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UNA HISTORIA DE SINDICALISMO Y CRIMEN EN IBEROAMÉRICA

Lula y el eterno regreso de la izquierda impune

Foto: EuropaPress
El expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. EuropaPress

La izquierda necesita un relato, una historia, un drama. Podrían tranquilamente ser teóricos de la izquierda los dramaturgos latinoamericanos, padres de la telenovela que tantas lágrimas le ha arrancado al público mundial, con la sufrida niña que sirve como doméstica en la casa de unos pérfidos millonarios que son, en realidad, sus abuelos.

¡Oh! la niña que tuviese la hija mayor de la casa producto de un romance furtivo, antes que sus padres la enclaustraran en un convento. O antes que enloqueciera y muriera encerrada en la habitación del oprobio de la vieja mansión. Esa es la madre de la sirvienta que es vejada a diario y que termina –¡oh maldición!– enamorada del niño de la casa. Ese galante caballero que si hacemos números, vendría siendo algo así como su primo hermano, o su tío. Todo dependerá de la imaginación de los dramaturgos.

Todos sabemos, claro está, que la sirvienta termina siendo la heredera, se casa con el galante caballero que no es su primo pues una infidelidad intermedia lo coloca fuera del árbol genealógico. Todos sabemos el final feliz. Pero igual seguimos viendo la telenovela de principio a fin, pues lo interesante es su desarrollo.

El poder en Latinoamérica siempre impune

Lula Da Silva y sus comunistas, de la variante “laborista” latinoamericana mejor conocida como Movimiento Sindical, han tenido a su favor durante toda su carrera, las circunstancias. La coyuntura les ayudó a estar sin estar y a ser el centro sin serlo necesariamente.

El Movimiento Sindical es un fenómeno latinoamericano que escondía, normalmente, a elementos de izquierda: de la más extrema a la más académica. Escondía detrás de una supuesta o aparente “independencia ideológica” su lucha contra el status quo capitalista. El problema es que esas luchas estaban protegidas por la legitimidad que les ofrecía la ilegitimidad de los regímenes de los países donde actuaban.

No había “Movimiento Sindical” promoviendo protestas, huelgas o exigiendo elecciones libres en Venezuela, Colombia, Costa Rica o México, las que quizás fuesen hasta la víspera las democracias más sólidas de la región. En dichos países había sindicalistas en todos los partidos. Sindicalismo libre asociado a los liberales, a los socialdemócratas o a los social cristianos. Sindicalistas que movían maquinarias propias o cedidas por el Estado.

Pero no eran eso que veíamos en Brasil, Argentina, Uruguay, Nicaragua, Chile, El Salvador o Guatemala desde los años setenta. En esos países, sumidos en dictaduras algunas de las más duras y otras algo blandas –pero dictaduras al fin–, veíamos al Movimiento Sindical como el refugio táctico de los comunistas para imponer su modelo, disfrazándose de luchadores contra el régimen. Muchos de ellos alcanzaron gran respeto a nivel mundial. Fuese defendiendo la causa indigenista, el periodismo libre o los derechos de obreros y campesinos, el imaginario izquierdista llenó las portadas de la prensa mundial de una Rigoberta coloridamente vestida, de un Chamorro asesinado en su redacción, de un Lula sudoroso y en mangas de camisa con un parlante en la mano.

Eran los héroes anti-sistema. A nadie le interesó la ideología en ese entonces, pues peleaban contra el dictador.

Así, al caer el régimen, nos encontramos en primera fila de las preferencias a los líderes de ese Movimiento. Les tocaba entonces abrirse paso al poder, esta vez dentro de lo que ellos pedían contra las dictaduras: elecciones libres y transparentes.

Lula lo intentó a la primera nada más inaugurarse la democracia. Aquel barbudo elemento que clamaba contra el pago de la deuda externa no pudo ganarle al elegante Collor de Melo. Ese mismo Collor de Melo que caería por impeachment para dejarle el paso a un gobierno interino de Itamar Franco, cuyo ministro de Hacienda Fernando Cardoso sería desde la socialdemocracia quien implementaría los planes de refacción de una economía gigante pero recalentada. Casi un milagro permitió que emergiera el Brasil del Mercosur, el gigante exportador regional que crecía sin parar.

Contra ese super ministro Cardoso se volvió a enfrentar Lula da Silva, dos veces. Fue a la cuarta candidatura, con una economía saneada y en crecimiento, tan fuerte que ningún comunista con trasnocho podría destruir, que el Brasil decidió darle el voto de confianza a Lula.

Las ilusiones de la izquierda siempre venden

Es aquí donde empieza entonces la telenovela. De pronto, todo lo bueno del Brasil emergente se le debía no a las reformas previas a Lula, sino a la presencia de Lula en el poder. Se le olvidó al mundo que mientras el Brasil echaba a andar el programa de reformas económicas más ambicioso de la región, Lula y su Partido de los Trabajadores siempre se opusieron. Nunca dieron su voto de confianza a las reformas, por el contrario, se opusieron a las mismas, mantuvieron a la militancia en la calle y promovieron los movimientos anárquicos y antidemocráticos que dentro y fuera de las fronteras brasileñas se lanzaron a la agitación contra las democracias.

Dentro del Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra se lanzó a la yugular del sistema, diciéndole al mundo que era mentira el desarrollo brasileño, pues según ellos se sustentaba en un feudalismo que seguía manteniendo en manos de feroces y pérfidos terratenientes las tierras cultivables que a los “campesinos” se les impedía tener.

Obviamente, un ataque al derecho a la propiedad se convierte en una reivindicación de la Igualdad que tanto le gusta a la izquierda. Resulta ser que los problemas en Brasil acabarían si se les quitaba a los terratenientes, malvados latifundistas, las tierras que en derecho habían adquirido, y se le repartían a los campesinos sin tierra. Esa era la fórmula: invadir grandes propiedades, fincas y unidades de producción agrícola en plena producción y reivindicar el “derecho” de los invasores a tener dichos dominios, porque eran unos “campesinos sin tierras”.

La agitación fue general. Duró al menos tres lustros de forma sostenida, con productos culturales apoyando la supuesta lucha de los “sin tierra”. Canciones, películas, telenovelas, etc, mantuvieron vivo el tema. Fue quizás uno de los grandes logros del infame Foro de São Paulo, donde el Movimiento Sin Tierra era prácticamente la estrella, junto a otros desarrapados de la izquierda continental, agrupados en una nueva ola de agitación ordenada por Fidel Castro, ideólogo fundador del nuevo centro organizador de la insurgencia socialista a través de los mecanismos que la democracia permitía.

¿El final de la telenovela? Con los “sin tierra” amenazando al aparato agroproductor, llega Lula al poder como gran pacificador. Garantía de que las demandas serían satisfechas. Tras casi dieciséis años de gobiernos del partido de Lula, con él y con Dilma en el poder, no se repartió ¡ni una sola hectárea! Al fulano movimiento de los Sin Tierra. Que por supuesto, sigue existiendo, pero que no se lanzó a invadir más durante esos años. Ya habían logrado su fin: llegar al poder, con el testaferro que resultaba ser Lula.

Impunes vuelven

Y ese ejercicio del poder, como es “en nombre de los pobres”, no importa si en su actuar multiplica a los pobres. Porque al fin y al cabo, si los pobres crecen, da igual pues el que gobierna es “uno de nosotros”.

Lula podía aliarse con un dictador como Fidel mientras le exigía al régimen militar brasileño garantías democráticas que su aliado cubano le negaba a sus disidentes. Podía al llegar al poder aliarse con el dictador Hugo Chávez para impulsar un “nuevo modelo democrático” no solo en sus países, sino en todo el continente.

Lula fraguó la espantosa maquinaria del financiamiento irregular a través de Odebrecht para que la izquierda fuese haciéndose con el control de las estructuras estatales en toda la región. La cara fea de ese proceso era Hugo Chávez, a quien se le permitía el escándalo, el bochorno y la cualidad de vociferante grosero, por ser ni más ni menos que el principal financista de la trama, que se pagó con los petrodólares de la Venezuela que vio llegar el precio de su petróleo a niveles superiores a $100 por barril.

Se devela la trama: con dinero de Odebrecht se le daba dinero al político gobernante para que otorgara contratos y concesiones. Pero también se le daba dinero a la oposición para que no denunciara las contrataciones corruptas, además de asegurarse de que en caso que esa oposición llegara al poder, no dejara de contratar a Odebrecht.

En Venezuela fue mucho peor: con dinero que salía de Odebrecht, se le pagaba a políticos opositores al chavismo para que fuesen opositores a la medida del chavismo. Opositores a la carta, sin salirse del juego chavista y sin aspirar a ser gobierno. Es conocida ampliamente la acusación, grabada en video testimonial, del ex presidente de Odebrecht en Venezuela, Euzenando de Azevedo, indicando que sí le dio 35 millones de dólares a la campaña de Nicolás Maduro en 2013, pero que también le dio 15 millones de dólares a la del candidato opositor Henrique Capriles. Este hecho sería suficiente para entender por qué razón Maduro se robó esas elecciones de forma descarada y visible sin que Capriles reclamara más allá de tres días, cuando cesó su reclamo y mandó a la población a sus casas, a resignarse. Capriles nunca ha respondido a las acusaciones de forma suficiente, más allá de lanzar acusaciones al chavismo y negar cualquier vinculación o reunión.

En tal sentido y como prolegómeno, hay que decir que el Lula que vuelve a la política no es el líder del Movimiento Sindical post dictaduras, ni el dirigente que luego de perder tres elecciones entendió que las reformas económicas eran irreversibles. No. El Lula que regresa a la palestra hoy es el expresidente-expresidiario, corrupto y corruptor, cabeza de un gang político y financiero que se planteó la toma del poder en el continente a través del dinero sucio de un entramado industrial en crecimiento, prometedor y audaz.

Lula regresa impune, luego de que le revisara un sistema judicial lo suficientemente corrupto para dejarlo en la calle, después de todo lo que vimos y sabemos. Es ese sistema judicial el último recoveco de las acciones de la izquierda continental, que entendió que ejercer el poder pasaba por controlar a los medios de comunicación que imponen sus líneas, al sistema financiero que les permitiera legitimar los capitales robados y a los sistemas de justicia que les permitan impunidad. Sea en Brasil, en Argentina o en Venezuela, los jueces y fiscales “progresistas” son garantía de impunidad, por siempre. Lo aplaudirán sus medios. Y el dinero reciclado y limpio en apariencia, los ayudará a seguir atacando a la democracia.

Un juego casi perfecto.

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