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VOX TIENE EL DOBLE DE VOTOS QUE LOS PARTIDOS SEPARATISTAS

El futuro de 47 millones de españoles, en manos de Otegui, Rufián y Puigdemont

El líder de Bildu y exmiembro de ETA Arnaldo Otegui y el diputado de ERC Gabriel Rufián. Europa Press

No deja de ser una paradoja que quienes advierten de la llegada del apocalipsis fascista o nazi apliquen a rajatabla algunos de los 11 principios de la propaganda de Joseph Goebbels. El más evidente durante esta última campaña ha sido el principio de simplificación y del enemigo único, que consiste en adoptar una única idea, un único símbolo, para individualizar al adversario en un único enemigo. Lo ha padecido VOX, al que no es que se le haya comparado con Bildu y ERC, es que se le ha rebajado a una condición aún peor («dan más miedo») que golpistas y terroristas.

El Gobierno de Sánchez, Rufián y Otegui ha logrado que el cordón sanitario a VOX lo haya comprado el partido que iba a ser su socio de Gobierno. A medio camino entre el poder de influencia de los medios y el interés electoral, la baza con la que el bloque de la izquierda y separatista concurrió a las pasadas elecciones (que viene la ultraderecha, nos quitan nuestros derechos) ha sido el eje de casi toda la campaña. Impregnado de la propaganda oficial, el PP pensó que le beneficiaría desmarcarse y prometió que gobernaría sin el molesto compañero de viaje que, aunque lo oculte, le dio las presidencias de Murcia, Madrid y Andalucía o alcaldías como la de Madrid. 

En realidad, este apartheid no es nuevo, y no fue casualidad que el primero en comprender la rentabilidad de la violencia política fuera quien venía de alabar la audacia de ETA en las herriko tabernas. Pablo Iglesias saludó la llegada de VOX a las instituciones declarando la alerta antifascista la misma noche de las andaluzas de diciembre de 2018. El señalamiento, la estigmatización del enemigo y la deshumanización, como siempre ocurre, precedieron a los ataques físicos que desde entonces sufre el partido de Abascal. 

Otro principio goebbeliano apreciable en la escena político-mediática española es el silenciamiento, que consiste en acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario contraprogramando con la ayuda de los medios de comunicación afines. Quien marca la agenda y decide qué es noticia y qué no, manda más que un presidente del Gobierno, el fabricante de los marcos mentales que inventa problemas artificiales y silencia los verdaderos influye más que mil vallas publicitarias.  

Recordemos que días antes del inicio de la campaña electoral Francia ardía de norte a sur, y no por el cambio climático. Decenas de miles de magrebíes (o descendientes) convirtieron las calles de París, Marsella, Lille o Lyon en escenarios de guerra después de que un joven de 17 años de origen argelino, que conducía sin carnet, fuera abatido a tiros por un policía cuando se dio a la fuga. La racaille reaccionó saqueando tiendas e incendiando casi un millar de edificios públicos durante una semana.

Resultaba imposible silenciar la violencia que desbordaba Francia y eso incomodó a los grandes medios españoles, que minimizaron la «guerra civil» que Macron vaticinó si Le Pen llegaba a la presidencia. Noticias así contradicen la narrativa del poder. Un ejemplo. Días antes Susanna Griso comentó la noticia del refugiado sirio que apuñaló a ocho niños y un adulto en un parque infantil de la ciudad de Annecy: «Son votos para Le Pen, para la ultraderecha, es que esto es un regalo»

Este mismo verano, el 17 de julio, un marroquí de 22 años mató a su padre a navajazos en Vilafant (Gerona) al grito de «Alá es grande y tú eres el diablo». La periodista de Antena 3 señalaba lo siguiente: «El calor tiene mucho que ver con el aumento de la violencia».

Es evidente que dato no mata a relato porque a cada hecho siempre le sigue una interpretación interesada. Ahí está el caso de VOX y los resultados obtenidos en las generales en Castilla y León, donde ha pasado de seis escaños a uno. Desplome, dicen los titulares. La realidad, sin embargo, es que sólo ha perdido un 2,8% de sus votos respecto a 2019. El sistema electoral español permite que bajar apenas el 2,8% de votos se pueda traducir en la pérdida del 83% de los escaños. 

Claro que sería muy ingenuo creer que la mayoría de los ciudadanos llegan a esas conclusiones cuando esos análisis no los hacen ni los medios, mucho más preocupados en imponer la unanimidad, otro de los principios de Goebbels. Se trata de convencer a mucha gente de que piensa «como todo el mundo», creando la impresión de unanimidad. Hoy el cambio climático es una de esas banderas contemporáneas impuestas como un dogma, de tal modo que quien disiente es enviado al rincón bajo la etiqueta de negacionista. ¿Qué dirían contra estos «negacionistas» que se oponen a la nueva religión climática si se les ocurriera proponer la tala de árboles para acabar con los incendios? El escándalo sería mayúsculo, pero tal disparate lo han propuesto «expertos climáticos».

La imposición de la unanimidad también persigue la desmoralización. El separatismo tiene un poder y una capacidad de influir en España extraordinarias como comprobamos ahora con Puigdemont, el golpista prófugo que decide sobre el futuro de 47 millones de españoles. La realidad es que VOX, con más de tres millones de votos, dobla a todos los partidos separatistas juntos (BNG, ERC, Junts, Bildu y PNV) que suman 1,6 millones. ¿Es democrático que una minoría siga decidiendo sobre el conjunto de una nación que quiere romper mientras que el doble de votantes son apartados del sistema?

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