Hace apenas unos días falleció Henry Kissinger, diplomático estadounidense. Autor célebre y diseñador del Occidente actual, Kissinger moldeó España hasta convertirla en títere de los deseos de unos pocos. El manipulador Kissinger dirigió la diplomacia norteamericana con la pericia de los malos, y en una de sus múltiples intentonas por manejar España se topó con un variopinto embajador: Julio Iglesias.
Si Kissinger dejó escrito que «una España fuerte es una España peligrosa», Iglesias le tomó el pulso como representante de esa España fuerte. Fue precisamente en 2005, año en que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero decidió retirar las tropas de Irak, cuando el cantante madrileño tuvo que mediar entre el alto diplomático estadounidense y el Ejecutivo español.
En aquella época de tensiones entre España y Estados Unidos, el ministro de Defensa del Gobierno socialista no sabía cómo actuar. El entonces titular de la cartera, José Bono, denunció que «nadie en el Gobierno norteamericano cogía el teléfono». Un Kissinger duro y contrario a los intereses de España se negaba entonces a descolgar el teléfono de los españoles y en el Gabinete surgió la idea de acudir a un «patriota». Zapatero entonces se fijó en Julio Iglesias.
No en vano el famoso cantante había actuado siempre como embajador de España en Washington. Él es el español que ostenta el récord de visitar la Casa Blanca más veces. Allí fue recibido en numerosas ocasiones por Gerald Ford, Ronald Reagan, Bill Clinton o George H. W. Bush. Animado por colaborar con el Gobierno, Iglesias se puso rápidamente en contacto con Kissinger y su amigo Óscar de la Renta, diseñador dominicano afincado en Norteamérica.
Precisamente gracias a la amistad con el diseñador Julio Iglesias pudo entablar conversaciones con el Secretario de Estado estadounidense, tan reticente al contacto con cualquier representante español. Su encuentro personal permitió que el pérfido Kissinger recibiera por fin al ministro de Defensa del Gobierno de España.
Llegó por tanto Bono a Washington y allí fue recibido en el Pentágono, con los honores propios de una visita oficial. El propio Donald Rumsfeld, secretario de Defensa del Gabinete de Bush, esperaba en persona al ministro de Defensa español. Bono, de hecho, aseguró ante los medios de comunicación que los estadounidenses «se prestaron a cualquier cosa».
El cantante español más internacional entonces declaró, tratando de justificar su intermediación entre el Gobierno socialista y la administración estadounidense, que «le importaba tres cojones si son del PP o del PSOE». Julio Iglesias explicó: «Adoro a mi país, amo a mi país, sin ninguna identidad política». Ese amor llevó al cantante a intermediar en una época donde Kissinger enfrió todas las relaciones con España. Pero su frialdad no se impuso al encanto de Julio Iglesias, nuestro mejor embajador.