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¿Realmente hay voluntad internacional para ponerle coto al régimen?

Maduro en la CELAC: una derrota para el mundo libre

El tirano venezolano, Nicolás Maduro. Europa Press
El tirano venezolano, Nicolás Maduro. Europa Press

La llegada a México de Nicolás Maduro para participar en la cumbre de la Comunidad  de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) puso a los interesados en el cambio democrático venezolano frente al espejo, obligándoles a convivir con una verdad agria y tortuosa: el chavismo ha logrado imponerse ante sus adversarios y el “gobierno interino” protagonizado por Juan Guaidó vive desde hace meses una especie de velorio continuado, antes de ser sepultado definitivamente.

Maduro se ha impuesto, sí, a costa de la vida de miles de venezolanos inocentes. Lo ha materializado acudiendo a argucias e ilegalidades para esquivar el sistema de sanciones económicas impuestas por Europa y Estados Unidos para cortar el flujo de capitales que sustenta al régimen rojo.

Prácticamente lo ha hecho bajo una lógica en la que lo importante es el fin mismo de conservar el poder, sin escatimar en los medios empleados. No hay sorpresa para nadie. Maduro no es un demócrata, y por tanto no puede esperarse de él que tenga atención a los mecanismos democráticos para considerar si debe quedarse o irse de la Presidencia.  

El líder chavista había restringido sus salidas al mínimo. Desde que, a comienzos de 2020, la Justicia de los Estados Unidos le responsabilizó de ser la cabeza de una organización criminal incursa en tráfico de drogas y puso precio a su cabeza, Maduro no había viajado oficialmente fuera de Venezuela. De hecho, desde que fabricó y robó unas elecciones presidenciales en 2018, éste no ha participado en ninguna reunión de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Sin embargo, fue invitado a la cumbre de la CELAC y, de paso, pudo hablar con plena libertad. Allí lo único salvable fue el rol de los Presidentes Mario Abdo Benítez (Paraguay) y Luis Lacalle Pou (Uruguay), así como del gobierno colombiano, quienes expresaron públicamente sus objeciones sobre lo que ocurre actualmente en Venezuela y la manera como el chavismo ha manejado al país sudamericano en los últimos años.

El tirano venezolano tuvo espacio para mostrarse en público y dar lecciones de moral revolucionaria, mientras a la justicia estadounidense solo le quedó recordar a través de internet que su captura sería bonificada con 15 millones de dólares, y en tanto Juan Guaidó apenas pudo comentar la cumbre de la CELAC por Twitter, como quien emite sus opiniones sobre un partido de fútbol en curso o la última serie estrenada en Netflix. Esto último atendiendo a un hecho fundamental: que quien estaba sentado ahí, como un Presidente más ante los ojos de sus pares de la región, era Maduro y no él. Punto final.

El marco de la situación es terrible si se asume lo evidente: ni Maduro tiene miedo de circular fuera de Venezuela (pues no se puede poner en práctica su detención, al menos no mientras esté prevalido del poder presidencial y sus prerrogativas), ni realmente ha caído en el basurero de la historia (dado que la llamada “comunidad internacional” ha terminado asumiendo que éste no caerá pronto y por ende tiene que entenderse con él, en tanto es el verdadero jefe del Estado venezolano). No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

Así quedan sepultadas al menos 3 creencias que se tenían hasta ahora con respecto al régimen chavista y su eventual caída, luego de que en enero de 2019 el entonces Diputado Juan Guaidó decidiera asumir, respaldado por un grupo de países del mundo, el rostro visible de una suerte de gobierno alternativo al regentado por Maduro.

La primera de ellas es la consistente en una suerte de solución interna por combustión espontánea. ¿El argumento? Que eran necesarios algunos incentivos para que los militares venezolanos “de bien” se apegasen a la Constitución y la Ley para que, llegado el momento, le quitarían el apoyo al régimen chavista. Este mito se rompió el 30 de abril de 2019, cuando Guaidó y Leopoldo López convocaron a una especie de rebelión cívico militar en las inmediaciones de la base Aérea La Carlota (al este de Caracas).

El llamado nunca fue atendido por ningún sector militar de consideración, el intento naufragó a las pocas horas y el plan de buscar una solución por vías internas quedaba clausurado. Las capas dirigentes de la Fuerza Armada venezolana habían tomado la decisión servir de escudo protector a la satrapía, sin mirar consecuencias.

Si no se podía dentro de Venezuela, quizá una operación internacional con una fuerza militar exterior (de un país o de una conjunción de ellos) finalmente tomaría en serio la amenaza representada por Maduro para la estabilidad de la región y tomaría cartas en el asunto. El caso es que ni los Presidentes vecinos y aliados de la causa democrática Jair Bolsonaro e Iván Duque, ni el propio Presidente Donald Trump llegaron a la determinación de ejercer el uso de la fuerza con el caso venezolano. Desde 2019 esta posibilidad solo apareció en los micrófonos y en ese mismo terreno fue pereciendo progresivamente. Nunca pasó.

La última apuesta de la comunidad democrática internacional con Venezuela ponía sus esperanzas en que el “aislamiento” en el que se había metido Maduro al ser desconocido nominalmente como Presidente de la República, así como la imposición de sanciones económicas sobre su camarilla, iban a escalar las presiones a un punto en el que al régimen no le quedaría de otra que negociar su rendición, para producir así una transición a la democracia. Sin embargo Maduro optó por atarse a Miraflores y resistir a cualquier costo. En esto, que terminó convirtiéndose en una especie de guerra diplomática de desgaste, el régimen chavista ha terminado obteniendo frutos ante el cansancio del mundo frente a un tema que se ha empantanado y no parece dejar demasiadas vías alternas para ser resuelto.

La enseñanza es clara. Frente a los regímenes de la izquierda criminal como el de Maduro, determinados a hacer lo que fuere necesario para quedarse por siempre al mando de sus países, la comunidad democrática internacional ha revelado –hasta ahora– una insuficiencia crónica de mecanismos para frenarles. La cumbre de la CELAC solo ha servido para situar al mundo libre frente al espejo y ponerle a convivir con sus demonios. Ahora solo puede sobrevenir una pregunta que, a su vez llama a la acción: ¿Realmente hay voluntad para ponerle coto a Maduro, o simplemente se ha tratado de una pose durante todo este tiempo?

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