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Por decir que su Constitución está por encima de las directivas europeas

La UE se quita la careta: Von der Leyen amenaza a Polonia

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Europa Press

Queda aún gente que cuando lee ‘Estado profundo’ cree haberse topado con una teoría de la conspiración, cuando el Estado profundo no es otra cosa que la burocracia imponiéndose a la expresión de la voluntad popular, algo que vemos todos los días en todas partes.

Nadie cree en serio que Joe Biden, un anciano senil que se olvida con frecuencia de dónde está y confunde a su mujer con su hermana, gobierna de verdad Estados Unidos, como cualquiera podía darse cuenta de que Donald Trump, un hombre de una pasta muy distinta, era incapaz de gobernar porque sus órdenes y planes eran sistemáticamente ignorados o boicoteados por sus supuestos subordinados, entre los vítores de la prensa del régimen. Eso es el Estado profundo.

Como la Unión Europea

Que la Unión Europea se ha hecho de espaldas a los ciudadanos de Europa es demasiado obvio para tener que repetirlo. De hecho, el contubernio de funcionarios no electos que lo decide todo en la UE, la Comisión Europea, ha venido construyendo un megaestado que nadie ha pedido ni votado y que tiene toda la legitimidad de un golpe de Estado. En la práctica, es un golpe de Estado.

Porque jurídicamente la Unión Europea no es otra cosa que un tratado internacional, tratado que las partes no podrían firmar ni mantener si no fueran entidades soberanas. Esa es la Unión que conocemos, la que la gente cree que existe, y la que estamos comprobando, con las amenazas de Ursula von der Leyen y su tropa contra Polonia, que se ha convertido en otra cosa mientras dormíamos.

Polonia ha dicho, a través de su Tribunal Constitucional, que la Constitución polaca está por encima de esas directivas europeas que se pergeñan en despachos sin que los ciudadanos puedan decir esta boca es mía. Es decir, Polonia ha dicho lo que debería ser evidente y con su reacción histérica y matonesca, la UE se ha quitado la careta y reivindicado su vocación de IV Reich.

El único periodismo que resuena en el público es el local, y eso explica que sigamos más atentos a las patochadas de un Sánchez y sus cuates que a lo que de verdad va a condicionar nuestras vidas, que siempre llega de fuera. Y por eso es trágicamente comprensible que los españoles corrientes sigan «lo de Polonia» como si no fuera con ellos la fiesta, cuando es lo que puede decidir cómo serán sus vidas y su entorno político.

Porque hoy Polonia, como en 1939, es el campo de batalla que decidirá buena parte de nuestras vidas. De cómo acabe este pulso dependerá, por ejemplo, que votar sirva para algo, o que la Constitución que nos dimos sea o no papel mojado

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