«Tras los resultados en Austria surge de nuevo una honda preocupación por el aumento en Europa de fuerzas políticas de corte xenófobo», comentaba este lunes en la red social Twitter nuestro inefable Pedro Sánchez.
Y, traduciendo ese ‘xenófobo’ a lo que se entiende hoy por tal término en la prensa convencional, hay que decir que, por una vez, el secretario general del PSOE acierta.
Sí, sí, es cierto, el Partido Popular (ÖVP) que se ha alzado con la victoria -seguido por los socialistas de toda la vida o el ‘populista’ FPÖ, no será oficial hasta el jueves– lleva alternándose en el mando con el otro partido socialdemócrata, el SPÖ del actual canciller, desde el fin de la guerra mundial. En ese sentido, quienes pretenden que el modelo bipartidista de posguerra goza de buena salud tienen un punto.
Pero mantener el nombre no es mantener los programas ni las ideas, como bien sabía Tony Blair cuando convirtió el partido de los obreros, el Partido Laborista, en el tibio centrismo que propició la ‘cool Britania’ y que inspiró a su rival, David Cameron.
Y el ÖVP victorioso -que, en cualquier caso, necesitará gobernar en coalición-, como bien dice Sánchez, se ha alzado con el triunfo a base de acercarse considerablemente -muchos dirían, peligrosamente- de la mano de su actual líder y probable primer ministro, el jovencísimo -31 años- Sebastian Kurz (‘Wunderwuzzi’, como le llaman, niño prodigio).
Era la única manera. Recordemos que en las últimas elecciones presidenciales, no solo el candidato del FPÖ, Norbert Hofer, estuvo a un puñado de papeletas -en la repetición de la segunda vuelta- de convertirse en el primer jefe de Estado ‘populista’ de Europa Occidental, sino que, por primera vez desde que existen, ninguno de los dos grandes partidos que dominan la escena política austriaca pasaron a segunda. Fue un duelo entre dos candidatos ‘antisistema‘, si se quiere: un ‘ultra’ y un ‘verde’.
Y el ÖVP ha tenido desde entonces para darse cuenta de que su electorado estaba más que preocupado por la inmigración masiva procedente de Oriente Medio y el Norte de África que Angela Merkel ha infligido sobre los países de la Unión Europea.
Austria tiene más motivos de preocupación a este respecto, así como más razones para abanderar el movimiento para moderar la inmigración. Una es su posición geográfica, que la convierte en paso casi obligado de los ‘refugiados’ procedentes de Grecia y los Balcanes y que encuentran en el país la primera nación ‘apetecible’: económicamente desarrollada y con un generoso Estado de Bienestar.
Luego hay otro factor a medio camino entre la geografía y la historia: los países que más se oponen a la entrada de inmigrantes del Tercer Mundo, mancomunados en el ‘Grupo de Visegrado’ –Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia-, son, además de vecinos, total o parcialmente miembros de su viejo imperio, y hasta cierto punto mantiene la voluntad de liderarlos o representarlos ante el resto de la Unión Europea.
Así que el ÖVP se ha presentado con las tesis antiinmigracionistas del FPÖ, solo que sin ninguna de sus ‘problemáticas’ asociaciones con los ‘ultras’. Punto para los ‘populares’.
Y un segundo factor era el propio Wunderwuzzi, que ha jugado a proyectar la imagen de un Macron, es decir, de un vago pero radical ‘cambio’, de aire fresco, hasta el punto de haber sido comparado con el primer ministro canadiense Justin Trudeau, al que ideológicamente se parece como un huevo a una castaña.
Pero la imagen, incluso por edad, la da; la imagen de renovación y de un Partido Popular que rompe amarras con su pasado sólidamente socialdemócrata y timorato.
Como decimos, Kurz necesita socio para gobernar, y puede elegir entre los dos partidos que han quedado virtualmente empatados en el segundo puesto. Lo normal, lo esperable por la costumbre, sería que se aliase con el ‘diablo conocido’, su viejo rival socialista.
No parece probable. Ambos partidos llevan gobernando en coalición casi una década, y han acabado como el rosario de la aurora. El propio Kurz se ocupó de formalizar la hostilidad hacia el ex socio de gobierno. Por lo demás, ¿qué cambio sería ese que supondría volver a la coalición de siempre?
Así que, con toda probabilidad, Kurz elegirá al FPÖ de Heinz-Christian Strache para gobernar el coalición. En teoría, también podría formar el FPÖ una coalición con los socialistas y dejar a los ‘populares’ de Kurz en la oposición, pero casi ningún observar considera realista esta opción.
Así que ya tenemos a los ‘nazis’ en el gobierno en Austria, como segundones de una coalición liderada por un ‘conservador’ que les ha plagiado buena parte del programa y que, aunque ha hecho los votos europeístas de rigor, es probable que se incline hacia las tesis de sus vecinos de Visegrado.
Y, ahora, que pongan los medios ‘de prestigio’ el grito en el cielo.
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