«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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La izquierda, cada vez más puritana, regresiva e hipersensible

Los progresistas ya no defienden la libertad de expresión

Libertad de expresión
Libertad de expresión

Hace medio siglo, los progresistas solían impulsar la libertad de expresión ilimitada, a la vez que acribillaban a los conservadores por su supuesta ceguera tradicionalista. Presumían de acabar con los límites, antes normales, del arte, la música y la literatura para permitir la desnudez, la profanación, la sexualidad y el cliché anti-estadounidense.

¿Y ahora?

La izquierda se ha vuelto victoriana, cada vez más puritana, regresiva e hipersensible. La censura totalitaria y la quema de libros se han convertido en sus métodos obligatorios.

La profesora Grave Lavery, de la Universidad de Berkeley (California), se ha sentido tan ofendida por el último libro de Abigail Shrier, Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Daughters [Daño irreversible: la locura transgénero que seduce a nuestras hijas], que ha hecho más llamamientos de los que suele hacer para que se prohiba el libro. Incluso ha instado a quemarlo.

«Animo a mis seguidores a robar el libro de Abigail Shrier y quemarlo en una pira«, tuiteó Lavery hace unos días.

¿Acaso el autodenominado perro guardián progresista, la Unión de Libertades Civiles de Estados Unidos [American Civil Liberties Union, ACLU], ha hecho o dicho algo para defender la libertad de expresión? No. Lo que ha hecho, en cambio, un miembro  de la ACLU ha sido echar más leña al fuego. «Detener la circulación de este libro y estas ideas es una causa por la que vale la pena morir», ha tuiteado Chase Strangio, director adjunto de la ACLU para la justicia transgénero.

Observen todos esos melodramáticos verbos humanitarios como «robar», «quemar» o «morir».

Recientemente, algunos miembros de la sede canadiense de la editorial Penguin Random House se han enfrentado a la dirección por la publicación, por parte de la editorial, del nuevo libro de Jordan Peterson, Beyond Order [Más allá del orden], secuela de su anterior éxito de ventas, 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos.

¿Cuáles eran sus objeciones a este libro? Peterson, que ha criticado la noción de privilegio blanco y afirma que la masculinidad está siendo atacada, ha sido acusado de «supremacista blanco», «discurso de odio» y «tránsfobo». Estos no son, ni más ni menos, que los sinónimos utilizados por nuestra generación para etiquetar al hombre del saco de las generaciones anteriores: «herético», «bruja» y «comunista».

Amazon, Facebook, Google y Twitter son más refinados cuando suprimen libros, películas, comunicaciones e ideas que no les gustan, y que no quieren que gusten a los demás.

Alex Berenson ha autoeditado una serie de panfletos en Amazon que ofrecen un punto de vista discordante sobre la eficacia de los confinamientos obligatorios debidos al Covid. De repente, Amazon bloqueó su entrega más reciente; pero la presión pública ha forzado a la multimillonaria compañía a dar marcha atrás.

Amazon hizo algo similar con el miembro senior de la Hoover Institution, Shelby Steele, cuando se negó a transmitir su documental What Killed Michael Brown? [¿Qué mató a Michael Brown?], sobre el fatal tiroteo de 2014 en el que Brown fue abatido a tiros por la policía en Ferguson, Mo., y las relaciones raciales en Estados Unidos. De nuevo, el público, ofendido, ha obligado a la compañía a dar marcha atrás de lo que parece ser un esfuerzo sistemático e ideológico de detener la difusión de libros y películas que no apoyan la causa progresiva/regresiva.

Observe el patrón. Las editoriales y las plataformas no afirman que estos libros y películas sean mediocres. Después de todo, al principio aceptaron publicarlos o transmitirlas.

Sus continuos y repentinos cambios están causados por una presión progresiva fundamentalista, del tipo usado por las redes sociales para eliminar de las plataformas, y no solo, todas esas políticas e ideologías que no son bienvenidas.

La Primera Enmienda de la que fue la nación más libre del mundo está en coma. Este vez sus enemigos no son los hombres del Ku Klux Klan encapuchados que quieren intimidar a los afroestadounidenses, o los teóricos de la conspiración de extrema derecha que intentan acabar con supuestos comunistas.

No, los culpables ahora son las élites progresivas e izquierdistas del ámbito editorial, los medios de comunicación, Silicon Valley, el ámbito académico, la industria del entretenimiento y el gobierno. Confían tan poco en la lógica y persuasión de sus argumentos que, por miedo, intentan prohibir, cada vez más, todo aquello que les molesta.

El mes pasado, el Distrito escolar de Burbank, California, eliminó del currículo escolar el clásico Matar a un ruiseñor y otros libros sobre cuestiones raciales.

La izquierda no solo se opuso al nombramiento de Brett Kavanaugh como juez del Tribunal Supremo, sino que intentó destruir su carrera y reputación difamándolo.

Algunos profesores de la Universidad de Stanford han acosado al Dr. Scott Atlas, miembro de la Hoover Institution y experto en salud pública. Su supuesto crimen había sido advertir al presidente Trump de que los confinamientos y cuarentenas pueden, en última instancia, perjudicar más que el propio Covid-19. Hace unos días, Atlas ha dimitido de su cargo como asesor de Trump para la pandemia.

Los esfuerzos por censurar, eliminar, desacreditar o destruir el trabajo de cualquiera que tenga puntos de vista diferentes son reverenciados por las élites ricas y poderosas de la izquierda y sus instituciones.

Siguiendo el modelo orwelliano, estas han redefinido los conceptos de iliberal y vengativo como estar woke (despierto), ser ilustrado y progresista. Y todo esto por el bien público más que por sus propios intereses.

Qué ironía que las almas gemelas de los progresistas actuales no sean Sócrates, Galileo y Harper Lee [autora de Matar a un ruiseñor], sino el populacho ateniense, Joseph McCarthy y los talibanes.

En el pasado como en el presente, estos zelotes y difamadores encubren su intolerancia afirmando que están defendiendo la verdad. Destruyéndola.

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Publicado por Victor Davis Hanson en The National Review.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta de la Iberosfera.

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