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Polonia no sobrevivirá si acepta el dominio de la nueva izquierda

Tribuna libre: ‘Una nación que pierde la memoria, pierde también la conciencia’

Manifestación en Varsovia, Polonia. Slawomir Kaminski/Agencja Gazeta/via REUTERS

Europa fue creada por el cristianismo, pero está ahora poseída por un neomarxismo que la lleva a la agonía. Pasé 14 años inolvidables bajo el comunismo traído por tanques soviéticos a Polonia; por eso, tengo anticuerpos que pueden identificar fácilmente su recidiva. El comunismo regresa porque nunca fue inculpado intelectualmente, no tuvo su Nuremberg, y aunque fue un largo infierno para muchas naciones, hoy tiene adoradores y defensores de alto rango. Ahora resulta que el comunismo no produjo millones de víctimas, sino sólo los inevitables “costes de la revolución». Y esta es una victoria propagandística con la que ningún otro producto del mundo puede contar. 

Mis padres, muy educados y leídos, repetían a menudo que en la época comunista era mejor pasar el tiempo con simples campesinos, pues los intelectuales habían aprendido a usar la razón para falsear la realidad y estar en el coro bien pagado por los comunistas. Pero en realidad fue el catolicismo el que salvó al pueblo polaco del comunismo, porque funcionó como una enorme barrera inmunológica para la mayoría, por el simple hecho de que quien cree en Dios nunca creerá en una utopía. Y la utopía es el sello distintivo del comunismo: promete el paraíso, pero siempre termina trayendo el Gulag. 

Polonia nació literalmente con el bautismo del rey Mieszko en 966, y lo recibió de Occidente. Gracias a esto, habíamos entrado en la órbita de la cultura clásica y occidental y nos unimos a la gran familia europea. Por eso los rusos nos han visto siempre como traidores de los eslavos: un alfabeto, una teología y una moral diferentes. Polonia le debe todo a la Iglesia Católica; la defensa del país siempre ha sido igual a la defensa de la fe contra las invasiones de protestantes, ortodoxos, turcos, cosacos. Al mismo tiempo, no hubo guerras religiosas internas en Polonia, aunque la primera confederación polaco-lituana fue un mosaico de nacionalidades y más de 35 idiomas.

El papel de la Iglesia fue incuestionable: la Iglesia fue nuestro «Internet» que nos acercó al Occidente tan admirado. Pero más esencial resultó que el catolicismo pudiera convencer con una visión integral: esta tierra no generó herejes, sino una masa de católicos que vivían un culto mariano excepcionalmente fuerte, responsable de muchos milagros en la historia de las luchas polacas. El reparto de Polonia a finales del siglo XVIII entre tres potencias -Rusia, Prusia y Austria-Hungría- provocó la desaparición política del país durante 123 años. Las tierras tomadas por países extranjeros fueron sujetas a la desnacionalización, la destrucción de la fe y la identidad polacas; en medio de todo ello, la Iglesia polaca fue la única institución con continuidad ininterrumpida. Cuando las estructuras del Estado polaco desaparecieron, la Iglesia conservó todos los tesoros de la Polonia destrozada: fe, patriotismo y un sentido de pertenencia nacional por encima de las fronteras de las tres particiones. Y cuando milagrosamente estas tres partes se volvieron a encontrar después de 123 años de separación, los polacos pudieron volver a convivir como si no hubiera pasado nada grave e incluso afrontar juntos los dos totalitarismos más peligrosos que estaban por venir. No se nos puede entender a los polacos sin la fe católica. Fue una vacuna contra el nazismo y el comunismo, que derribaron nuestra puerta en 1939. La Iglesia polaca ha tenido un papel extraordinario: dio miles de mártires y dos grandes ideas del siglo XX: Misericordia (Santa Faustina Kowalska) y Solidaridad (movimiento contra el comunismo).

Hoy se están realizando esfuerzos para transformarnos en dócil colonia del super-estado de la UE, para lo que necesitan destruir el componente más importante de nuestra identidad: el catolicismo. Algunos polacos, dirigidos por élites traidoras (Tusk et consortes), quieren vender la herencia de sus antepasados ​​a cambio de monedas de plata de los Judas de Bruselas y la admisión en el club progresista, pero otra gran parte de los polacos no está de acuerdo con el dictado de la izquierda y resiste bajo el liderazgo del primer ministro Morawiecki. Parece que tengamos dioses diferentes en Europa, y por eso Polonia, con su apego a los viejos valores, provoca la alergia de lo que la Declaración de París llamó “falsa Europa”. Bruselas reacciona con miedo a palabras como “moralidad”, “familia natural”, “derecho a la vida”. Resulta que lo que los comunistas no pudieron hacer en el siglo XX, matar a Dios, la izquierda contemporánea puede lograrlo.

Polonia no es un “régimen autoritario”: es la UE actual la que representa un régimen perverso. La integración europea tiene un límite, y confío en que mis compatriotas no traguen la pseudorreligión progresista, que apesta a nuevo totalitarismo. Si mi nación pierde la memoria de la presencia de Dios en nuestra historia, también perderá la conciencia y venderá su alma. Nuestra historia muestra que el país cuya mayor idea fue la fidelidad a Dios mereció permanecer y hasta resucitar después de 123 años de inexistencia; pero si su mayor ideal pasa a ser desarrollarse económicamente bajo el dominio de la nueva izquierda, simplemente no sobrevivirá. 

Finalmente, permítanme confesarles algo muy personal.  De niña fui testigo de la ruptura de un aneurisma cerebral de mi querido papá. Era a principios de los 80, una época de ley marcial, un tiempo de mucha desesperanza, y como mis padres no eran comunistas, eso significaba que no tenían ni el dinero ni los contactos necesarios para afrontar situaciones difíciles. Los médicos de la ambulancia dijeron a mi madre que llevara la ropa necesaria para amortajar, porque su esposo no tenía posibilidades de sobrevivir. La ruptura del aneurisma era entonces una sentencia de muerte. Pero ella dijo a los médicos que Dios es el Señor de la vida y la muerte, y que Él salvaría a su marido. Durante cuatro meses, pasó los días en el hospital con su marido, y las noches tumbada en forma de cruz frente al altar de una de las iglesias en el centro de Varsovia. Primera operación: los médicos dijeron que ocurrió un milagro y papá sobrevivió. Luego hubo otra, por complicaciones, y otra. Mi padre fue registrado en las crónicas médicas como caso milagroso, y todavía puedo disfrutar de su presencia enseñando a mis hijos a jugar al fútbol y ​​a resolver los problemas de matemáticas. 

Lo cuento para subrayar que mi universo y el de muchos millones de polacos no se volverá diferente por orden de los globalistas, ni los neomarxistas, ni siquiera los tecnócratas de los Tribunales de Bruselas o Estrasburgo, porque Alguien Todopoderoso ha mostrado su poder muchas veces en la historia de nuestra nación y la de nuestras familias.

En 1953, el Primado de Polonia, el cardenal Wyszyński, envió un memorial a las autoridades comunistas, la respuesta del episcopado a los ataques contra la Iglesia y a los intentos de subordinarla a la tiranía. En sus últimas palabras, los obispos polacos declararon: “No se nos permite colocar las cosas de Dios en el altar del emperador. Non possumus! (¡No podemos!)». 

Los polacos creyentes en Dios seguiremos fieles a ese lema, y aunque el régimen perverso prevalezca  en toda Europa,  «a nosotros los polacos no se nos permite…NON POSSUMUS”. Pero Europa, que se ha olvidado del latín y ha abandonado a Dios, ya no nos entenderá

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Małgorzata Wołczyk (1975) es periodista en el semanario conservador polaco Do Rzeczy.

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