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Italia es la única nación del G7 que suscribió la colaboración

Meloni busca salir de la Nueva Ruta de la Seda sin enemistarse con China

Giorgia Meloni. Europa Press
Giorgia Meloni. Europa Press

La Ruta de la Seda es un tema que lleva tiempo planeando sobre la presidente del Consejo de Ministros de Italia. Ya durante la celebración de la 49ª cumbre del G7 en Hiroshima —entre el 19 y el 21 del pasado mayo— y a pesar de la gran cantidad de temas relevantes en ese momento, algunos periodistas preguntaron a Giorgia Meloni sobre la postura del gobierno que lidera respecto a la colaboración con China. En 2019, el gabinete de Giuseppe Conte suscribió el memorando de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocido como la Ruta de la Seda: un entramado de colaboraciones entre China y diversos países de Asia y Europa, principalmente, que sigue la estela del mítico recorrido de esta antigua ruta de comercio.

Habiendo Meloni dejado claras sus preferencias sobre este asunto antes de ascender al poder en Italia —lo calificó como «un gran error»—, la presidente del Consejo de Ministros aseguró en Hiroshima que todavía había «tiempo para tomar una decisión», en la cual, además, tendrían que intervenir «todos los actores del sistema», aunque aseguró que ella no había «cambiado de idea». El acuerdo se renovará de forma automática el próximo marzo, por lo que Italia tiene por delante un semestre intenso en el que deberá tomar una decisión definitiva. Realmente, y como la propia Meloni ha expresado, su deseo está claro: este mismo verano, el ministro de Defensa, Guido Crosetto, aseguró que «la decisión de unirse a la Nueva Ruta de la Seda fue un acto improvisado y atroz».

El núcleo de la cuestión es mantener la ferviente posición atlantista que Giorgia Meloni ha desplegado desde su victoria en las elecciones de hace un año sin ofender al gigante chino. La italiana defiende la independencia de Taiwán, isla asediada por China, y un mayor acercamiento con Washington, dos posturas que la enfrentan con Pekín. 

La Nueva Ruta de la Seda es el proyecto estrella de China desde 2013: un gran marco político en el que se van inscribiendo acuerdos de tipo económico con varios países de Asia, Europa y África. Para muchas de estas naciones —algunas en desarrollo—, las inversiones chinas han supuesto un auténtico maná caído del cielo, y no son pocos los países de la Unión Europea que han logrado dotarse de grandes infraestructuras de transporte, tales como carreteras y líneas ferroviarias, gracias al empujón del titán chino. 

Sin embargo, para Italia, y según los expertos, el acuerdo firmado en 2019 por Conte no ha traído apenas ventajas para Italia, a pesar de los numerosos beneficios que China sí ha conseguido: sus exportaciones al país europeo se han triplicado desde la firma del acuerdo. El Memorando de Entendimiento —no vinculante— incluía varias docenas de acuerdos de cooperación, pero el gasto público apenas se vio aumentado. Los expertos aseguran que el efecto económico que tendría la no renovación del memorando en las empresas italianas sería muy limitado. Incluso los tiempos de Conte fueron poco adecuados, pues la mayoría de los países de la Alianza ya habían variado su postura y recelaban de China en ese momento.

Y si mantener relaciones estrechas con China siendo parte de la OTAN y socio de Estados Unidos ya era difícil, el nuevo contexto geopolítico surgido tras la invasión de Ucrania por Rusia ha tensado todavía más la cuerda. Washington presiona a todos sus allegados en un intento de conservar sus mercados, cada vez más exiguos, pero no son pocas las empresas italianas que sí han visto algún beneficio por los acuerdos. A pesar de que éstos podrían darse bajo el paraguas de la Unión Europea, la cancelación del acuerdo de la Ruta de la Seda podría verse como una provocación política a China

Mientras que la guerra en Ucrania ha reavivado los deseos atlantistas de muchas naciones europeas —Polonia, Finlandia, Suecia, Lituania o la propia Italia—, otros países, como Alemania, Francia o Hungría, preferirían no tener que elegir entre Estados Unidos y China. Para Macron, por ejemplo, «acelerar una crisis en Taiwán» no interesa a los países europeos, que deberían dejar de «seguir el ejemplo de la agenda de Estados Unidos». La postura de Francia, aunque criticada por ser complaciente con Pekín, es clara: Europa debe evitar verse «atrapada en crisis» que no sean propias. Sin embargo, Macron aclaró que defiende el statu quo y que su posición sobre la soberanía de Taiwán no ha cambiado con el tiempo. 

En Italia, esta doble postura causa todavía mayores problemas, pues convive en el propio Gobierno. Mientras que Giorgia Meloni y Fratelli d’Italia siempre se han declarado a favor de la visión atlántica y han criticado la falta de derechos humanos en China, Lega y Forza Italia han desarrollado posturas más ambivalentes, especialmente por sus supuestas relaciones con Vladimir Putin y Rusia, aliada indispensable de China frente a la hegemonía estadounidense y ahora vilipendiada por su agresión a Ucrania. Sin embargo, el liderazgo incuestionable de la italiana es el que dicta la postura del gobierno, algo que agradecen sus socios más occidentales. 

A pesar de que su no renovación no supondría una violación contractual, pues se trata de un memorando no vinculante, Meloni debe actuar con cautela: poner fin al acuerdo, que se renovará automáticamente en marzo de 2024, podría ser un duro golpe para el orgullo de China, quien vendió el memorando en 2019 como un hito político. Y es que, aunque en Europa se firmaron acuerdos con Hungría, Polonia, República Checa, Grecia y Portugal, Italia es la única nación del G7 que suscribió la colaboración. La industria nacional teme que, de no renovar el acuerdo, China tome represalias e impida la exportación de piezas clave para el sector italiano. Sin embargo, como con todo, hay quien ve este peligro como una oportunidad de desasirse de la dependencia de China en la industria italiana. 

La decisión de Italia sobre la renovación del acuerdo de la Nueva Ruta de la Seda entraña riesgos a nivel geopolítico para todo el mundo: una escalada, incluso aunque fuera únicamente a nivel comercial, podría desestabilizar los equilibrios entre China, la Unión Europea y la Alianza Atlántica en un momento crítico debido a la crisis de Ucrania. 

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