados Unidos, el tercer emisor de dióxido de carbono. El 70% de la electricidad que genera el país procede del carbón, y los niveles de inventario de esta materia prima están peligrosamente bajos. Los consejos verdes para que no extraiga y queme carbón como si no hubiera mañana que escuche en Glasgow van a caer, nos tememos, en oídos sordos.
En Europa estamos también al límite, pero en otro sentido. En solo dos años, los precios de la luz han subido un 200% (no todo es culpa de Sánchez, ya ven). El culpable es el gas ruso, que buena parte se está desviando hacia los gigantes asiáticos. Y aunque aquí nos encante hablar de molinillos y placas solares, la dura realidad es que nuestra generación eléctrica depende en un alto porcentaje del gas, un 40% del cual nos lo vende Putin. En el caso español, Argelia, pero las cosas en ese frente se ven cada día más color hormiga.
Rusia es un país poderoso y pobre, una mala combinación. Riquísimo en materias primas y con un nivel de vida percápita similar al de la Europa de los Sesenta, no es probable que le haga una gracia loca que sus clientes se decanten por esas energías verdes que quieren imponer en Glasgow.
Al final, en este tipo de cumbres se enfrenta el interés teórico, repleto de grandes ideales y escasas realidad tangibles, del globalismo militante, con los intereses inmediatos de los países soberanos. Y ya pueden imaginar quién va a ganar este asalto.