Como es normal con los escándalos que dejan a la administración demócrata a los pies de los caballos, los ‘Twitter Files’ publicados por diversos periodistas con acceso a las comunicaciones internas de la red social pasaron por los medios con más pena que gloria.
El conocimiento innegable de que los servicios de inteligencia y otras instancias gubernamentales estaban empleando una gigantesca red social para censurar, manipular y vender falsas narrativas en beneficio, no ya del Estado, sino de un partido y una ideología, algo que hubiera hecho caer el Gobierno hace no más de una década, no parece haber despertado la esperable indignación del público, acostumbrado ya, a lo que parece, al avance imparable de un totalitarismo democrático.
Pero ahora los papeles comprometedores han llegado al Congreso, y allí se ha podido asistir al desconcertante espectáculo de diputados estadounidenses defendiendo abiertamente la censura.
Se trataba de una audiencia del nuevo Subcomité Selecto de la Cámara de Representantes de Estados Unidos sobre la instrumentalización del Gobierno de las redes sociales.
Dirigidos por la diputada por Virginia Stacey Plaskett, los demócratas atacaron a los periodistas Matt Taibbi y Michael Shellenberger (curiosamente, ambos demócratas), acusándolos de motivos ocultos e incluso pidiéndoles que revelaran sus fuentes.
Taibbi y Shellenberger, dos de los periodistas que habían hecho públicas las conexiones entre agencias del Gobierno y Twitter después de que Elon Musk les diera acceso a los archivos internos, habían sido citados por los republicanos para que expusieran las ‘amistades peligrosas’ entre las cloacas del Gobierno y las grandes tecnológicas.
El testimonio de los periodistas ayudó a validar aún más las acusaciones del Partido Republicano de que las empresas tecnológicas toman decisiones de censura basadas en prejuicios políticos contra los conservadores. La aplastante declaración inicial de Taibbi marcó el tono de la sesión, destacando el retorcido sistema desarrollado por las tecnológicas para satisfacer los caprichos de censura del régimen.
Por su parte, Sehellenberger describió los planes de los gigantes tecnológicos como si fueran la trama de una novela distópica. Por ejemplo, cuando revelaron cómo se habían censurado historias auténticas y comprobables de daños causados por las vacunas a personas concretas.
La acusación general era tan aplastante, y las pruebas tan incontrovertibles que, como en el caso de Tucker Carson y las cintas del asato al Capitolio, los demócratas reaccionaron con furia pero sin argumentos, limitándose a lanzar implacables ataques personales contra los periodistas (“supuestos” periodistas, sic). Así, la demócrata Debbie Wasserman Schultz sugirió que estaban ante dos títeres del Partido Republicano, pese a que ambos periodistas tienen una conocida trayectoria progresista y son votantes demócratas.
Pero quizá el principal mérito de esta sesión sea que los estadounidenses que, por razón del bloqueo unánime de los grandes medios, ni siquiera han oído hablar de este escándalo que les afecta directamente y que constituye una burla de su Constitución se enteren finalmente de que su Gobierno les manipula y les oculta la verdad o, al menos, las opiniones discrepantes.
Con un poco de suerte, además, quizá los republicanos consigan meter en vereda a unas tecnológicas que se han convertido en instancias paragubernamentales sin que nadie las haya votado.