«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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El deterioro, la fragilidad y la dependencia de los países occidentales

El fracaso del estado de bienestar

El Capitolio de los Estados Unidos acordonado. Andy Feliciotti

Europa o Eurabia, como la denominó premonitoriamente hace más de dos décadas Oriana Fallaci, padece las consecuencias, hoy muy visibles, del estado de bienestar que impulsaron las administraciones socialistas. Esa política, idílica y equivocada, deterioró las economías de los países de la región, las volvió frágiles y dependientes mientras simultáneamente engordaba las deudas públicas y creaba problemas a largo plazo que en la actualidad se hacen indisimulables.

El paulatino envejecimiento de la población, la baja tasa europea de natalidad, el número insuficiente de trabajadores económicamente activos versus los sistemas de pensiones de los adultos hace insostenible el sistema. Mientras tanto, los burócratas de Bruselas, lejos de ir hacia la solución, caminan en el sentido contrario y pretenden acumular más y más poder supranacional en detrimento de la soberanía de los estados.

Los sindicatos tradicionales tampoco han sido nunca, ni en Europa ni en América, una usina de soluciones. Una reciente manifestación del sindicato español Solidaridad quiebra la monocromía de los reclamos gremiales y exige que la Unión Europea se concentre en el bien de los trabajadores, cometido que han abandonado por seguir fielmente la Agenda 2030. Las políticas de la burocracia europea perjudican a las clases medias, verdaderas impulsoras del progreso, el mismo daño que ocasiona la inmigración ilegal.  

La ola izquierdista, falazmente denominada progresismo, también viene inundando de a poco Iberoamérica de la mano de Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia, Cristina Kirchner en Argentina, Nicolás Maduro en Venezuela, Luis Ignacio Lula da Silva en Brasil, Pedro Castillo en Perú, Andrés Manuel López Obrador en México, Daniel Ortega en Nicaragua, Miguel Díaz Canel en Cuba y Luis Arce en Bolivia para nombrar los más representativos.

En América también hay una política que alienta expresamente el descuido de las fronteras, lo que desembocó en el movimiento irregular de personas y el escandaloso aumento del tráfico de estupefacientes. Este viraje de los últimos años significa un retroceso en el proceso de desarrollo de la región, en su necesidad de crecimiento económico y, sobre todo, en el aspecto ideológico. La izquierda no solo está arrasando con las tímidas reformas promercado llevadas adelante por las administraciones amigables con la libertad y la propiedad privada, sino que socaba los valores de la cultura occidental.

El embate, como en Europa, es simultáneo en todos los planos: el desprecio por el estado de derecho, la división de poderes y las instituciones que se materializa en empujones permanentes a la independencia judicial, prepotencia política hacia la oposición, interferencia del estado en la educación de los hijos, deformación del lenguaje y de la historia. Se avanza con la imposición de nuevas formas de comunicación, la moda de la cancelación y su consecuencia, la políticamente correcta «cultura» woke, que no es otra cosa que guiones utilizados para incluir agendas políticas en temas cotidianos como películas, literatura y hasta dibujos animados. Los temas predilectos y casi excluyentes de esta agenda son feminismo, ideología de género, activismo LGTB, campañas proaborto, derechos humanos y ecologismo.

El mix de los ingredientes mencionados es un fino trabajo que implica inducir y moldear la conducta social para obtener como resultado una población de autómatas amenazados por la corrección, impedidos de ejercer con libertad hasta el humor.

Volar en avión es demonizado porque prácticamente acaba con el planeta, se criminalizan los gestos de cortesía y se censuran y demonizan canciones o películas de hace tres y cuatro décadas y leyes de alquileres que barren con la noción de propiedad privada son los curiosos aportes de esta ideología perversa que ha desplazado al ser humano como eje de sus preocupaciones.

El apretón de manos que recibió Nicolás Maduro de Emmanuel Macron es una cruel legitimación de la tiranía impuesta sobre Venezuela que ignora a la enorme cantidad de víctimas del régimen; víctimas las que hambrean y viven en condiciones indignas dentro del territorio, víctimas los millones de exiliados y víctimas las familias destrozadas por la distancia impuesta entre los que se quedan y los que pueden alejarse. Ninguno de esos desgarradores testimonios estuvo presente en la amigable recepción brindada al jerarca venezolano por uno de los líderes de esta Europa 2030. Paradójicamente, Francia vive convulsionada por obra de centrales obreras y movimientos extremistas que siembran violencia mientras acumulan pérdidas millonarias que impactan en la calidad de vida de la población y que guardan estrecha simpatía con la ideología que está hundiendo a la América Hispana en la miseria.

La batalla contra los sistemas del hambre se hace cada día más necesaria. Ronald Reagan decía que el éxito del estado de bienestar debía medirse en función de cuántas personas abandonan los programas de asistencia social, no en función de cuántos se incorporan a ellos. Los índices económicos y demográficos europeos gritan que las políticas laxas empleadas durante las últimas décadas han sido equivocadas pues no fueron portadoras de prosperidad. Tienen que aceptarlo los burócratas de Bruselas y muchos políticos diseminados por Europa que aún insisten con la versión romántica de la globalización. Es preciso abandonar los intentos de disciplinar por medio de la extorsión que se aplican contra estados soberanos que, como Hungría, pretenden implementar políticas acordes con sus necesidades, no siempre del agrado de la cúpula supranacional.

La guerra que se libra en Ucrania es una demostración del error. La dependencia energética coloca a Europa en una posición de debilidad inaceptable. Es hora de admitir y remediar la situación; como en América, que también llegó el momento de revertir el camino de la pobreza y la ignorancia, abandonar el populismo y enfrentar los cambios profundos que la realidad reclama.

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