«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

Los odiadores razonables

El expresidente estadounidense Donald Trump habla en la Cumbre Nacional del Consejo Israelí-Americano (IAC) - Europa Press

Llevamos algunas semanas hablando del asunto y no es para menos. En cualquier otro momento de la historia, el intento repetido de asesinar a un candidato y expresidente de los Estados Unidos habría provocado días y días de análisis, debate y portadas dentro y fuera del país. No es el caso. Hace tiempo que la izquierda le retiró la condición de «ser humano» a Trump, y por si no había quedado claro, con el último intento de asesinato aún reciente, Hillary Clinton, que se suponía la lista del reformatorio, insistió en la misma dirección: el peligro que representa el candidato republicano; a Clinton le parece que el peligro es el candidato republicano y no quienes están intentando matarlo una y otra vez.

En National Review, siempre entre el amor y el odio a Trump, más lo segundo que lo primero, se ocupa del asunto Becket Adams, y no oculta su indignación: «La prensa opta por culpar a las víctimas y por la apatía. Algo extraño ha sucedido. Este verano, Estados Unidos vivió lo que deberían ser el tipo de momentos que definen una generación y que hacen que un hombre recuerde, incluso décadas después, exactamente dónde estaba cuando escuchó la noticia», señala, antes de detallar los dos intentos de tirotear mortalmente a Trump.

«La gravedad del asunto, sumada al poco tiempo transcurrido entre los hechos, exige nuestra atención y un debate cuidadoso», prosigue Becket, algo que no ha ocurrido: «En el mejor de los casos, la cobertura se ha transformado en un encogimiento de hombros desinteresado. En el peor, ha inspirado una evidente decepción. Entretanto, ha habido los intentos habituales de encontrar defectos en los republicanos y absolver a los demócratas de cualquier responsabilidad potencial. ¿Y el tema subyacente? La creencia de que Trump sería indiscutiblemente responsable de su propio asesinato».

«Nuestra capacidad de ver el contexto más amplio y considerar los acontecimientos más importantes en términos de nuestra historia estadounidense más amplia se ha degradado considerablemente», concluye, «hasta el punto de que lo que deberían ser incidentes que definen a una generación se cubren con tanto cuidado como cualquier periodismo de carreras de caballos».

O’Neill sobrevuela en Spiked sobre estos puntos de vista para tratar de encontrar una causa más profunda: «Es una cultura de intolerancia latente, una cultura de agravio, una cultura en la que uno expresa su angustia menos a través de las viejas normas civilizadas de discusión y desacuerdo que a través del lamento de rabia implacable y el instinto de destruir aquello que te ofende». En realidad, el autor no pretende resolver la encrucijada de causas, sino lanzar preguntas, algunas bastante provocadoras, para propiciar un debate: «No sólo vivimos en un clima de exaltación política, sino también en un abandono generalizado de las viejas normas de deliberación democrática, de las normas civilizadas de argumentación y elección. En su lugar, ha surgido un deseo intolerante de silenciar en lugar de interactuar con quienes tienen visiones alternativas para la sociedad».

Aunque quizá lo más inspirado sobre el asunto lo ha firmado Martin Gurri en el Post. Después del intento de asesinato, el hijo del tirador dijo: «Mi padre odia a Trump, como cualquier persona razonable». «¿Quiénes son estos odiadores razonables, se preguntarán?», señala Gurri. El autor repasa entonces algunos de los principales «odiadores razonables» y el tipo de cosas que han dicho sobre Trump: Biden, Harris, y David Plouffe, que dirigió la primera campaña de Obama, y que dejó esta perla: «No basta con derrotar a Trump. Hay que destruirlo por completo. No se debe permitir que los de su calaña vuelvan a surgir».

La lista de «odiadores razonables» incluye al congresista Dan Goldman, Hillary Clinton, y un buen puñado de medios de comunicación progresistas.

«Ya se entiende la idea», reflexiona Gurri, «Trump es peor que la guerra en Ucrania, la atrocidad del 7 de octubre, la posibilidad de una guerra nuclear con China por Taiwán o con Irán por Israel; peor que la inflación, el crimen, la inmigración descontrolada; el peor, más aniquilador y más desgarrador horror autoritario que los medios de comunicación, en su limitada imaginación, aparentemente pueden concebir».

«Todos los días, cien veces al día, sin ambigüedades, de las voces más poderosas, influyentes y autorizadas, oímos una pregunta similar: ¿Quién nos librará de este peligroso usurpador? En nuestra sociedad fracturada y desquiciada, suena como una invitación», señala poniendo el dedo en la llaga, «Ellos escuchan la llamada. Allí donde los razonables odian tan abiertamente, los irracionales, podemos estar seguros, se sienten libres de actuar. La única pregunta significativa que deberíamos hacernos sobre Trump no es política sino existencial: «¿Cómo sigue vivo este hombre?».

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