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LA POLÉMICA MARCÓ EL VERANO

El caso Rubiales y el desmoronamiento del andamiaje teórico del feminismo

Luis Rubiales. Europa Press

La conducta de Rubiales en el Mundial fue inapropiada, sus movimientos en los días siguientes fueron oscuros y, seguramente, las sanciones recibidas son pertinentes. Sin embargo, pese a su trayectoria de artero y manipulador, en esta ocasión parece que Rubiales dijo alguna verdad.

Hace unos años ni siquiera estaríamos hablando sobre «quién tiene la verdad» ni a quién «sí hay que creer», pues entendíamos que la justicia no se impartía según creencia sino según razón, y que la «verdad» rara vez caía toda ella del lado de una de las partes en liza, ni mucho menos lo hacía en virtud de su pertenencia a determinado grupo humano (su sexo, por ejemplo). Pero el feminismo lo ha cambiado todo (todo, menos las condiciones materiales de las mujeres trabajadoras). Más bien diríamos que ha cambiado el marco teórico de las élites, que es, al fin y al cabo, a lo que aspira todo movimiento gestado desde el poder.

Examinar pruebas, averiguar motivaciones, contrastar testimonios, interrogar acerca de detalles y estimar las versiones contrarias ya no son entendidos como los elementos básicos de un proceso judicial justo. Ahora son herramientas con que la «justicia patriarcal» tortura a «la víctima», tal y como (imaginan) hacía la inquisición con las pobres brujas.

1 – La primera afirmación de Rubiales es que el beso que le estampó a Jennifer Hermoso fue poco más que una anécdota. Esto es creíble. Así lo afirmó también Hermoso en una primera entrevista con la Cope: «ha sido la efusión del momento, no hay nada más allá, se va a quedar en una anécdota y ya está». Sin embargo, fue elevado a «cuestión del momento» durante semanas, debido al apetito insaciable de telebasura y prensa rosa-amarilla. Es el negocio de tertulias y columnas sensacionalistas, que abultan la nómina de sus «expertos» y achican el seso del público. Los espectadores y lectores se ven invitados a participar del ruido, envenenar con la discordia su lugar de reunión o (mejor aún) su hogar y, finalmente, emerger con un veredicto que les permita irse a dormir con la idea de que aún tienen alguna capacidad de juicio y decisión en sus vidas completamente enajenadas.

Es destacable que, antaño, la izquierda reconocía en este aparato mediático un brazo del capitalismo que, hablando de los «picos» que dan los famosos, acallaba todo debate sobre los otros «picos»: los de la subida del precio de luz o aceite. Pero a medida que la progresía se constituye también como brazo del capitalismo, el sector feminista aprende a agradecer estas distracciones públicas para tapar sus propias vergüenzas, como la excarcelación de violadores.

Toda la agenda «progresista» termina complaciéndose en ser un payaso más del circo audiovisual. Así nos pasamos el verano, alternando alegatos feministas con la «alerta climática» del calor que hace cuando es verano, o debates sobre la relación del descuartizador de Tailandia con el colectivo LGTB(etc). Las grandes preocupaciones de la nueva izquierda (que debían hacer temblar al sistema) tienen en realidad, para el mercado, la dimensión de un relleno de parrilla vacacional.

2 – La segunda afirmación de Rubiales fue que el beso fue «espontáneo», sin premeditación ni intención de ofender. Esto también es creíble. La narrativa feminista va en dirección contraria. Todo es parte de un plan mayor, de una conciencia colectiva, de un diseño superior: el Patriarcado. La «conspiración judía» permitía a los nazis acusar a los judíos de estar detrás del capitalismo y del comunismo a la vez, igual que la «conspiración patriarcal» sirve para una cosa y su contraria. Se define como el sistema en que cada mujer ha de ser propiedad de su respectivo hombre en lo que a su cuerpo se refiere, pero a la vez se define como el sistema que permite a los hombres besar o agraviar libremente a cualquier mujer (vulnerando la anterior definición de propiedad).

El pico de Rubiales formaría parte de la «cultura de la violación», el «femicidio», el «holocausto trans» y demás marcos narrativos absolutos (y absolutistas). No sería, como decía Hermoso, una «anécdota», sino una categoría. En el delirante esquema feminista, existe una escalera ascendente en cuyos peldaños inferiores estarían desde un piropo hasta un chiste machista, que acabarían llevando inevitablemente a ser Jack el destripador o el monstruo de Amstetten. Es una perspectiva neo-puritana que, cuando yo era niño, usaban los insoportables moralistas que aseguraban que jugar al videojuego «Final Fantasy» te podía convertir en «el asesino de la katana».

Al revés que los feministas, que presuponen esta inercia malvada en los demás, hemos de presuponerle al feminismo una buena intención. Seguramente entienden que dar las batallas mediáticas (por leves o confusas que puedan ser) ayuda a visibilizar otros casos más terribles. Es la misma idea tontorrona que esperaba solucionar los conflictos étnicos poniendo a un presidente negro en la Casa Blanca. Apuntar alto y esperar que la justicia «gotee» hacia abajo. El problema es que no hay escalera alguna, sino una pirámide en que la base está cortada de la cúspide, de forma que intentar reprimir «lo leve» no logra evitar «lo grave», ni intentar corregir a «los de arriba» mejora en forma alguna los sufrimientos de «los de abajo».

3 – La tercera afirmación de Rubiales es que el beso se dio en un contexto «eufórico», es decir, en un momento de excepcionalidad tal (ganar un Mundial) que diluiría los límites entre lo aceptable y lo inaceptable en la conducta cotidiana. Esto también es creíble. Más, en un país donde las victorias deportivas pueden celebrarse saltando desnudos a una fuente, o agarrándose y empujándose cuando estábamos en pleno distanciamiento por COVID.

El argumentario feminista hace ver que este beso robado no es una irregularidad en un instante de celebración, sino la normalidad en una constante tragedia vital. Sería el «pico» del iceberg, en cuyas oscuras profundidades se hundiría el acoso sexual, el maltrato, la violación y todo cuanto quepa imaginar. Esta falsa correlación busca mezclar actos de categoría diferente, la obsesión feminista por tipificar como delito todo lo que considere reprobable (a ser posible, refundido en un único tipo penal). Lo de Rubiales sería una agresión sexual, tanto como la más brutal de las violaciones.

El feminismo no acepta que el beso de Rubiales haya sido no-lujurioso, no-romántico y sin elemento sexualizador alguno. «Es imposible», afirman, «porque ocurre entre un hombre y una mujer, ¿acaso un hombre heterosexual le daría un pico a otro?». Y aunque Rubiales nunca le haya dado un pico a un hombre (ignoro si es así), una trasgresión exclusiva «entre diferentes sexos» sigue sin tener necesariamente un contenido «sexual», pues la trasgresión social tiene sentido en tanto que afecta a un código cultural: al «género» y no al «sexo» (¿tanta matraca nos han dado con esta distinción para no comprenderla?).

En cualquier caso, sorprende la duda sobre la existencia del “pico entre heterosexuales”, viniendo de sectores que se han dedicado al arte del «pico espontáneo» indiscriminado hombre-a-mujer (Errejón y Carmena), hombre-a-hombre (Iglesias y Xavier Domènech) y mujer-a-mujer (Colau e Itziar Castro). Esta “izquierda trasgresora” tiene la misma iniciativa revolucionaria que la MTV hace 20 años (cuando el beso de Britney Spears y Madonna). Su objetivo es declarado: «des-sexualizar» este gesto, como parte de una ofensiva general contra todo tabú, límite y código de género (incluyendo la reciente campaña de «des-sexualizar» las tetas). El feminismo, como todo totalitarismo, se arroga la capacidad arbitraria de decidir lo que es excepción, lo que es norma, lo que hay que «des-sexualizar» o luego «re-sexualizar».

4 – La última afirmación de Rubiales es que el beso fue «consentido». ¿Es esto creíble? A juzgar por las imágenes, parece cierto que se da una distensión mutua de las barreras físicas (ella lo aprieta, lo levanta o sostiene, le palmea la espalda en todo momento). Además, el relato de Hermoso confirma que Rubiales dice la verdad: él le preguntó «¿un pico?» y ella respondió «vale».

Pero hay algo que chirría aquí. Se trata de otra cosa que añadió Hermoso posteriormente: «dije que vale… pero, ¿y qué iba a hacer yo?». Aquí es donde se desmorona el andamiaje teórico del feminismo, completamente carcomido por dentro. El «consentimiento», la tabarra con «poner el consentimiento en el centro», no sirve de nada. Porque, en las interacciones humanas reales (más allá del papeleo del Ministerio de Igualdad), el consentimiento no solamente puede llegar a ser confuso (como demuestran las imágenes) sino que aun cuando parezca claro, puede estar totalmente viciado (como prueba la frase de Hermoso). ¿Qué va a hacer ella —siendo simplemente una subordinada— ante la figura de su jefe? El «consentimiento» no deja de ser un fetiche más que el feminismo hereda de su padre, el liberalismo.

La libertad termina donde empiezan las relaciones jerárquicas del sistema de mercado. Hermoso no se está refiriendo en ningún momento a «¿qué voy a hacer yo, una mujer indefensa ante el patriarcado?», sino a «¿qué voy a hacer yo, una empleada, ante un superior?». Todas las incontables horas que la «perspectiva de género» ha dedicado a exponernos la «opresión patriarcal» es tiempo que se ha hurtado a las masas de presentar lo verdaderamente esencial: el abuso de poder en una relación laboral. Algunas voces del feminismo han mencionado también ese hecho, sí, como pero si no fuese más que un complemento. Al fin y al cabo, el feminismo parte (como escribiera Chesterton) de elogiar esa misma subordinación de la mujer ante su jefe, como acto de emancipación frente a su marido. No va a cargar ahora el feminismo las tintas contra su propio fundamento, el capitalismo.

Por eso no importa absolutamente nada si Rubiales dice la verdad en los cuatro puntos anteriores, o si le creo yo, o si en la próxima tenida de la logia patriarcal decidimos creerle todos. Ese es el paradigma deplorable en que nos ha puesto el feminismo. Hay que renunciar a él: no importa la verdad personal de Rubiales, los sentimientos de euforia o de culpa o de cualquier cosa, ni depositar la fe en individuos macho o hembra. No importa, porque todo ello queda completamente opacado por la verdad radical, material y colectiva de la estructura económica. Pero esa, claro, nunca la tocarán las multinacionales mediáticas, las celebrities ni los negocios deportivos, ni ninguno de los que apela a la «revolución feminista» para que todo siga igual.

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