«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

A vueltas con la verdad

Foto de Claudio Schwarz en Unsplash

No sé ya cuántas veces hemos dicho que, para evitar repetir la historia, el mejor antídoto es conocerla bien. Tendremos que repetirlo toda la vida. Un buen ejemplo es la historia del comunismo, algo que los poderes mediáticos progresistas llevan años tratando de maquillar o disimular. Por eso resulta interesante el artículo de Colin Duek en First Things «el coste del comunismo». «Visitar el Museo de las Víctimas del Comunismo es una experiencia extraordinaria», relata, «el museo no sólo educa a los visitantes sobre la tiranía comunista del siglo XX, sino que también nos recuerda que las dictaduras marxista-leninistas continúan sobreviviendo, afectando a las vidas de más de 1.500 millones de personas». 

A medida que las noticias de los disturbios en Francia van cayéndose de las portadas de los diarios, van llegando también los análisis más reposados, como el que hace Sumantra Maitra en The American Conservative: «En algún momento, las minorías cuerdas tendrán que mencionar en público que la migración masiva descontrolada es una maldición que a menudo importa culturas incompatibles. Y la cultura es una variable muy fuerte, independientemente de lo tabú que sea mencionarla en círculos de élite sofisticados. No todas las culturas minoritarias son iguales. Algunos inmigrantes intentan integrarse. Algunos no. Es un hecho, y negarlo o negarse a profundizar en él no beneficiará a nadie, y menos a aquellas minorías que quieren asimilar la cultura de acogida y contribuir a la vida civilizada». Gran —y fundamental— recordatorio para tanto bocachancla recitando el Catecismo Progre sin pararse, si quiera un minuto, a reflexionar en qué es lo que está apoyando exactamente. 

Más allá de Francia, esta semana ha sido noticia, por supuesto, el calor. Pero no el calor de julio, el calor de Madrid, el típico calor del verano, sino la manera en que se han calentado periodistas de todo el mundo calentólogos profesionales para anunciar en gruesos y aterradores titulares que acabamos de vivir el día más caluroso de la historia. Con cierto cachondeo —no es para menos— Cheryl K. Chumley desmiente la hipérbole y desenmaraña mentiras y verdades en su columna de The Washington Times: «El ciclo de noticias está lleno de titulares sobre el día más caluroso jamás registrado, y el día más caluroso de la Tierra, y la Tierra ve el tercer día consecutivo más caluroso registrado, y así sucesivamente. Dar paso a la combustión espontánea de la tierra y con ella, de toda la humanidad, ¿no? No tan rápido. Pague su hipoteca y no pierda el pago del automóvil. La histeria se basa en mentiras».

Y es que vivimos tiempos en que la línea que se separa la verdad y la mentira es difusa, excepto cuando es Sánchez el que abre la boca, que entonces es clarísimo que todo es mentira. En ese contexto reflexiona Elle Purnell en The Federalist: «En esta condición cultural, las personas ya no están preparadas para hablar en términos de la verdad, basados ​​en las leyes de la naturaleza divinamente señaladas, perceptibles por la razón humana. Esos conceptos no están en nuestro vocabulario contemporáneo». 

Purnell esgrime argumentos que no solemos considerar, ni siquiera en la prensa conservadora: «La verdad es inseparable de la bondad. Es más que una precisión informativa estéril: ser verdadero es reflejar el orden creado que, en última instancia, es bueno porque su Creador es la bondad misma. El hombre posee el conocimiento del bien y del mal, y le cuesta caro. Hasta que admitamos el lenguaje de la bondad, y su opuesto, de nuevo en nuestro vocabulario cultural, estaremos discutiendo en vano sobre la ‘desinformación’, y los actores más poderosos lograrán definirla». 

No es, supongo, suficiente con decir la verdad. Si no entenderla, y comprender su relación con el orden natural, con la belleza, con el bien. Y quizá, por el mismo, arrojar de una vez al infierno el efímero término posverdad, colosal gansada con la que muchos evitan hablar de los zarpazos del mal, de la mentira, y de la fealdad en el mundo. 

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