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CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

La hora de la contraofensiva

Pequeñas figuras de la Reina Isabel II, Donald Trump y Joe Biden, en una feria norteamericana. Europa Press.

Las universidades solían grandes centros del saber y del pensamiento crítico. Eso ha terminado en todo Occidente. Es posible que tenga algo que ver el hecho de que «el 60% de los profesores universitarios se identifican como de izquierda o de extrema izquierda. Muchos de ellos tienen una mentalidad intelectualmente cerrada basada en la identidad racial y sexual», escribe Donald T. Critchlow en The Federalist. Las universidades están arrojando al mundo a ciudadanos que desprecian su propio país: «La educación superior estadounidense está produciendo estudiantes que no sólo desprecian al propio Estados Unidos y los valores de nuestra nación, sino que también son ignorantes».

«Gran parte de la culpa de lo que está ocurriendo en nuestras universidades debería recaer en el profesorado woke», prosigue el autor, «que parece más decidido a seguir una agenda política que a impartir conocimientos básicos y habilidades de pensamiento crítico a sus estudiantes». Detectada la anomalía, aparecen los primeros intentos de solucionarlo: «Algunas facultades y universidades están abordando el problema ofreciendo nuevos programas de grado que enfatizan la educación cívica y clásica para arraigar mejor a los estudiantes en los valores estadounidenses». Se trata solo de un comienzo. ¿Qué más se puede hacer? «El primer paso», propone Critchlow, «es que los regentes y las legislaturas estatales insistan en que todas las búsquedas de profesores incluyan amplias áreas de especialización y no se limiten a candidatos centrados en su orientación racial, étnica, sexual o identidad de género».

De forma similar, William Lind propone una gran contraofensiva contra el marxismo cultural en The American Conservative. «La izquierda se ha desplomado. ¿Sesenta y cuatro géneros? ¿Espacios seguros y alertas de activación, como si las universidades fueran guarderías? ¿El cielo se cae si alguien usa un pronombre incorrecto?», escribe, «cuando un movimiento se ha convertido en una sátira de sí mismo, ha llegado a su punto culminante. Entonces es cuando sus oponentes deberían lanzar una contraofensiva». «Si los republicanos toman la Casa Blanca este año, hay algunas acciones específicas que una nueva administración podría tomar para atacar directamente a la base cultural de los marxistas en las universidades. El presidente Trump puso en marcha una durante su primer mandato: cortar todos los fondos federales, incluidos los fondos de investigación, a cualquier colegio o universidad que no adopte una declaración firme, similar a la de la Universidad de Chicago, sobre la libertad de pensamiento y expresión». Tras algunas propuestas más, Lind culmina con un deseo: «Que la contraofensiva crezca y arrase con todo lo que se le presente mientras los estadounidenses recuperan lo que la mayoría de nosotros queremos: una vida normal, libre de todos los ismos«.

En otro ámbito pero con la misma idea de fondo, Elyse Apel propone en The American Spectator acabar de una vez por todas con las subvenciones al mundo del cine. «El presidente argentino, Javier Milei está en el proceso de eliminar la financiación federal para el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la nación, en un intento más amplio de reducir la inflación y priorizar dónde se gasta el dinero; Estados Unidos debería hacer lo mismo», escribe, «los sindicatos de la industria cinematográfica de todo el país han desempeñado un papel influyente en la promoción de estos subsidios. En el caso de Michigan, el MFIA ha desempeñado un papel importante a la hora de impulsar la reinstauración del programa».

«Es poco probable que el Estado obtenga algún retorno de la inversión», añade, «dado el historial de programas de subsidios similares». «No es momento de que Michigan recupere el programa de subsidios cinematográficos», concluye Apel, «en cambio, es hora de que los estados y ciudades de todo el país sigan la vía del presidente Milei y dejen de usar el dinero de los contribuyentes para subsidiar el wokismo de Hollywood».

Una idea que también debería reconsiderarse en España: ¿Por qué el cine sí y tantas otras cosas no? ¿Qué hay del cacareado retorno de inversión? ¿Elegimos los contribuyentes financiar ciertas películas de las que, en el mejor de los casos, nos avergonzamos?

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