«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La confirmación de que Trump es 'prisionero en la Casa Blanca'

Con el ‘ataque’ a Siria, Trump ha firmado la sentencia de muerte de su presidencia. 

No es lo que dicen los números: según encuestas de opinión llevadas a cabo inmediatamente después del ataque, la popularidad del presidente habría alcanzado su punto más alto desde que ocupa la Casa Blanca; una (exigua) mayoría de varones le respalda, por primera vez. 
Pero es este un efecto bien conocido que se da inmediatamente después de cualquier iniciativa bélica, casi siempre tan gratificante para el interesado como efímero. 
Sus apoyos de primera hora, la misma gente que hizo una labor ímproba en redes sociales durante las elecciones para movilizar el voto a su favor, le ha dado definitivamente la espalda, convencidos de que, después de esto, se puede estar seguro de que el voto no cambia nada. Expresado con amarga hipérbole en Twitter por un extrumpista: «Al final, después de todo, resulta que ganó Hillary». 
Lo primero que hay que preguntarse cuando uno oye o lee sobre un suceso en el plano geopolítico es siempre: ¿qué ha pasado DE VERDAD? Porque rara vez o nunca coincide con lo aparente. 
La versión oficial la conocemos de sobra, y la obviaré. Para la real, temo no tener otras fuentes fiables que el sentido común y el precedente. Pero el mítico periodista y Premio Pulitzer, Seymour Hersh, el hombre que destapó y publicó la masacre de My Lai durante la guerra de Vietnam, ofrecía el año pasado un cuadro fascinante para el diario alemán Die Welt, a partir de fuentes cercanas a la Presidencia, de los hechos del bombardeo anterior ordenador por Trump, y todo indica que nos hayamos ante una repetición de la misma historia. 
Cuenta Hersh que Trump -que se niega a leer nada, y exige informes orales y fotos- tardó escasos segundos en decidir el ataque, pese a que las propias agencias de inteligencia norteamericanas estaban al tanto del ataque sirio -informados por los propios rusos en un proceso de intercambio de inteligencia conocido como ‘deconflictación’- y tenían buenas razones para creer que los sirios habían usado armamento convencional, no químico. 
En aquella ocasión, se le ofrecieron a Trump cuatro opciones. El presidente era partidario de un ataque ‘total’ sobre todos los centros operativos del ejército sirio, pero el General Mattis, su ministro de Defensa y la cabeza más fría de su gabinete, logró convencerle para llevar a cabo lo que acabó siendo casi una ofensiva ‘para la galería’ coordinada con los rusos, algo que tranquilizara a los neoconservadores que acosan a Trump pero que no hiciera demasiado daño y, sobre todo, que no enfureciera innecesariamente a los rusos. 
En esta ocasión no solo se ha atacado con idéntica precipitación, sino coincidiendo con la llegada del equipo internacional de inspectores que debían investigar si se habían usado armas químicas prohibidas en el ataque sirio. Una, cuando menos, extraña coincidencia. 
La serie interminable de tuits del entonces empresario particular aconsejando a Obama una y otra vez que abandonara Siria, señalando que las tropas americanas le estaban haciendo el juego al ISIS, se suman a su programa de campaña para confirmar que el Trump por el que votaron los americanos ya no existe. 
Y esto podría no ser un problema tan grave si no fuera porque todo el ‘establishment’ lleva todo este tiempo tratando de echarle de la Casa Blanca por cualquier medio posible. Trump está en el punto de mira de demasiada gente, demasiado poderosa y en demasiadas partes. 
El indicio definitivo de su rendición al estamento neoconservador fue el nombramiento de John Bolton como director de Seguridad Nacional. Estados Unidos lleva desde hace veinte años planeando atacar Siria, y Bolton ha estado implicado en todos esos planes.  
Pero la historia puede complicarse mucho más. Los inspectores de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW) están ya en una Siria a la que, como decimos, no se le ha hecho mucho daño, y donde podrá completar su misión indagadora. 
Pero la OPCW tiene su origen en una convención firmada por una abrumadora mayoría de potencias, y si no encuentra rastro de sustancias químicas prohibidas en el edificio bombardeado por el ejército de Assad, entonces el ataque de Estados Unidos y sus aliados habrá sido un crimen según el derecho internacional. 
Paradójicamente, los mismos que han empujado a Trump a este giro de 180 grados en su política exterior podrían utilizar su precipitación para lanzar el ataque -en caso de que se juzgue ilegítimo- como una prueba de que el presidente es peligrosamente inestable y debe ser cesado, algo que puede reforzarse fácilmente con su sucesión de caóticos tuits, en los que alternaba una bravuconería infantil con erráticas acusaciones a Mueler y otros enemigos internos de ser los culpables de las malas relaciones con Rusia. 

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