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La cultura de la cancelación de la izquierda: una herramienta política de dominación y represión de la disidencia

Ilustración de censura. Fuente: Shutterstock

La censura, la inquisición, la caza de brujas y el ostracismo son sólo algunas de la forma de cancelación que demuestran que esta ha existido siempre. Sin embargo, la cultura de la cancelación —entendida esta como la anulación o la exclusión de alguien (que puede ser una persona, una entidad o una marca) que ha dicho o hecho algo que se considera inaceptable— es hoy un signo de identidad de la izquierda y lo viene siendo desde hace algo más de una década. Internet y las redes sociales han contribuido a su difusión y le han otorgado una dimensión internacional.

El movimiento, que hoy se ha trasladado al mundo de la cultura y recorre todo el globo, tuvo su origen —como muchas otras corrientes de izquierda— en Estados Unidos.

Una de las primeras referencias que se hicieron al verbo «cancelar» para referirse a la anulación de una persona apareció en la película de 1991 New Jack City, en la que Wesley Snipes interpretaba a un gángster llamado Nino Brown. En una escena, después de que su novia se derrumbara por toda la violencia que el protagonista estaba causando, él la deja diciendo: «Cancela a esa perra. Me compraré otra». Después de eso, el término «cancelación» recibió su primer gran impulso en un episodio del programa de telerrealidad Love and Hip-Hop: New York de VH1, en el que un miembro del elenco le decía a su pareja: «Estás cancelada«. A partir de entonces decenas de usuarios comenzaron a replicar la expresión en Twitter y, en concreto, Black Twitter —la red de usuarios negros y sus interacciones en la red social— comenzó a usarla como una reacción a alguien que está haciendo algo que se desaprueba. Con el tiempo, el término comenzó a evolucionar hacia una forma de responder no sólo a amigos o conocidos, sino también a celebridades o entidades cuyo comportamiento se consideraba ofensivo.

Y cancelar a alguien a menudo implicaba boicotearlo profesionalmente. Se había sembrado la semilla de lo que se convertiría en la cultura de la cancelación: la llamada a boicotear a alguien o algo cuyo comportamiento se percibe como incorrecto.

Por supuesto, la popularización de este movimiento está íntimamente relacionada con la idea de la creación de una «nueva cultura», un objetivo mucho más antiguo que el citado término y que se remonta a la teoría de Gramsci y la escuela de Frankfurt.

«La cultura de la cancelación es un virus social que saltó de los claustros universitarios a los medios y a la sociedad en general. El origen se puede trazar en ciertas ideas de Michael Foucault, que pueden resumirse, grosso modo, en que no hay ninguna verdad o realidad objetiva sobre la cual muchas personas pueden ponerse de acuerdo, sino que sólo existen diferentes discursos que funcionan como el marco de lo que se puede pensar y, en la práctica, funcionan como dispositivos de dominación», explica el escritor Gonzalo Garcés a Infobae.

Cancelar la cultura y la corrección política tienen mucho en común, ya que ambos se derivan de la hostilidad hacia ciertos puntos de vista. Y esta última también tiene su origen en el pensamiento marxista.

«El término «corrección política» se utilizó por primera vez a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando Vladimir Lenin comenzó su ascenso al poder», asegura el profesor Frank Ellis de la Universidad de Sheffield al Washington Examiner.

Las personas de puntos de vista políticos contrarios, incluso si sólo se desviaban ligeramente, eran entonces eliminadas. La historia debía ser reescrita y cuestionar la revolución en curso debía recibir una respuesta violenta.

El #MeToo y la demostración de poder de la cultura de la cancelación

El movimiento #MeToo fue la primera demostración de poder de la cultura de la cancelación. Bastaba un señalamiento anónimo para criminalizar a individuos, fuesen culpables o no. La corriente, que en un primer momento quiso denunciar los casos de abusos sexuales en Hollywood, se convirtió en una máquina de creación de «listas negras» de celebridades.

El #MeToo consiguió hacer caer a 201 hombres por agresión sexual y acoso, y no todos los habían cometido. El caso más famoso es el del senador Al Franken, al que se acusó de manosear a nueve mujeres. Negó la mayoría de las acusaciones y varios artículos posteriores descubrieron imprecisiones en la acusación. Ya era tarde, Franken se había visto obligado a dejar su escaño en el Senado.

Lo mismo ocurrió poco después con el movimiento #BlackLivesMatters, al que se le atribuye una de las oleadas más recientes de «cancelaciones», como la dimisión del jefe de opinión de The New York Times tras su decisión de publicar la tribuna de un senador conservador que emplazaba al Ejército a reprimir las protestas.

La censura se ha trasladado desde entonces a todas partes: a las bibliotecas escolares, la televisión, el mundo de la política, las empresas privadas y a la cultura, en general.

La cancelación sufrida por la autora de Harry Potter, J. K. Rowling, tras mostrar su apoyo a las feministas que se oponen a la teoría queer, o la sufrida por la filósofa Amelia Valcárcel, cuyos libros fueron quemados por el mismo motivo en 2022 en la Universidad Complutense de Madrid, son sólo algunos ejemplos.

El caso español

La historia también es uno de los principales objetivos de esa cultura de la cancelación. En el caso español, la izquierda busca imponer una nueva realidad a través de la destrucción del pasado: véase la promoción de la «leyenda negra», los múltiples derribos de estatuas de Cristóbal Colón al otro lado del Atlántico, o la aprobación y mantenimiento de la ley de memoria democrática.

Esa cancelación también se ha trasladado al lenguaje tras la aparición de términos difundidos por la cultura woke que desde Estados Unidos también se han implantado en Europa, y en España. En la actualidad, la izquierda critica o persigue a quien no utilice «géneros neutros» o a quien defienda realidades científicas como que una mujer es alguien que tiene ovarios y útero.

En el ámbito político, la izquierda cancela a todo aquel que se salga de lo establecido como «políticamente correcto», a quien se muestre diametralmente en contra del separatismo y también a quien muestre cercanía al partido político VOX.

Los fines políticos de la cultura de la cancelación

La cancelación es a menudo justificada por quienes la ejercen como una herramienta para responsabilizar a los «incorrectos». La cultura de la cancelación, unida al movimiento woke, busca establecer una «verdad única», la de quienes se erigen en «víctimas».

Sin embargo, la realidad es que la cultura de la cancelación se ha utilizado como una herramienta política de dominación y represión de la disidencia. 

Además de la mencionada dimisión del director de opinión de The New York Times después de las protestas del BLM, otro de los movimientos que actuó como política de dominación fue el surgido tras la muerte de George Floyd.

Los editores de Variety y Bon Appétit fueron expulsados de sus cargos después de escribir sendos mea culpa de «privilegio blanco» que, para quienes lideraban las protestas contra la actuación policial, resultaron «poco convincentes».

Esta ola de cancelaciones también ha provocado una reacción crítica que, en EE.UU. se materializó en forma de carta: 150 personalidades del mundo de la cultura, entre las que destacaban autores como J.K. Rowling, Margaret Atwood, Salman Rushdie o Noam Chomsky, firmaron una misiva contra la censura.

Y lo mismo ocurrió en España; un grupo diverso de científicos, académicos, escritores y periodistas españoles lanzaron una carta de apoyo y en protesta contra la censura a este y al otro lado del charco.

«Manifestamos asimismo nuestra preocupación por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente. Desafortunadamente, en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que consideramos inaceptables», denunciaron.

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