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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Álvaro Cunqueiro: realismo mágico a la gallega

Me han preguntado mil veces qué autores hay que leer para construirse una visión del mundo alternativa a la descomposición presente. Me faltan ciencia y sabiduría para contestar a esa pregunta, pero sí puedo contar qué autores me han marcado y por qué. Por supuesto, sigo buscando. Hoy: Cunqueiro.


“El señor Merlín, según se sabe por las historias, era hijo de soltera y de ajena nación, y vino heredado para Miranda por una tía segunda por parte de madre; pero hacía de esto tanto tiempo que nadie recordaba bien el suceso. Solamente una vieja de Quintás hacía algo de memoria de que siendo niña la llevaron al entierro de una señora de Miranda, y detrás del cura de Reigosa, que cantaba muy bien, iba don Merlín vestido de negro, con una gran bufanda colorada, y ya entonces tenía mi amo la barba blanca”.
Este es uno de los fragmentos iniciales de Merlín y familia, una de las grandes novelas de Álvaro Cunqueiro. Narrador, poeta, periodista y gastrónomo, entre otras cosas, Cunqueiro supo crear un auténtico realismo mágico a la gallega, es decir, a la española, antes de que esa fórmula de “realismo mágico” adquiriera fama internacional.
Cunqueiro era ante todo un poeta, o eso le hubiera gustado ser. Nació en Mondoñedo, en La Mariña de Lugo, en 1911, hijo de un boticario. Es el típico caso de literato vocacional: pasó su infancia devorando novelas populares (sobre todo las de Búfalo Bill) y aún niño escribió una primera novela al modo de las del Oeste, pero con la salvedad de que los cheyenes hablaban en gallego. Empezó a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago, pero no terminó los estudios: la prensa le daba la oportunidad de escribir y Cunqueiro, que no quería hacer otra cosa en la vida, se subió a ese tren. Empezó a escribir para revistas y periódicos, en particular para “El pueblo gallego”. El periodismo le permitía, además, dedicarse a la poesía.

Del galleguismo a la Falange

Cunqueiro se veía a sí mismo, en esta época, como un vanguardista, y a ese perfil responden sus primeros libros de poemas: Mar ao norde (1932), Poemas do si e do non (1933), incluso la Cantiga nova que se chama Riveira, también de 1933, donde además hay una clara influencia de la lírica galaico-portuguesa medieval. Estas primeras obras del Cunqueiro veinteañero están en gallego. Nuestro autor escribía indistintamente en gallego o en castellano con total soltura. Esa elección del gallego tenía un motivo algo más que literario: Cunqueiro era un enamorado absoluto de lo gallego, de su vieja lengua, también de sus tierras y sus paisajes. Y lo iba a ser durante toda su vida. Pero conste que no fue un precursor del separatismo.
Como enamorado de Galicia, Cunqueiro se afilia tempranamente al Partido Galleguista y hace campaña por la autonomía gallega. Pero estalla la guerra civil, que le sorprende ejerciendo de profesor en Ortigueira, y entonces nuestro autor se afilia a Falange Española; no sólo se afilia a Falange, sino que escribe en todas las publicaciones del partido (Vértice, Escorial, Destino, Santo y seña) y se convierte en uno de los jóvenes escritores afines al bando sublevado. ¿Había cambiado de chaqueta?
A propósito de esto quizá convenga decir un par de cosas, y es que la biografía política de Cunqueiro ha sido muy manipulada, según esa costumbre reciente de recomponer ciertos perfiles para hacerlos más “políticamente correctos”. Así de nuestro autor se ha dicho que es uno de los “padres” del regionalismo gallego, porque militó en el galleguismo político. Pero también se ha dicho que fue uno de los escritores del régimen del 18 de julio, porque se afilió a Falange Española. Del mismo modo, se ha dicho que fue antifranquista, porque no tuvo puestos de responsabilidad política. Pero también que fue favorable a la dictadura, porque en la época de Franco dirigió periódicos, recibió premios y jamás se opuso al régimen. ¿Qué pensaba realmente Cunqueiro? Quizá la cuestión sea más simple de lo que parece.
Cunqueiro era galleguista por sentimiento y conservador por temperamento, pero era, sobre todo, un esteta, y en modo alguno un ideólogo. En tiempos republicanos, creyó que el Partido Galleguista representaba sus sentimientos. Cuando estalló la guerra, pasó a Falange, como muchos otros, seguramente porque le pareció bien. Después, trató de desentenderse de cualquier actividad política. No por motivos ideológicos, sino por pura cuestión temperamental. Eso sí, Cunqueiro siempre se dejó querer por cualquiera que apreciara su obra. ¿Es eso un pecado?
Vale la pena traer aquí una anécdota, porque refleja bastante bien la tendencia a la manipulación en ciertas biografías. Hay una leyenda que dice que el régimen de Franco retiró a Cunqueiro el carné de periodista por un misterioso incidente político con la embajada francesa, tras lo cual el escritor rompió con el régimen. La verdad es que ni el incidente fue político, ni Cunqueiro rompió nada. Lo que ocurrió fue lo siguiente: hacia 1943, la embajada de Francia (del régimen de Vichy) había adelantado al escritor un dinero para escribir una serie de artículos de viajes por tierras francesas; Cunqueiro se gastó el dinero, los artículos no aparecían y la embajada, que veía al escritor como un hombre del régimen, protestó ante el Gobierno. El Gobierno de Franco, en efecto, le retiró el carné para satisfacer a los estafados franceses, pero Cunqueiro, aunque no publicó más en Madrid (temporalmente), siguió firmando en la prensa gallega, especialmente en revistas culturales. Un episodio más bien poco épico, como puede verse.

El medievo se hace actual

Tiene más interés que nos concentremos en lo que Cunqueiro hizo a partir de entonces, que fue, esencialmente, escribir. En 1940 había publicado Elegías y canciones; en 1945, Balada de las damas del tiempo pasado. Al mismo tiempo, el mundo interior de Cunqueiro ha alcanzado ya una densidad propiamente material, como si existiera físicamente dentro de su cabeza. Es un mundo en el que el folclorismo rural gallego se mezcla con la cultura medieval europea. Los romances carolingios y el ciclo artúrico hablan gallego y comen lacón con grelos. Es un mundo habitado por hadas y viejas campesinas, molineras de dientes blancos y caballeros errantes, judíos nigromantes y sirenas melancólicas. Lo prodigioso es que ese mundo, en Cunqueiro, se desenvuelve según un estilo estrictamente actual, frecuentemente irónico. Ni siquiera los ocasionales recursos a un léxico arcaico privan a sus textos de ese sabor contemporáneo.
Ese mundo interior de Cunqueiro se plasma, ante todo, en una novela: Merlín y familia, con la que hemos comenzado nuestro relato. Es un libro de narrativa fantástica que el autor ambienta en las tierras gallegas de la selva de Esmelle. Allí habita el mago Merlín con un criado, Felipe, que es el protagonista de la historia y al mismo tiempo su narrador. El viejo barquero Felipe de Amancia consuela su vejez recordando aquellos días felices en que, siendo niño, trabajó como paje del famoso mago Merlín, que a la muerte del rey Arturo se mudó una temporada a un pazo de Galicia para atender a sus fantásticos visitantes: princesas encantadas y barbudas, sirenas doloridas y enlutadas, demonios enmascarados, finos enamorados provenzales… Construida como una sucesión lineal de relatos, en las páginas de Merlín y familia aparecen lo mismo la reina Ginebra, que Manueliña la cocinera y un mozo de cuadras, José del Cairo. Es asombroso ver cómo Cunqueiro dota a cada uno de esos personajes de una atmósfera completamente singular, una mezcla de fantasía y aliento doméstico que envuelve al lector y le catapulta a un universo donde el tiempo no pasa.
Era 1955 cuando Cunqueiro publicó Merlín y familia. La moda en la literatura española de la época era el realismo social más estricto, aquel “insoportable olor a berza” que se había convertido en rasgo mayor de un arte enamorado de las miserias cotidianas. En un contexto así, la propuesta mágica de Cunqueiro forzosamente tenía que ser mal vista por la progresía literaria. Eso no afectó mucho al autor, que poco después publicaba, siempre en el mismo registro, Las crónicas del Sochantre, por el que recibiría el premio nacional de la Crítica en 1959. Este libro se inspira en una tradición bretona parecida a la de la Santa Compaña gallega: una carroza funeraria en que viajan las ánimas en pena. Y ahí tenemos al sochantre Charles Anne de Crozón, soñador y más bien cobardica, que un día es raptado por una hueste de difuntos para que les entretenga con su música. Cuando se le pasa el miedo de convivir con unos muertos que de día parecen personas y de noche son sólo esqueletos, el Sochantre aprende el sentido de la vida; al fondo, la revolución francesa. Si esto lo hubiera escrito un francés, nadie habría dudado en interpretarlo como un canto a todo eso que, por eterno, permanece más allá de las conmociones de la modernidad. Pero como Cunqueiro no era francés, sino de Lugo, nuestros críticos se limitaron a encajarle la doméstica etiqueta de “costumbrismo”.

La soledad del soñador

Al mismo tiempo, nuestro autor iba construyendo en los periódicos una obra realmente sobresaliente. Son centenares, incluso miles los artículos que publica en la prensa durante los años cincuenta y sesenta. Es particularmente monumental lo que hizo en El Faro de Vigo. Cunqueiro había empezado a escribir ahí en los cincuenta, en 1961 entró como redactor de plantilla, entre 1964 y 1965 sería subdirector y en 1965 pasó a dirigir el periódico hasta 1970. Y a lo largo de todo ese tiempo, va escribiendo una serie ininterrumpida de artículos, crónicas de viajes y comentarios no sólo en El Faro, pero sobre todo en él: “El pasajero en Galicia”, “Retratos y paisajes”, “Una ventana”, “Correo sin fecha”, “A vuelta de hoja”, “El envés”, “Camino de Santiago”… Algunos de ellos serán editados después como libros. Para cualquier periodista debería ser una referencia fundamental.
En El Faro de Vigo hizo Cunqueiro, además, algo interesante: publicar todas las semanas traducciones al gallego de grandes poetas universales. Porque, pese a lo que dice hoy la propaganda, en la época de Franco no estaban prohibidas las lenguas regionales españolas. No se impartían en la enseñanza pública, pero, sobre todo a partir de los años cincuenta, se cultivaban con toda tranquilidad, y frecuentemente desde instituciones públicas, lo mismo en el País Vasco que en Cataluña y, por supuesto, en Galicia. La Real Academia Gallega funcionaba con plena normalidad; el propio Cunqueiro fue elegido académico de la misma en 1961.
Después de haber explorado el mito mediterráneo con Las mocedades de Ulises y Un hombre que se parecía a Orestes (por esta le dieron el Nadal en 1968), Cunqueiro lanza nuevos personajes. Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca nos traslada a la Italia del Renacimiento. Allí el valeroso condottiero Fanto Fantini, experto en fugas imposibles, se nos presenta como el último reducto de la imaginación ante la llegada de la Edad Moderna y su aplastante racionalidad. Después viene El año del cometa con su protagonista, Paulos, un joven provinciano, rico y ocioso, en cuyo perfil hay algo que no deja de recordar al propio Cunqueiro: la soledad del soñador, que al final se sostiene sobre la convicción de que, herido de muerte, podría resucitar si sus sueños resucitaran, porque los sueños sobreviven al soñador y le justifican. Tal vez recordara eso Cunqueiro en 1981, cuando la muerte le llamó a su vez. Tenía 70 años y era el escritor gallego por antonomasia.
¿Por qué rescatar a Cunqueiro? Porque es un escritor como la copa de un pino que no merece quedar reducido a mero exponente de un “galleguismo” demasiado manipulado. La grandeza de Cunqueiro no reside en su carné de identidad, sino en la maestría con la que supo introducirse en un mundo fascinante, el de la gran tradición legendaria europea, y construir allí su propio espacio, sus habitaciones particulares, con personajes que no pasan de moda porque hablan más allá del tiempo. Y los que hemos vivido ahí un tiempo, aunque sólo sea las breves horas de la lectura, podemos dar fe de que en las habitaciones mágicas de Cunqueiro se está muy cómodo. Comodísimo.
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