«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Un plan contra la normofobia

Padre e hijo. Europa Press.

Malos tiempos para ser hombre, ser hijo, ser marido, ser trabajador, ser padre. «Gran parte de la literatura sobre la crisis de los niños contiene trabajos de ciencias sociales impresionantes, incluso esenciales, que demuestran claramente que los niños y los hombres se están quedando atrás», escribe Brenda M. Hafera en The American Conservative: «la privación del padre es especialmente desastrosa para los niños», porque «los niños aprenden a convertirse en buenos hombres imitando a un buen hombre», «sin embargo, gracias al efecto del individualismo expresivo en nuestra imaginación moral, hoy muchas personas descartan los beneficios del juego encarnado y asumen que padres y madres son intercambiables». 

«La crisis de los niños refleja y contribuye a la crisis más amplia de Estados Unidos y Occidente», añade Hafera, «en gran medida impulsada por el individualismo expresivo que ha dejado a hombres y mujeres desconectados de las relaciones, la naturaleza humana y la verdad objetiva. Estados Unidos y Occidente están funcionando con los humos de nuestra herencia, sin poder ya articular nuestros principios o la gratitud que debemos al pasado». 

Sin duda, la educación ocupa una parte importante en esta deriva. George Leef habla en National Review sobre cómo las políticas DEI (diversidad, igualdad, inclusión) están arruinando bolsillos y mentes. «La izquierda es muy buena a la hora de utilizar el dinero tomado de los contribuyentes para promover su agenda», explica el autor, «y en ninguna parte esto es más evidente que en nuestras escuelas». 

Leef se refiere a un artículo de Magdalene Horzempa en The James G. Martin Center, en el que se desglosan los gastos de dinero público destinado a las políticas de diversidad e igualdad. «DEI adopta varias formas, como esfuerzos de comunicación, divulgación, programación, investigación, informes y dotación de personal», explica la autora, «en instituciones de todo el país, ha permeado no sólo áreas obvias de la actividad y administración universitarias, sino también áreas de la universidad donde su verdadero coste permanece oculto. Sin embargo, por fin las instituciones han comenzado a despertar y ver que la DEI ha demostrado ser no sólo ineficaz y dañina, sino también contraproducente y extremadamente costos»”. 

«Los valiosos recursos de DEI podrían asignarse a mejorar los programas académicos», señala la autora, «Las implicaciones financieras de las iniciativas DEI son particularmente alarmantes, especialmente en el contexto del aumento de los costos de matrícula y dado el hecho de que las universidades deberían apuntar a mantener, no aumentar, sus matrículas durante una época de agitación financiera a nivel nacional». «En lugar de canalizar millones de dólares hacia iniciativas DEI que generan retornos dudosos, las universidades deberían centrarse en implementar estrategias basadas en evidencia que promuevan una inclusión genuina. Ha llegado el momento de desmantelar la costosa farsa de la DEI y encontrar un resurgimiento en un retorno a la verdadera misión de la educación superior», concluye. 

En este contexto, resulta muy útil la reflexión de Mary Harrington en First Things sobre la normofobia, que define como la autora como «el consenso contemporáneo que convierte en enemigo lo no elegido, lo normal y lo dado». «La normofobia enmarca todo lo convencional, promedio, dado, asumido, tradicional y normativo —ya sea su origen fisiológico o cultural— como construido arbitraria y coercitivamente para apoyar intereses creados, particularmente aquellos de hombres blancos, cristianos y heterosexuales. Los normófobos radicales describen su objetivo explícitamente como la erradicación total de este (afirman) dominio artificialmente naturalizado de lo ‘natural’, en favor de un deseo individual libre y sin trabas». «En el mejor de los casos, la familia está débilmente defendida contra la normofobia. El consenso normofóbico opera difuminando cada argumento de la normatividad o la naturaleza al asociarlo con el espectro del fascismo». 

«Nadie vendrá a salvarnos», concluye, «no podemos esperar a que la ‘mayoría silenciosa’ se levante y exija un retorno al sentido común, o murmurar sobre posponer la acción hasta que hayamos recristianizado Occidente, o hasta que hayamos ideado una metafísica poscristiana, completamente elaborada, de la naturaleza humana. Podemos lamentar el agujero cristiano en nuestro discurso, pero el hecho de que gran parte de la cultura moderna sea poscristiana no significa que ya no tengamos una naturaleza. Lo único que hemos perdido es nuestro marco común para nombrar esa naturaleza. Debemos decir la verdad de todos modos. Y siempre que sea posible, debemos redirigir las leyes y las políticas desde la abolición de la naturaleza humana hacia su florecimiento». 

.
Fondo newsletter