«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
reacciona con inusitada firmeza contra la medida

Oposición al ‘pasaporte covid’: la alcaldesa de Boston lo compara con la esclavitud

Kim Janey, alcaldesa de Boston. Reuters

La alcaldesa en funciones de Boston, Kim Janey, ha reaccionado con inusitada firmeza contra los llamados ā€˜pasaportes de vacunación’ que empiezan a extenderse por las ciudades norteamericanas y que podrĆ­an imponerse a escala federal, creando ciudadanos de primera y segunda clase, al modo del ā€˜crĆ©dito social’ impuesto en China.

Nueva York ha sido la Ćŗltima gran ciudad en anunciar que aplicarĆ” el pasaporte vacunal para acceder a una serie de servicios en el espacio pĆŗblico, pero Janey estĆ” decidida a que el sistema nunca llegue a su ciudad, recordando la ā€œlarga historiaā€ de gente que ha necesitado ā€œenseƱar sus papelesā€ en Estados Unidos, prĆ”cticas que han sido siempre excluyentes y discriminatorias contra la gente de color. ā€œDurante la esclavitud, inmediatamente despuĆ©s de la esclavitud y, ya saben, hasta hace poco, lo que la población inmigrante tenĆ­a que soportarā€, declaró la regidora.

En su ciudad, en cambio, Janey quiere asegurarse de que no se aplique nada ā€œque cree mĆ”s barreras para los residentes de Boston o impacte desproporcionadamente a las comunidades racializadasā€.

A lo que se opone Janey -convenientemente mezclado con la inevitable TeorĆ­a Racial CrĆ­tica– es a la gradual imposición en Estados Unidos y todo Occidente de un sistema similar al del ā€˜crĆ©dito social’ chino con la excusa una pandemia que cada dĆ­a suscita mĆ”s interrogantes incómodos.

El sistema de ā€˜crĆ©dito social’ es una solución para lograr una población dócil a los deseos y caprichos del poder mucho mĆ”s eficaz y menos aparatosa y flagrante que toda la retahĆ­la de policĆ­a polĆ­tica, detenciones y campos de concentración para disidentes de las tiranĆ­as clĆ”sicas del pasado siglo. Es una especie de ā€˜carnĆ© por puntos’ con el que el ciudadano puede sumar o, mĆ”s frecuentemente, restar puntuación segĆŗn sea mĆ”s o menos aquiescente a las ā€˜recomendaciones’ del gobierno.

En lugar de acabar con los huesos en la cĆ”rcel, que siempre resulta un poco embarazoso para el rĆ©gimen, el ā€˜mal’ ciudadano descubre, de pronto, que no puede sacarse un billete de avión, que no le alquilan una casa, que no le conceden un prĆ©stamo y, asĆ­, todo lo que a ustedes se les ocurra, sin drama ni violencia.

En Occidente, esta fórmula empezó de manera, digamos, ā€˜suave’ con el exilio de redes sociales y servicios online a quienes defendĆ­an opiniones contrarias a la dogmĆ”tica de la Ć©lite. Fue el caso del diputado de VOX Francisco JosĆ© Contreras, expulsado de Twitter por escribir una obviedad, a saber, que un varón no puede quedarse embarazado. Y el caso del (todavĆ­a en ese momento) presidente Trump es sobradamente conocido.

Pero la pandemia de coronavirus ha permitido dar un paso de gigantes en este camino hacia los ciudadanos de primera y segunda clase. Cada vez son mĆ”s las voces, entre polĆ­ticos, comentaristas y figuras del mundo de la cultura, que defienden que se impida a los no vacunados con algunos de los productos de terapia gĆ©nica experimental aceptados contra el covid, una enfermedad con una tasa de supervivencia del 99,6%, subirse a un avión, tomarse una caƱa en un bar o visitar un museo. Por ahĆ­ se empieza… y el final del camino es China.

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