«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
CAMBIÓ PARA BIEN EL MUNDO

El gran regalo de Gorbachov

Mijaíl Gorbachov. Europa Press


Ha muerto Mijaíl Gorbachov y toda la prensa mundial ha ponderado a la persona y su obra. Nada puede haber más justo. No hay nadie, ni siquiera en el bando de los vencedores de la Guerra Fría, cuyas decisiones personales fueran más trascendentes en el gran cataclismo mundial que se produjo entre el festivo corte de los alambres de espino de la frontera entre Hungría y Austria en junio de 1989 y las dramáticas y convulsas jornadas de tanques y pronunciamientos de la desaparición de la URSS dos veranos después. Pocas veces en la historia un individuo ha tenido una intervención personal tan relevante en un cambio el mundo para bien.

La historia de los últimos treinta años de los países liberados del yugo comunista es clamorosamente positivo

Y digo para bien porque a nadie debiera caber duda de que la destrucción de la URSS y la liberación de toda Europa Central y oriental así como otros países fue un bien absoluto para la humanidad. Entre Tallin y Tarifa, entre Jarkov, Estambul y Finisterre, habrá pocos europeos que puedan tener hacia Gorbachov otro sentimiento que el de gratitud. Porque con todos sus problemas, tensiones e incluso dramas, la historia de los últimos treinta años de los países liberados del yugo comunista es clamorosamente positivo. Aunque en algunos de ellos las democracias arrastren todo tipo de lacras y perversiones de su calvario socialista y subdesarrollo previo, todos ellos sin excepción son países mejores hoy que cuando Gorbachov llegó al poder en 1985.

El inmenso regalo de Gorbachov a la humanidad, por mucho que fracasara en lograr una salida digna para su propia Rusia, fue permitir sin derramamiento de sangre la libertad de más de una decena de países

Y no pocos se han convertido en vanguardia de desarrollo económico y social, de civismo, de probidad e identidad, como son los bálticos, Hungría o Polonia, ese pionero que en 1979 en la visita de Juan Pablo II y después con la huelga de Gdansk en 1980 puso en marcha la cuenta atrás para la dictadura en Europa Central y Oriental. El inmenso regalo de Gorbachov a la humanidad, por mucho que fracasara en lograr una salida digna para su propia Rusia, fue permitir sin derramamiento de sangre la libertad de más de una decena de países. Integrados en la Unión Europea ellos han traído consigo lo que Europa occidental hace tiempo que olvidó y perdió: la certeza de que hay un bien y un mal que los individuos y las sociedades en Europa no pueden relativizar si no quieren destruirse como parte de la civilización de los tres faros, de Atenas, de Roma y de Jerusalén. Esa convicción fortalecida y omnipresente por su experiencia reciente de los calvarios nacionalsocialista y comunista hace a estos países el músculo moral de Occidente.

La Hispanidad es el tesoro que puede permitir a España jugar ese papel de puente y catalizador de los valores de la verdad y la libertad hacia toda la Iberosfera

Con una fuerza y firmeza que temen socialdemócratas globalistas, colectivistas y demás liberticidas, porque es la principal amenaza para sus planes de ingeniera social y desmantelamiento nacional y deconstrucción social con su vital e incondicional defensa de la nación, de los valores judeocristianos, de la libertad y la sacralidad de la persona. Para nosotros, es un regalo colosal que debe dotar a todo Occidente, América incluida, de las armas morales, culturales, políticas, para la reconquista de la libertad, también donde no ha sido el comunismo soviético, sino el narcocomunismo y el crimen organizado como en Iberoamérica, o la socialdemocracia y el mensaje «woke» como en Europa occidental o Norteamérica. La Hispanidad es el tesoro que puede permitir a España jugar ese papel de puente y catalizador de los valores de la verdad y la libertad hacia toda la Iberosfera.

A mí me regaló Mijaíl Gorbachov la mejor era que puede recordarse y hasta concebirse para el periodismo como relato de la realidad de trascendencia inmediata, de la historia en acción y pasión. Son miles las crónicas de la década milagrosa. El regalo no fue solo de él, pero sí sobre todo él y de ese trío que tuvo enfrente la URSS y que le hizo a él posible: Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II, los tres «deslegitimadores» del sistema criminal que es el comunismo. Ellos tres neutralizaron la que hoy sabemos tramposa y cómplice Ostpolitik de Alemania y apostaron por la libertad y la verdad, los dos enemigos mortales del socialismo y no por aquel «apaciguamiento del consenso» que pretendía que los sistemas convergieran.

Considero que los años ochenta del siglo XX en Europa oriental fueron para el periodismo político el momento mágico y paraíso profesional que probablemente solo se haya dado otra sola vez en la historia en los años que van de la Primera Guerra Mundial, el hundimiento de los imperios y la Revolución Bolchevique. El privilegio de presenciar los momentos más dramáticos del hundimiento de una tiranía y el advenimiento, la irrupción, de la libertad en las personas, y el fervor de la emancipación nacional de países tanto tiempo sometidos, marcó mi vida y sigue siendo fuente inagotable de inspiración, emoción y gratificación íntima.

La felicidad de los mártires fue realidad en Europa, yo estaba allí y Gorbachov lo hizo posible

Yo he visto perder a los peores. Y he sentido la felicidad de ver a las víctimas de los peores erigirse en vencedores y saber que entre ellos estaban los mejores, los que más aceptaron sufrir por mantener viva la llama de la esperanza y de la verdad. Los hombres y mujeres que asumieron ir presos por defender la verdad, ser torturados por preservar la memoria limpia, sufrir ellos en nombre de su nación esclavizada, para mantener la sagrada vigencia del mensaje de la integridad personal, la identidad nacional y el amor a la patria.

Da igual que después llegaran los oportunistas y los codiciosos y los «normales». La felicidad de los mártires fue realidad en Europa, yo estaba allí y Gorbachov lo hizo posible. Esta admirada gratitud no la eclipsa ninguno de sus fracasos, su debilidad y su impotencia posterior.

En casi todo el mundo han sido muy amables y agradecidos los obituarios salvo en su patria, Rusia, donde su nombre esta irremediablemente unido al naufragio, al fracaso, a la debilidad y la humillación. Es de justicia, lo uno como lo otro. Hizo posible una bendición para Europa, que fue devolver su libertad y su soberanía a todos los países que habían pasado como satélites sometidos más de cuarenta años. Pero también desencadenó la maldición sobre los rusos que comprobaron que siete décadas bajo la terrible disciplina de un régimen criminal habían impedido el desarrollo de unos códigos de conducta cívica que les permitieran una transición hacia una sociedad con libertad y responsabilidad individual y colectiva.

Por el contrario, se había desvanecido la mera memoria de la responsabilidad que emanaba de religiosidad, autoridad, civismo y patriotismo en la Rusia prerrevolucionaria. Enteramente suplantada por el miedo al Estado criminal y abusador durante siete décadas como único factor de contención, cuando bajo Gorbachov desaparece el miedo al Estado sobrevino el caos. El caos y el terror contra la población por parte del crimen ya no centralizado, sino fraccionando en miles de bandas bajo Boris Yeltsin, trajeron la añoranza del orden y protección del Estado, y llegó Vladimir Putin y puso orden, el suyo. Se endiosó el dinero y la fuerza, y los ricos se pusieron a las órdenes de Putin y todos a ganar dinero a espuertas. Ellos, los oligarcas y sus fuerzas acompañantes. Para todos los demás desapareció toda posibilidad del avance hacia una sociedad más veraz, más libre y más humana.

El fracaso de Rusia para emprender una nueva era se manifiesta trágicamente ahora más de 30 años después de que Gorbachov fracasara en su empeño de hacer funcionar la URSS por medio de inyecciones de probidad y verdad. Era imposible porque el sistema es criminal. Lo mismo le pasa al «nuevo» por mucho que lo disfrace con casullas de Popes ortodoxos a sueldo. Rusia lleva más de dos décadas en manos de un tirano que ha impuesto un orden que le beneficia a él, a su entorno, al colosal aparato de seguridad y control, y a quienes en la pirámide se sitúan en posiciones que les permiten sentirse privilegiados por modesto que el privilegio sea. Siempre en comparación con los que están más abajo. En medio de la fiebre del oro permanente de las clases pudientes. Y con un Estado garante de toda la arbitrariedad que requieren sus gobernantes para imponer el abuso y la total disuasión a la oposición o crítica.

Veinte años de Putin y el país vive de lo mismo que entonces, de sus materias primas, como los países del tercer mundo

Esa es la Rusia de Putin, cuya vida real cotidiana solo puede gustar fuera a propagandistas bien pagados y forofos muy engañados. Veinte años de Putin y el país vive de lo mismo que entonces, de sus materias primas, como los países del tercer mundo. Ni un avance significativo con repercusión, ni una patente, ni grandes empresas ni tecnología. Petróleo, gas, piedras y minerales. Como un país africano, pero con muchas armas nucleares. Con una sociedad resignada, enferma, depresiva y alcoholizada y nuevas generaciones de jóvenes que, aburridos de promesas, no creen ya en mejoras ni tras la muerte de Putin y buscan formas de irse a vivir lo más lejos posible.

Vienen tiempos peligrosos y tormentosos que se nos echan encima y el jardín de los privilegiados que son aún hoy las democracias occidentales están amenazadas por la jungla exterior y por la jungla que le crece dentro por falta de cuidados, por indolencia, molicie, codicia y cobardía. Pero cuando llegan tiempos en los que van a pasar tantísimas cosas, que nadie dude de que habrá cosas buenas. Desde la resistencia y la nobleza de espíritu en la dificultad hasta la eventualidad de que se vuelvan a ordenar los astros en una constelación que abra el camino a la verdad y la libertad, es decir, al bien.

TEMAS |
+ en
.
Fondo newsletter