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Los laboristas, los republicanos, los enfadados...

Radiografía electoral de las dos Españas (III): quienes cada vez creen menos en el eje «izquierda-derecha»

Obras en Sevilla. Europa Press

La aburrida «España que bosteza» tiene un brazo izquierdo (el PSOE y sus satélites) y otro derecho (el PP y sus satélites), pero ambos están puestos por igual al servicio de lo soporífero. Sin embargo, hay otra España más vital: la España que muere. La que a vivir empieza, una y otra vez, aunque hasta ahora siempre le hayan helado el corazón. La que muere porque no muere. La que mandan a morir en primera línea en las guerras civiles pero, harta de ello, cree cada vez menos en el eje «izquierda-derecha».

Se podría decir que esta España tiene también un lado izquierdo y un lado derecho, pero lo tiene solamente en origen. Los grupos que se estudian hoy aquí provienen de la izquierda, o la han votado en el pasado, o todavía (cada vez menos) se ubican más en esa etiqueta. Aun si fueran «izquierda», desde luego no son la izquierda que bosteza en el Falcon, sino la que muere en los andamios. Pero la cuestión es que esa izquierda que muere pueda renacer, más allá de etiquetas de bostezo, como parte de un movimiento patriótico y social.

-Los laboristas. La demoscopia francesa se refiere a ellos como «los solidarios». A ambos lados de los Pirineos se caracterizan por estar a favor de recuperar los impuestos a las grandes fortunas, frenar la deslocalización de empresas nacionales, detener la privatización de mensajería y ferrocarriles, evitar la destrucción de empleo público. Preocupaciones compartidas por los social-demócratas de la primera parte pero, a diferencia de ellos, no quedan relegadas por las obsesiones culturales de la progresía. Hay que fijarse en los verbos usados: recuperar, frenar, detener, evitar. Son un grupo de la izquierda, pero usan un vocabulario «conservador».

Tampoco son especialmente hostiles a los valores conservadores, ni tienen tabús a la hora de debatir y buscar soluciones realistas a la seguridad fronteriza, el independentismo, las dificultades de la integración de extranjeros o el endurecimento de penas para terroristas. Casi ninguno se considera a sí mismo como “derecha”, pero una parte importante de ellos ya no se reconoce en la división izquierda/derecha. Si bien en 2017 votaron a Mélenchon, su voto se dispersa cada vez más desde 2019. Se los llevará quien mejor atienda a sus preocupaciones centrales, reivindicando el valor del sindicalismo (una buena parte de este grupo está sindicado).

-Los anti-sistema. Es un grupo joven, frustrado por el mal funcionamiento del mercado laboral. Al igual que los laboristas, son muy favorables a la redistribución, limitar la jornada laboral a 35 horas, complicar el despido libre, crear empleo público, instaurar una renta básica y nacionalizar sectores energéticos estratégicos. Y, también al igual que los laboristas, ponen su énfasis en aquellas cuestiones socio-económicas, mostrándose mucho más divididos y moderados en las cuestiones tópicas de «la progresía»: la inmigración, el feminismo, el animalismo y la ecología. También son más bien escépticos con la Unión Europea.

En 2019 votaron sobre todo a la izquierda, pero en Italia se identifican cada vez menos con el eje izquierda-derecha y cada vez más con un eje de «el pueblo contra las élites». En este sentido, existe la posibilidad de que los anti-sistema pasen a ser una opción realmente contraria al sistema, en lugar de quedar atrapados en el sector izquierdo del propio sistema.

-Los republicanos. En España son, sobre todo, un grupo de jóvenes de izquierda especialmente contrarios a la monarquía, o bien una derecha liberal que no quiere tener rey (igual que no quieren papa ni apenas estado). Nada demasiado interesante. Pero este grupo es muy característico en Francia, donde recibe el nombre de «social-republicano». El elemento «social» se refiere a su idea de que, como miembros de una misma república, todos los ciudadanos comparten algo más que una bandera. Unos derechos sociales: el uso de servicios públicos, el derecho a empleos dignos en la industria nacional, etc.

Además, como republicanos, son patriotas franceses, hostiles al velo islámico en la universidad y el menú halal en comedores públicos. No son hostiles, sin embargo, al cristianismo, pues son un grupo de origen abrumadoramente cristiano, por laica que sea su república. Es también uno de los grupos con menos personas de origen extranjero; aunque se empeñen teóricamente en el universalismo, está claro que la idea republicana es cosa de franceses «de raíz» (como dicen allá).

El grupo sigue percibiéndose como «de izquierda» en el viejo eje. Y es cierto que en materia económica están más bien a la izquierda, pero estadísticamente tienen posiciones sociales más bien conservadoras. Deberían hacerse fuertes en ello, en lugar de negarlo, pero tienen una gran querencia por ser percibidos como moderados. La consecuencia es que buscan asemejarse a los grupos centristas, social-demócratas y liberales. Es un empeño vano, porque ese bloque moderado es justo lo inverso a ellos: más «derechizados» (liberales) en lo económico y más «izquierdizados» (progres) en lo cultural. Ellos afirman su disgusto por los extremismos y los populismos, pero el sistema los percibirá como tales.

Si esta opción quisiese importarse a España, habría de superar un doble reto. Por un lado, buscar de una izquierda que se atreva a sacar la rojigualda. Por otro lado (algo que es aún más complicado y sobre lo que se debate menos), buscar un sector de la derecha que se atreva a sacar la tricolor republicana.

Hay un problema añadido: muchos republicanos españoles simpatizan con el Estado autonómico, el estatus protagónico de las lenguas cooficiales y la descentralización. Es diferente de Francia, donde los social-republicanos son jacobinos, es decir, opuestos a todo particularismo. Si quiere llegar a algo, una opción jacobina en España no deberá hacer del centralismo su única baza, ni la más radical. Ni tampoco copiar otros eslóganes afrancesados (racionalismo, ilustración…) que en España no han significado nada y nunca lo harán.

-Los enfadados. La demoscopia francesa se refiere a ellos como «los rebeldes». Tienen motivos para el enfado y la rebeldía: son el grupo menos próspero, compuesto por trabajadores manuales, asalariados precarios y desempleados. Quieren bajarle el sueldo a los políticos, subirle los impuestos a las herencias millonarias, dejar de regalarle competencias a la Unión Europea. Son radicales en su discurso contra las élites, pero relativamente conservadores en temas sociales. No tienen mucho interés en la corona española ni en la iglesia, pero tampoco en la «república catalana» ni en la nueva religión feminista. En España están en el mundo rural y en los barrios populares de las grandes ciudades; su presencia es grande en el sur del país. En Francia el grupo incluye a un cierto porcentaje con orígenes o vínculos extranjeros, por lo que votan a discursos anti-elitistas, pero no necesariamente anti-minorías. Les preocupa más la CECA que la Meca, las limusinas que las limosnas, más el dinero que se lleva BlackRock que el que se lleva Ahmed. Les preocupa menos los «menas» que la posibilidad de que la abuela siga trabajando a los 75 años y la próxima generación no vaya a tener pensiones públicas.

En Francia, un espectacular 53% de los enfadados no se identifica con el eje izquierda-derecha. Entre los enfadados que sí se identifican el 40% escoge la izquierda y solamente el 3% la derecha. Este dato viene a dinamitar un mantra izquierdista de que «quienes dicen que no son de izquierda ni derecha, en realidad son de derecha». Tanto en Francia como en España votan poco porque la oferta electoral los representa mal. En 2019, el 38% votó al PSOE y el 18% votó a VOX. Este es un electorado que VOX se disputará directamente con la izquierda.

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