«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
El problema es que el kirchnerismo no es el único problema

La clase política sentencia a la esclavitud al ciudadano argentino

El presidente de Argentina, Alberto Fernández. Reuters
El presidente de Argentina, Alberto Fernández. Reuters

Sátrapa es el nombre que se dio a los gobernadores de las provincias de los antiguos imperios Medo y Persa. Estos mandatarios eran elegidos de entre los miembros de la nobleza, ejercían el poder judicial y administrativo, imponían y cobraban los impuestos y se encargaban de mantener el orden público. Vivían rodeados de lujo ejerciendo el despotismo más cruel, cosa que hizo derivar su nombre en una condición peyorativa.

Apenas acabadas las elecciones de medio término, Argentina se ha convertido en una gigante y desvergonzada satrapía. Si miramos la foto que acaba de publicar el presidente Alberto Fernández, rodeado de los gobernadores de las provincias presentando el Consenso Fiscal 2022, parece una auténtica pijamada de sátrapas. Todavía no se han enfriado las urnas de las elecciones de noviembre, en las que oficialismo y oposición hicieron de cuenta que se peleaban, y ya una andanada de nuevos impuesto y suba de los viejos, permite delinear lo que le espera al país en el año que comienza. Si el ciudadano argentino necesitaba alguna prueba más de que la política lo ha sentenciado a la esclavitud, estas dudas se disipan con la foto del Consenso Fiscal. Allí el presidente Fernández y el resto de los gobernadores acordaron la creación de nuevos impuestos y la ampliación de facultades impositivas a manos de los gobernadores, que se convierten así en auténticos sátrapas.

El Consenso Fiscal 2022 es la demostración cabal de que en Argentina la democracia está secuestrada por una asociación de vividores a los que sabiamente Javier Milei llama CASTA. Son los encargados de sostener el derrotero fiscal del país, viven una estructura de lujos para sí y clientelismo para sus esclavos y todo se financia con impuestos. Las administraciones públicas, tanto nacional, como provincial o municipal, son monstruos adictos al gasto sin ninguna capacidad para vislumbrar la debacle que deriva de la asfixia económica. Sólo saben gastar para sostenerse y para repartir migajas a quienes sobornan, todo lo demás no importa. Mientras dure, dure.

En la foto de la ignominia del acuerdo entre Fernandez y los gobernadores no está el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta a cargo del único distrito que gobierna Cambiemos (macrismo y derivados), la ciudad de Buenos Aires (CABA). La razón no es que no esté de acuerdo con poner más impuestos sino que Larreta implantó antes que todos los demás una suba brutal de impuestos y un aumento de la valuación de inmuebles que constituye un manotazo al bolsillo de los porteños descomunal. La CABA es la única caja política con la que cuenta el macrismo para la campaña presidencial 2023, y es la razón por la cual el modelo extractivo no puede permitirse descanso.

La cosa es que en poquísimos días subió la carga impositiva argentina, que estaba de hecho en el podio de las más altas del globo. La clase política le ha impuesto a sus votantes una pena de muerte productiva apenas pasadas las elecciones con la única política de Estado que conocen: robar al que produce para mantener sus privilegios.

Es cierto que el oficialismo, luego de la derrota, no da un palo al agua. El acuerdo con el FMI lleva años de demora y la deriva económica se acrecienta. Para pasar las fiestas en paz, el kirchnerismo decidió regalarle droga al adicto con una fiesta de bonos y subsidios que mantengan el letargo de la mitad de la población que vive de la limosna estatal, cada vez más devaluada por la inflación. La emisión monetaria superó a los impuestos como principal fuente de financiamiento del gasto público. Nada que no esté contemplado en el manual bolivariano de decadencia.

Pero desde la oposición de Cambiemos se concatenaron una lista de traiciones: primero la formación llamó a una sesión para tratar un “freno” a la suba del impuesto a los Bienes Personales sin tener los números necesarios para ganarle la votación al kirchnerismo. Le faltaron diputados que estaban (a una semana de haber asumido) de vacaciones en el exterior. El faltazo de los diputados provocó la ira de muchos votantes defraudados que lo tomaron como una irresponsabilidad. Pero la realidad es que las ausencias estaban programadas y que el bloque opositor convocó a sabiendas de que la elección se perdía. Hay que hacer un esfuerzo de fanatismo supino para no ver allí el acuerdo entre las partes.

Para el 2022 también se prevé la sanción de un nuevo impuesto, esta vez a la Herencia, que se sumaría a las tasas y regulaciones confiscatorias que se aplican por heredar cualquier bien. El Impuesto a la Herencia es el nuevo caballito de batalla del kirchnerismo en su lucha contra la “desigualdad” y “las oligarquías”. Un detalle interesante, hablando de oligarquías, es que en el año 2010 y a raíz de la muerte de Néstor Kirchner, la aplicación de la regulación de impuestos, derivados de la sucesión de los bienes del finado, fue suspendida mientras la viuda y actual vicepresidente hacía los trámites correspondientes a la herencia de ella y sus hijos. Dicha suspensión fue dispuesta por la entonces presidente que era la mismísima Cristina Kirchner, curiosamente beneficiaria de la momentánea suspensión. Cuando terminaron los trámites los impuestos volvieron a estar vigentes. El kirchnerismo es la etapa superior del sátrapa.

El Impuesto a la Herencia seguramente tendrá acompañamiento de los opositores de las provincias. Los acuerdos para sostener el expolio fiscal ya están sellados. Prueba de esta connivencia es que se acaba de perpetrar una nueva traición al votante ante las cámaras de TV. Un nuevo pacto entre kirchnerismo y macrismo, consigna que los poderosos intendentes del conurbano bonaerense pueden ser reelectos por más de una década, yendo contra todo lo prometido. Poseer una intendencia significa poseer ingentes recursos jurídicos, políticos y económicos, es un auténtica satrapía que la casta no está dispuesta a abandonar por pequeñeces como la alternancia democrática y los principios republicanos. 

La política argentina no quiere ni puede implementar ninguna política ni plan que no sea la suba de impuestos. Esa es la columna vertebral del pensamiento de su clase dirigente. Desde hace años no se les ocurre otra cosa y han demostrado que oficialistas y opositores no se diferencian a la hora de implementar políticas públicas. Alberto Fernández, luego de dos años de gobierno desastroso medido con cualquier vara, ha conseguido que toda la clase gobernante apoye su plan de esquilmar a la población y este acuerdo es una de las prendas de amor que ofrecerá al FMI para continuar las negociaciones.

Pero como el Estado argentino es insaciable, ya trascendió que se vienen nuevos atracos como la suba de los impuestos al campo, a los Ingresos Brutos y a las tarifas de servicios. Pareciera que la idea es hacer el mayor daño lo más rápido posible para que la gente no lo recuerde en 2023, año de la elección presidencial.

Lamentablemente el presidente kirchnerista no aprovechó la reunión de sátrapas para pedir un acuerdo que mejore la calidad institucional como una modificación en el sistema electoral, por ejemplo. Tampoco se sentaron a pensar cómo mejorar los indicadores de salud, educación o seguridad. O sea, los sátrapas no pudieron acordar ni una sola de las demandas de la población que los acaba de votar, pero sí pudieron, oficialismo y oposición, sentarse a subir impuestos. Ahí no hay grieta, para eso no hay debate. Hoy los argentinos miran a los políticos que han secuestrado al aparato del Estado con desprecio y desconfianza. La clase política toda está aislada por completo de la realidad. El problema es que el kirchnerismo no es el único problema.

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