«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Existe el infierno

Es una verdad de fe. Y hay personas, almas de momento, y ángeles, en él. 

Sería hacer a Dios mentiroso negar la existencia de lo que Él afirma repetidamente que existe. Y a la inteligencia absoluta necedad si hubiera creado algo tan inútil que pese a tantas advertencias como nos ha hecho estuviera vacío.

No sabemos, ni por aproximación, el número de los que allí están. ¿Muchísimos, muchos, bastantes…? Y sobre lo que es imposible saber me parece inútil especular. Existe, está habitado. Eso es lo cierto. ¿Por cuántos? Sólo lo sabe Dios. Pero todos deberíamos tener su existencia muy presente y procurar vivir de modo que, contando con la infinita misericordia de Dios, podamos librarnos de él.

Un sacerdote sevillano, a quien en alguna ocasión he traído al Blog, bien desde su página propia o de la reproducción de la misma en Infovaticana, acaba de publicar un artículo esclarecedor, en estos tiempos confusos, sobre ese lugar de llanto y crugir de dientes. 

Os recomiendo su lectura:

El Infierno en el lenguaje Progre y Modernista: se niega lo que se afirma

Y esa cuestión, la existencia del infierno, está muy unida a la que ayer planteaba sobre la comunión de los divorciados que se han vuelto a casar. 

Evidentemente no deseo a nadie el infierno. Y no pocos de esos divorciados que quieren comulgar tienen en su horizonte, y con no poca preocupación, la existencia del infierno. Porque hay pecado en sus vidas. Lo saben. Y les preocupa. Creo que ha quedado clarísimo, y si no ha quedado es que no me expliqué bien, que soy el primero en reconocer su pecado. ¿Puede en casos, y de momento pienso que en bastantes, aunque repito que en ello estoy a lo que diga la Iglesia, absolvérseles de ese pecado? ¿Y que el infierno se borre de su horizonte? Me gustaría que sí pero evidentemente eso no lo decido yo. 

El pecado, que existe, y el infierno, que también, se requieren el uno al otro. Aunque el juicio definitivo no sea el nuestro sino el de Dios. ¿Qué sabemos nosotros del peso de las cosas que Dios mide en sus altas balanzas de cristal? 

Ocultar pecado e infierno, como no pocos eclesiásticos han hecho, no resuelve nada. El sacerdote sevillano al que hoy os enlazo no es de esos. La ocultación de los que se llamaban Novísimos es causa importante, en mi opinión, de la actual crisis eclesial. Hay que volver a ellos. Ciertamente no a un Dios justiciero e implacable que está deseando condenarnos al infierno sino al Dios Padre que nos ama de tal modo que entregó a su Hijo a la muerte para el perdón de nuestros pecados. Pero de nuestros pecados reconocidos y arrepentidos. Esa es nuestra fe, esa es la fe de la Iglesia. 

 

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