Pasadas cerca de tres semanas del arranque de los enfrentamientos entre miembros disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) e integrantes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), el régimen de Maduro ha aseverado este fin de semana que ha tomado control del Estado Apure. El saldo público de las refriegas sitúa el mayor número de bajas del lado venezolano, en el que hasta ocho militares habrían perecido.
La semana pasada se conoció que los miembros de las FARC que sostenían los combates con el Ejército venezolano habrían intentado pactar un cese al fuego, pero la FANB lo habría ignorado.
“Hoy en día el Gobierno (de Maduro) se encuentra ciego, sin darse cuenta que los están traicionando y que los traidores no somos nosotros, los traidores están dentro de ustedes mismos, andan con ustedes, comen con ustedes, ustedes los abrazan y los saludan (…)”, se alcanza a escuchar en unos audios difundidos por el medio colombiano RCN y que son atribuidos a alias “Arturo”, el jefe de uno de los frentes guerrilleros combatidos por las tropas venezolanas en la frontera.
La alusión es a los grupos de la guerrilla liderados por Iván Márquez y Jesús Santrich, a quienes se señala desde hace un tiempo por haber logrado un pacto con el propio Maduro para protegerse en territorio venezolano, tal y como lo recordó la propia vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez en días pasados.
Y allí es donde está el detalle. Para el chavismo es fundamental sostener el escenario de conflicto en la porosa frontera colombo-venezolana, simplemente porque así podrá continuar desarrollando un guion en el que el gobierno de Iván Duque sirve como chivo expiatorio para recrear la existencia de un enemigo exterior.
La inminencia de una amenaza, de una situación extraordinaria, y fundamentalmente de un ataque que puede sobrevenir en cualquier momento, “validan” a Maduro para seguir victimizándose ante la comunidad internacional y a su vez para escurrir el bulto ante el inmenso rosario de penurias que agobian al venezolano promedio, debido a las destructivas políticas socialistas del chavismo. A fin de cuentas la tiranía siempre insistirá en que las motivaciones de tanto caos son externas, nunca internas, y que en este caso tienen que ver con un plan preconcebido desde Colombia.
En ese sentido ha enfilado Diosdado Cabello, quien le cargó todas las culpas del conflicto al gobierno colombiano: “Colombia se declaró, internamente pues, que ellos van a tratar de servirle la mesa al imperialismo norteamericano para atacar a Venezuela. Se van a equivocar porque si nosotros tenemos una guerra con Colombia, se la vamos a hacer en su territorio”.
Y es que en ausencia de la amenaza cantada que significaba el retóricamente beligerante Donald Trump –ése que había puesto “todas las opciones sobre la mesa” y que al menos dejaba el espacio a la duda con respecto a una intervención militar en el país caribeño– el chavismo ha optado por señalar que el enemigo externo, de momento, no es Estados Unidos directamente, sino la cercana y complicada Colombia.
¿Pero por qué proceder a escalar un conflicto justo ahora con Colombia? Para Maduro hay varias razones. Quizá la más evidente es la de encontrar alguien o algo que pague los platos rotos que significa la tragedia venezolana actual. Y eso no es nuevo. Ese fue el proceder del propio Chávez, cuando fabricó conflictos con las administraciones de Andrés Pastrana, Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos.
En segundo término, salta a la vista el nivel de compromiso al que este chavismo ha llegado con los grupos de la guerrilla de la llamada “Segunda Marquetalia”, es decir los que comandan Santrich y Márquez. Grupos que seguramente al día de hoy siguen generando importantes ingresos con la actividad del narcotráfico y para los que Venezuela y su gobierno se han convertido en una zona de tolerancia y además un enclave estratégico para desarrollar sus actividades. De modo que el conflicto es la expresión natural de una FANB que está cooperando con un ala disidente de las FARC que necesita que le eliminen la competencia. Cuestión de negocios.
Finalmente, y más espeluznante aún, este conflicto en particular bien podría ser el modo que encontró Maduro de sabotear el gobierno de Iván Duque, dados los problemas que se estima ha tenido heredando el chueco Proceso de Paz que le legó Juan Manuel Santos, en un contexto en el que la violencia de grupos paramilitares y el negocio de la droga siguen allí.
Esto, sobre todo, si se tiene en cuenta que el próximo año hay elecciones presidenciales en ese país. Elecciones en las que la izquierda, encarnada fundamentalmente en Gustavo Petro y sus afines, amenazan seriamente la estabilidad democrática. Hay que recordar que el chavismo tiene vocación expansiva, aún en sus peores momentos. Y esta podría ser la ayuda que Maduro le esté intentando prestar a sus compinches en Colombia, de cara a esa elección.
Sin embargo, las posibilidades reales de que este conflicto escale a una confrontación de grandes proporciones son algo escasas. Las declaraciones de la propia vicepresidenta colombiana, solicitando una misión de la Organización de Estados Americanos (OEA) que acuda a constatar los desmanes que ocurren en la frontera colombo-venezolana solo dan cuenta de que el gobierno de Duque ha desestimado, al menos de momento, emprender la ruta de la confrontación abierta con Maduro, tal y como ha sido su estilo durante casi 3 años de gobierno.