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el gobierno actúa como traficante de personas

Las misiones médicas cubanas: una industria esclavista para el enriquecimiento de la cúpula del régimen

Tenemos que reconocerlo: el sermón del socialismo no es malo. La realidad demuestra que es notablemente cruel, mentiroso, detestable. Pero a los políticos socialistas, a la izquierda en general, les sigue funcionando el marketing de mostrarse como los más preocupados, los más humanistas, los más bondadosos de la historia. Los que más hacen por la educación y la salud pública. Lo cual es una monumental falacia. 

Las misiones médicas -y de adoctrinamiento cultural- cubanas en Latinoamérica constituyen ejemplos de este vulgar embuste, que todavía atrapa a muchos y que se sigue vendiendo en todas partes, a pesar de incontables denuncias y caídas de telones que durante décadas han cubierto la corrupción de la familia Castro y sus asociados en la región. Desde Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Hugo Chavéz y Nicolás Maduro en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador o Evo Morales en Bolivia hasta Daniel Ortega en Nicaragua. Un ejército que ha desprestigiado con creces la democracia, destrozado la institucionalidad y por consiguiente herido -casi de muerte- las libertades individuales. 

Bajo el mandato de Donald Trump se desnudó la corruptela del castrochavismo y se sancionaron una y otra vez sus violaciones de derechos humanos, pero, como sabemos, las sanciones no serán nunca un arma suficiente contra el bandidaje de este bien llamado «eje del mal». Por desgracia la historia lo sigue demostrando. 

En diciembre de 2019, en un evento de la Fundación Conmemorativa de las Víctimas del Comunismo, realizado y auspiciado por la Organización de los Estados Americanos, Carrie Filipetti, exsecretaria de Estado adjunta para Asuntos de Cuba y Venezuela durante la administración Trump, aseguró que las misiones médicas cubanas son «un mecanismo a través del cual el régimen cubano viola las normas de derechos humanos y laborales, internacionalmente definidos, de su propio pueblo, mientras que simultáneamente siembra la discordia política y social en todo el mundo«. Algo que desde hace años viene señalándose en varios ámbitos. 

La funcionaria estadounidense denunció que, según el testimonio quienes se han fugado de dichas misiones, «muchos médicos cubanos, a menudo bajo presión, se convierten en agentes extranjeros que incitan a la violencia y se involucran en la coacción política. En los últimos años, los médicos cubanos han amenazado con no proporcionar tratamiento a pacientes venezolanos si no votaron por Maduro, han estado conectados a la incitación a protestas violentas en Bolivia, y han falsificado datos para ventaja política y económica para el régimen de Maduro» y el resto de las dictaduras del siglo XXI, entre otras actividades que socavan la soberanía y propagan el terror. 

A finales de 2019, Jeanine Áñez, la expresidente de Bolivia -desde hace más de cien días en prisión preventiva por oponerse a las estructuras dictatoriales de Evo Morales- expulsó de su país a más de 700 cubanos integrantes de las misiones médicas, y reveló que de 702 supuestos doctores, solo 205 tenían títulos de medicina. El resto, según se informó, realizaba supuestas labores técnicas o conducía vehículos. Algo que, además de dispararle las alarmas a algunos de los que aún se creían el cuento chino del régimen cubano, también ayudó a desnudar, aún más, la real naturaleza de estas misiones, que constituyen mano obra barata para hacer negocios sucios y a la vez una pantalla compasiva para infiltrar de agentes de influencia comunista. 

En lo que va de siglo se ha enviado el mayor número de médicos cubanos al exterior. Pero se trata de una estrategia que el castrismo, instalado en el poder en 1959, viene perpetrando desde sus primeros años. Según datos del régimen, el 23 de mayo de 1963 se instaló en Argelia la primera «misión médica internacionalista», una especie de industria esclavista para el enriquecimiento de la cúpula habanera y caldo de cultivo comunista en varios continentes. 

En el diario Juventud Rebelde -un medio más de propaganda que de comunicación castrista- se cuenta que el 16 de octubre de 1962, Ahmed Ben Bella, a pocos días de ser elegido primer ministro de Argelia, aterrizó en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana, donde le recibió Fidel Castro. «Las 36 horas que duró su estancia en Cuba fueron de trabajo intenso, con prolongados intercambios entre los dos estadistas», asegura el rotativo. 

Apenas Ben Bella partió, en su discurso por la inauguración de la Escuela de Medicina Playa Girón, Castro dio a conocer el nuevo negocio revolucionario, bajo el manto del «internacionalismo proletario» y con el pretexto de que el proceso de independencia había dejado sin médicos a los pobres argelinos: «La mayoría de los médicos de Argelia eran franceses y muchos han abandonado el país. Hay cuatro millones más de argelinos que de cubanos y el colonialismo les ha dejado muchas enfermedades, pero tienen solo un tercio -e incluso menos- de los médicos que nosotros tenemos. […] Por eso les dije a los estudiantes que necesitábamos 50 médicos como voluntarios para ir a Argelia. Estoy seguro de que no faltarán voluntarios […] Hoy podemos enviar solo 50, pero dentro de 8 o 10 años, quién sabe cuántos, y estaremos ayudando a nuestros hermanos […] porque la Revolución tiene el derecho de recoger los frutos que ha sembrado«. Así Castro puso en marcha su trata de galenos. Un negocio en el que nadie le ha ganado. 

Desde entonces Cuba ha enviado a casi medio millón de profesionales de la salud a trabajar -para el régimen y sus socios- en más de 160 países de África, Asia, Medio Oriente, Latinoamérica y Europa (con el caso de Portugal). La lista es bien larga: Angola, Arabia Saudita, Argelia, Bahréin, Burkina Faso, Cabo Verde, Catar, Chad, Congo, China, Dominica, Eritrea, Etiopía, Gambia, Ghana, Granada, Guatemala, Guinea Conakry, Guinea Ecuatorial, Guyana, Jamaica, Kenia, Kuwait, Mauritania, Mongolia, Mozambique, Nicaragua, Níger, República Dominicana, Suazilandia, Sudáfrica, Tanzania, Timor Leste, Trinidad y Tobago, Turquía, Uruguay, Venezuela, Vietnam y Zimbabue. Y otros más.  

En el 2020, la familia Castro aprovechó el coronavirus para ofrecer sus «servicios médicos» y plantar la semilla de la manipulación comunista en varios países, entre ellos Italia, el Principado de Andorra, Venezuela, Nicaragua, Jamaica, Barbados, Antigua y Barbuda, Belice, Dominica, Granada, Haití, San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía y Surinam.

Aunque la mayoría les recibió sin aspavientos o sin entender la verdadera naturaleza de estas «misiones», no faltaron las protestas. A Ciudad de México llegaron a finales del pasado año unos 500 médicos cubanos, a quienes no esperaron con los brazos abiertos.  

El 17 de diciembre, el Ministerio de Salud Pública (Minsap) publicó en su cuenta de Twitter la noticia, cayendo en un craso error geográfico: «En el día de hoy partió hacia México una Brigada Henry Reeve, compuesta por 500 profesionales del sector de la salud, que contribuirán al enfrentamiento a la Covid-19 en este país centroamericano«. 

Las respuestas críticas no se hicieron esperar: «Una tiranía genocida, destructora de pueblos. Esos son los delincuentes que les regalaron esos títulos a cambio de adoctrinar a nuestros pueblos«, respondió @cubanSD14. «Gracias pero no queremos su ayuda, aquí tenemos médicos de primer nivel igual que ustedes. No queremos que nos hablen de su revolución. Aquí no queremos vivir como ustedes«, escribió Clau. 

@DSI_Tco expresó: «Si el Ministerio de Salud Pública no se toma la molestia de ubicar a México como país Norteamericano (no somos Centroamérica), menos se va a tomar la molestia de enviar personal debidamente capacitado para hacer algo. Demagogia y populismo le llamamos, y de eso ya vomitamos«. Mientras que @laugonzalezmx enfatizó: «Regresen por donde vinieron. Nuestros médicos mexicanos saben, valen y hacen mucho más. Yo apoyo a #BatasBlancasMX». 

«Si ni siquiera saben que México está en Norteamérica. Sus “médicos” se la pasan comiendo y solo son fuente de ingresos para Cuba. Los que los mandan son unos viles proxenetas. No los necesitamos», manifestó @ElJuntapalabras, entre muchas otras expresiones de rechazo. Una pregunta clave fue formulada por @Carcamenxmex: «Me podrían decir cuál es el sueldo mensual de un médico cubano?», a la que respondió @cubanSD14: «Una miseria. Ellos se quedan con un 10% o 20%, el resto se lo roba la tiranía cubana». Es curioso que aún la dictadura cubana no haya eliminado dicho tuit. 

Un dato irrefutable que echa por tierra el falso discurso socialista de que se trata de misiones de carácter humanitario es que el régimen comunista de La Habana sólo les entrega a sus galenos un pequeño porcentaje del salario que, como capataz-Estado, recibe por ellos. Además, les mantiene vigilados, reprimidos, les obliga a realizar actividades de adoctrinamiento, les despoja de sus pasaportes y coacciona a sus familiares en la isla. En fin, nada que ver con una misión o una intención humanitaria. 

De ahí que el Informe sobre el Tráfico Humano para el 2021, realizado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos señale a Cuba como uno de los 11 países donde el gobierno -el régimen castrista- actúa como traficante de personas

A cargo del Buró de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo del Departamento de Estado, el documento asegura que el régimen de La Habana «aprovechó la pandemia aumentando el número y el tamaño de las misiones médicas y se negó a mejorar la transparencia del programa o a abordar las violaciones laborales y los delitos de trata, a pesar de las persistentes acusaciones de observadores, ex participantes y gobiernos extranjeros».

También señala que en 2020 «al menos 4 profesionales médicos cubanos murieron tras contraer Covid-19, 3 en Venezuela y 1 en Angola». «Los observadores señalaron que el hecho de no obtener el equipo de protección personal (EPP) adecuado para los trabajadores médicos en Venezuela podría haber contribuido a la muerte de al menos un trabajador. En 2019, al menos 6 profesionales murieron, 2 fueron secuestrados y otros fueron agredidos sexualmente. Muchos profesionales médicos informaron haber sido abusados ​​sexualmente por sus supervisores».

Según el informe, La Habana no informó a los integrantes de estas misiones sobre «los términos de sus contratos», les «confiscó sus documentos y salarios« y, ante el abandono o deserción, amenazó a los profesionales médicos y a sus familiares«. «Todos los acuerdos se realizaron bajo arreglos financieros poco claros. Además de las misiones médicas, el gobierno se benefició de otros programas de exportación de mano de obra igualmente coercitiva, incluidos profesores de danza y entrenadores deportivos en Venezuela, ingenieros en Sudáfrica, técnicos forestales en Angola y marineros mercantes en todo el mundo».

Dos de los señuelos y eslóganes fundamentales -y fundamentalistas- del socialismo, son la educación y la salud públicas gratuitas, es decir, falsamente gratuitas. Ninguna de estas actividades es gratis. Ni hace falta que lo sean. Los ciudadanos no necesitamos que venga un vocero estatal a comprar nuestro voto con cantos de sirenas. Lo que precisamos es libertad para acceder a los recursos, productos y servicios. Este es el único camino hacia al verdadero progreso -no el progresismo- que hasta hoy se ha probado. Muy al contrario de la pedigüeña dependencia estatal que persigue y ha implantado el progresismo en el mundo contemporáneo. 

Y aunque estos anzuelos progres, socialistas en esencia, pescan en unas lagunas más que en otras, no se puede negar que siguen funcionando. Lo vemos no sólo en Latinoamérica. En España y otros países de Europa, y por supuesto en Estados Unidos, no es una simple amenaza, sino un hecho. Un mal en desarrollo que, de no arrancarse de raíz, pudiera arrastrar a la pobreza –aunque la incredulidad aún reine y se ría jactanciosa– a millones de personas del país más rico del mundo. Hace rato que empezó esa guerra, que ya no es silenciosa. 

Hablando de pobreza. Parecería que el socialismo produjera una droga que empobrece la capacidad intelectual, abofetea el sentido común y vuelve a todos yonquis del Estado, que es la antesala de convertir al Estado democrático en un régimen, más prosaico o más edulcorado, pero al final totalitario. Y en parte esa droga ha funcionado porque se sigue colocando en todas partes: en las familias, las escuelas, las instituciones del Estado, las empresas, las arengas de políticos y sindicalistas, en las famosas ONG, incluso en grupos religiosos, en la cultura y, por supuesto, en los medios de comunicación.Todo esto -y muchísimo más- logra un efecto que la peligrosa droga socialista comparte con otras narcóticos: afectar la memoria. Pues al Estado se le hace más fácil manejar a los ciudadanos si, al margen de la realidad y la historia, permanecen entretenidos o drogados con la eterna lucha por mantenerse en el ejército o el sindicato o el partido que mejor reparte las migajas, que jamás son reconocidas como tales, sino muy publicitadas como «beneficios» y «ayudas». El Estado socialista es la mayor fábrica de insolvencias de la historia y aún así la gente sigue comprando sus productos. Una locura. Un trauma colectivo del que la humanidad necesita curarse con urgencia.

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