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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Inauguración de la sacristía de la catedral de Toledo

Impresionante

Esta mañana se reabrió la sacristía de la catedral primada después de un tiempo cerrada por trabajos de remodelación. Hubo un acto previo, en la girola de la catedral, al que asistió numeroso público. En la presidencia el arzobispo primados, su obispo auxiliar, la presidenta de Castilla-La Mancha, el alcalde de Toledo, el deán de la catedral. 

Frío en el interior del templo y el acto académico cronometrado al milímetro. Hablaron todos los citados y algunos más y duró una hora exacta. Que sin embargo se hizo larga por srer pésima la megafonía. Donde yo estaba sentado no se entendía nada de lo que dijeron.

Después pasamos a ver la sacristía remodelada. Un canónigo amigo me llevó a determinado sitio, en la entrada de la sacristía y me dijo: ¿Que te parece? Entonces vi El Expolio, al final de la sala. Deslumbrante, apabullante. Después de la limpieza de que fue objeto. Y sólo me salió una palabra. Seguramente la menos indicada. Pero que dice todo de mi asombro. Aunque fuera un taco de lo más grosero.  Espontáneamente, sin pensarlo para nada exclamé: Jo…

La primera gran sala, una vez cruzado el umbral, está dedicada al Greco aunque haya algún otro cuadro de otros autores. El Apostolado, otras obras de maestro y sobre todo el Expolio. Sólo esa sala sería como para estar horas contemplándola. Antes era un amontonamiento de cuadros que aburría y distraía. Ahora me parece de una distribución perfecta, mezclada con tallas magníficas y otras obras escultóricas. Felicitación entusiasta a quien haya discurrido algo tan armónico, tan bello, tan impactante.

En otras salas hay también cuadros muy notables de pintores de fama universal y algunos de nombres menos sonores pero muy dignos de verse. Y, como en la primera sala, desapareció el abigarramiento, el horror al vacío, quedando un espacio en el que reina la belleza y la serenidad. Desapareció el amontonamiento de cuadros de antaño, la mezcla de pintura con ropajes litúrgicos y objetos del culto que daban impresión de almoneda.

Recomiendo a todos los que puedan que se acerquen a la catedral toledana y seguro que me lo agradecerán. Y a quien se le haya ocurrido el cambio del ayer al hoy mi felicitación más efusiva. Porque la transformación es verdaderamente espectacular. Varios canónigos no ocultaban su entusiasmo. Y al deán, que seguro fue pieza de la mayor importancia en el espléndido resultado, sólo le faltaba levitar. Y hasta es posible que en algún momento lo haya hecho.

Toledo siempre vale la pena. Y la catedral más. Pues ahora, todavía más.   

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