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el gay es condenado al silencio cuando el atacante grita 'Alá es grande'

Noruega y las contradicciones del sistema: ¿Agenda LGTBI o inmigración musulmana?

El cuerpo de una de las víctimas es transportado desde la escena del atentado en un club en Oslo. Reuters
El cuerpo de una de las víctimas es transportado desde la escena del atentado en un club en Oslo. Reuters

Un terrorista islamista ha matado a varias personas en un bar gay de Oslo. El atentado, como de costumbre, no abre telediarios ni enciende las alarmas del subvencionadísimo colectivo LGTBI, vanguardia del sistema, pero ya no en exclusiva, como vemos a diario con mayor claridad. El islam ha venido para quedarse por más contradicciones que plantee abanderar al mismo tiempo otras causas como el feminismo o lo gay. El plan es acabar con la civilización cristiana y para ello se usa esta pinza tan desigual como efectiva. 

Así, el sistema se permite el lujo de traernos de forma masiva a quienes ahorcan a los homosexuales en sus países al tiempo que mete con calzador el arcoíris en todas las instituciones del Estado. Luego están Ana Patricia Botín y otros gigantes del Ibex 35, que hacen de grafiteros del régimen en cajeros, gasolineras y grandes almacenes. 

Esta promoción y blindaje del movimiento LGTBI, sin embargo, se diluye cuando el yihadismo aparece en la ecuación. Entonces el lobby reacciona agachando la cabeza como vemos ahora. ¿Oslo, me dice? A pesar de todo, es probable que esta actitud no la puedan mantener mucho más tiempo. En algún momento surgirán voces de homosexuales -dentro o fuera del colectivo- hartos de ser utilizados como carne de cañón y rebaño oprimido, según convenga. El discurso oficial (revelar la nacionalidad o religión del asesino genera islamofobia y los fachas son muy malos) se agrieta ante la implacable crudeza de la realidad: el gay es condenado al silencio cuando el atacante grita “Alá es grande”.

Como ocurría con el obrero, el inmigrante o ahora con la mujer, el homosexual no importa lo más mínimo a quienes hacen de él una pegatina. Es otra cosa, es un concepto y no un hombre real con problemas cotidianos, nombres y apellidos. Se trata de una abstracción, un palanca revolucionaria con la que transformar la sociedad. De ahí que lo importante nunca sean los hechos (la verdad), sino imponer un relato (la verdad oficial). 

Valga el ejemplo recientísimo del bulo de Malasaña: el lobby madrileño se manifestó en la Puerta del Sol a sabiendas de que el caso que motivó la protesta (un joven denunció que ocho encapuchados le grabaron con un cuchillo en el culo la palabra “maricón”) era falso. El bulo no impidió que Cogam -como si todos ignorasen la verdad- declarase a los medios “nos están matando”. Y de eso se trata, de construir la realidad.

Claro que si el silencio arcoíris sobre Oslo es revelador, también lo es que los organizadores del orgullo en la capital noruega hayan cancelado las fiestas o que la policía haya elevado el nivel de amenaza terrorista de 3 (moderado) a 5 (extraordinario). Es decir, el poder político reconoce que no está garantizada la seguridad de sus ciudadanos y que -sin mencionar explícitamente el problema de raíz- hay algo en la sociedad que erosiona la libertad y la convivencia. Si leemos la prensa es imposible adivinar el qué. 

Estos pequeños problemas también los tenemos en España aunque todavía no seamos Saint Denis, Molenbeek o un suburbio de Estocolmo. La Cataluña del clan Pujol que llenó la región de mezquitas salafistas va, desde luego, por buen camino. El Observatorio contra la Homofobia ha denunciado esta semana que los ataques contra el colectivo LGTBI en la región han crecido un 34% el primer semestre de 2022 por culpa -agárrense a la silla- ¡del auge de la extrema derecha!

Si unos ocultan a los responsables y los casos aumentan es evidente que era necesario un chivo expiatorio. Nada de eso evitará, por supuesto, que Europa se precipite hacia un lugar incierto como vimos en la nochevieja de 2016 en Colonia. Entonces, un millón de refugiados sirios acababa de llegar a Alemania y su adaptación no fue, digamos, la soñada por Merkel. La entrada al año nuevo deparó casi un millar de denuncias por agresiones sexuales que la prensa y el Gobierno trataron de ocultar. Sin éxito. Lo sustancial del asunto, no obstante, era saber de qué parte se iban a poner quienes defienden al mismo tiempo fronteras abiertas y el feminismo. O sea, las mujeres agredidas o los inmigrantes agresores. La moneda, naturalmente, cayó del lado de los segundos, a los que se considera víctimas hagan lo que hagan. 

Por cierto, tras los hechos de Colonia la alcaldesa Henriette Reker pidió a las jóvenes alemanas que cuidaran su manera de vestir para no provocar a los refugiados. No es descartable, por tanto, que muy pronto el lobby dicte recomendaciones parecidas a los homosexuales.

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