«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
HAMÁS GANÓ LAS ELECCIONES LEGISLATIVAS EN 2007 Y DIO UN GOLPE DE ESTADO A LA AUTORIDAD PALESTINA

Odian a Israel, odian a Occidente

Bandera israelí pisada por simpatizantes de Hamás. Europa Press.
Bandera israelí pisada por simpatizantes de Hamás. Europa Press.

El 7 de octubre pasado Israel fue invadida por terroristas de Hamás, el éxito de esta invasión fue tal que se convirtió en el mayor ataque en masa a civiles judíos desde el Holocausto. La evolución de las comunicaciones respecto a la velocidad, calidad y cantidad de información, hizo que el mundo entero pudiera ver en simultáneo como se perpetraron indecibles crímenes. Este nivel de ferocidad nunca se había visto en Hamas, que ni siquiera figura en la lista de organizaciones terroristas de la mayoría de los países, pero filosóficamente es lo que Hamás ha expresado abiertamente desde su origen. Se basa en una corriente de antisemitismo islámico muy anterior a su existencia, que surgió a principios del siglo XX y que alimentó la invasión árabe al recién constituido Estado de Israel en 1948. La base ideológica y filosófica que mueve a sus miembros se halla en la emponzoñada combinación de nazismo e islamismo del período de entreguerras.

La Hermandad Musulmana se estableció en Egipto a fines de la década de 1920 para luchar contra el mandato británico, contra la influencia de la cultura occidental especialmente en lo relacionado al estatus de las mujeres e implementar la sharia. La fundó un joven musulmán llamado Hassan al-Banna, que admiraba a Adolf Hitler y se identificaba con su odio hacia los judíos, tanto que le escribía persistentemente para expresar su admiración y deseo de colaboración con el partido Nazi. Hassan Banna recorrió los países islámicos dando conferencias de las qué participó el Mufti de Jerusalén, Hajj Amin Husseini. La doctrina de la Hermandad Musulmana obligaba a emprender la yihad y cuando Hitler llegó al poder, los Nazis apoyaron a al-Banna para hacer crecer la Hermandad Musulmana como sus aliados en Oriente Medio.

A medida que crecía la Hermandad Musulmana aumentaba su violencia política, en 1948, asesinaron al primer ministro egipcio, Mahmud Fahmi al-Nuqrashi y esto, sumado a otros dos intentos de asesinar al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, llevó a muchos de sus dirigentes a la cárcel, mientras que otros huyeron y se establecieron en otras naciones árabes y también Europa y EE.UU. En 1987, la Hermandad Musulmana creó a Hamas que revivió aquel odio de raíces nazi-islámicas argumentando que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), su constituyente político Fatah (miembro de la Internacional Socialista) y los Estados árabes no habían acabado con Israel ni en 1967 ni en 1973 y para peor se habían allanado a firmar acuerdos enterrando la esperanza de lanzar a los judíos al mar que era la única solución que Hamás aceptaba y, por lo tanto, se dedicaron a boicotear desde entonces cualquier acuerdo.

Hamás no reconoce el derecho de Israel a existir y se ha pronunciado a favor de expulsar a todos los infieles de la región. Durante años mantuvieron una relación tensa con su rival Fatah, pero poco después de que Israel se retirara de Gaza en 2005, Hamás ganó las elecciones legislativas y en 2007 dio un golpe de Estado a la Autoridad Palestina, inició una cruenta guerra fratricida y tomó el control de la Franja de Gaza. Desde entonces gobierna tiránicamente, siendo una de las dictaduras más opresoras del mundo. El nivel de vida de los habitantes de Gaza se volvió paupérrimo ya que Hamas destina todos sus recursos a combatir a Israel. Desde que la organización usurpó el poder en 2007, casi medio millón de personas han emigrado. Hamás, según su carta orgánica, considera que el odio a los judíos es un deber y una virtud, esta particularidad le permite unificar dogma y política en su accionar. Existen múltiples compilaciones de la forma en la que el mandato originario se predica y difunde. Hamás ni siquiera disimula esta prédica porque hacerlo sería considerado una falta religiosa grave.

La finalidad de Hamás es la desaparición del infiel «Desde el río hasta el mar«, eslogan que clama por un Estado palestino que se extienda desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo lo que implica el desmantelamiento del Estado judío. Se trata de un objetivo absoluto, irreconciliable con cualquier tipo de acuerdo político o de convivencia. Difiere en parte del mito legitimador de Yasser Arafat, de estrecha relación con la Unión Soviética que, en su discurso de 1974 ante la Asamblea General de la ONU, sostenía que su lucha era contra el «imperialismo, el colonialismo, el neocolonialismo». La influencia de la narrativa de la URSS en la OLP es similar a la que ejercía en otras organizaciones terroristas tercermundistas y de hecho abundan las imágenes de camaradería entre líderes guerrilleros setentistas de todo el mundo. La comunión de objetivos de la izquierda internacional con la “causa palestina” deriva de esta vertiente política, pero su influencia desde la “gestión” de Hamás está en franca decadencia.

Paradójicamente, persiste la insistencia obtusa de la progresía occidental de querer ver en el accionar de Hamas una rebeldía contra el heteropatriarcado capitalista opresor. Esta visión demanda una voluntad de hierro en esconder la cabeza como el avestruz, o en meterla en la boca del león. O ambas cosas a la vez. Quienes creen que la existencia del Estado de Israel impide que se desarrolle una “Palestina libre, democrática, laica y feminista” ostentan una soberbia de orden galáctico además de una profunda pulsión colonialista de imposición de los propios valores. Y un desmesurado uso del derecho a la estupidez, por cierto. La «solución de dos Estados» ha sido sistemáticamente rechazada por las élites palestinas desde el mismo momento en que la planteó la ONU en 1947 y en sucesivos ofrecimientos, destacándose el más generoso presentado por el ex primer ministro de Israel Ehud Olmert en 2008. Visto desde la perspectiva maximalista de Hamas esto tiene sentido, pero resulta sorprendente que gran parte de Occidente haya inventado una realidad paralela, intentando explicar el terrorismo palestino como un mecanismo de lucha anticolonial o anticapitalista. Odian a occidente por infiel, no por capitalista. La retórica socialista el mundo árabe la abandonó hace tiempo.

Pero aun dentro de esa cosmogonía, Israel mismo es un Estado poscolonial que luchó contra el imperio británico y que se constituyó con quienes habitaban miserablemente la región al igual que el resto de las naciones, demarcadas y fundadas, en la misma época como Jordania, Siria o Líbano. Sus habitantes sufrieron los mismos desplazamientos que el resto de la población y su composición étnica es similar a la de sus países vecinos. La diferencia es que son judíos y que se trata de una sociedad tan occidentalizada que resulta ser la única democracia liberal de la región, vale decir, la única en la que el concepto de derechos humanos tiene cabida. Sin embargo, es justamente desde Occidente donde surge una condena sistemática a Israel, condena que termina justificando todos los ataques a un país diminuto que no ha cesado de defenderse del acoso de todos sus vecinos desde el primer día de su fundación. Y para mayor abundamiento, esa condena no se ha modificado ni por el color del gobierno de turno, ni por las diferentes estrategias para afrontar el conflicto constante.

Mientras la masacre del 7 de octubre se perpetraba, las hordas de justificadores del terrorismo palestino comenzaban una batalla comunicacional preventiva que les permitiera mantener su dogma victimizante. Esta batalla no se libraba en el mundo real, donde miles de personas morían de las formas más horrendas en suelo israelí. La batalla de los justicieros sociales tenía lugar en los medios y en las redes, intentando socavar los argumentos a favor del derecho a la defensa del Estado judío. Es el “ah, pero” con el que se busca instalar que los israelíes tienen la culpa de su propia carnicería. Se culpa a Israel de «genocidio», a pesar de que la población palestina se ha quintuplicado desde el nacimiento de Israel. De «invasión», a pesar de que el pueblo judío lleva allí más tiempo que ninguna otra comunidad étnica o religiosa del mundo. De «limpieza racial», cuando fue la comunidad judía la que fue barrida de todos los países musulmanes. De «apartheid», cuando la sociedad israelí es, en la zona, la única diversa, multirreligiosa y la que brinda trabajo a decenas de miles de palestinos.

Ningún país de la región ha padecido tantos atentados de palestinos como Israel y ningún país de la región (todos totalitarios, degradantes para la condición femenina, atroces con los homosexuales, incapaces de cualquier tipo de tolerancia) ha sido tan sancionado y señalado como Israel. Eso se llama Israelfobia: un desprecio socialmente aceptado porque desagrega a los habitantes de la existencia misma del país, atacando su origen, fundación y soberanía. Este desprecio existe en miembros de la ONU y de la UE, existe en universidades y en escuelas, en partidos políticos, en espacios culturales y artísticos. Existe en las marchas que se organizan en todo el mundo cada vez que Israel se defiende de una lluvia de cohetes. 

La Israelfobia forma parte de un conjunto de “luxury beliefs”, tan frívolos y falsarios como cualquier otro postureo o creencia progre sobre la esclavitud, el género, la ecología o la colonización, que asumen como insignia de señalamiento moral, marca de virtuosismo woke. La misma reescritura de la historia, el mismo ocultamiento de los datos, el mismo mecanismo de gerenciamiento de colectivos victimizados, el mismo relativismo moral. Resulta curioso que quienes son capaces de ver la larga mano de la narrativa izquierdista en la “leyenda negra de la conquista” o en las agendas calentológicas o de género, no vean detrás de la Israelfobia a los mismos actores y la misma metodología en el relato que plantean al unísono, sin una sola fisura, tanto en Argentina, España, Francia, Escocia, Colombia, México, etc.

Es muy difícil entender la actitud de complacencia occidental con quienes claman por la destrucción de occidente, pero no sorprende. Una cultura que se niega a defender su propia supervivencia y que es feroz criticando a otros cuando estos se protegen, es una cultura decadente. ¿Preferirían, acaso, que los israelíes abandonaran su país y así terminar con este molesto conflicto? ¿O que depusieran las armas y esperaran indefensos los apuñalamientos, las bombas y los cohetes? ¿O que forzaran simetría en una guerra asimétrica, para calmar las conciencias de quienes a miles de kilómetros no han corrido jamás a un refugio ni han vivido asediados?

El asesinato en masa del 7 de octubre es una muestra más de la forma en que Hamas comprende esta guerra y sólo prestando atención a lo que los líderes religiosos y políticos vienen diciendo durante años se puede entender la matanza que perpetraron en el último ataque. Hamas no es lo que la izquierda, los intelectuales de la rancia estirpe sesentayochista, los periodistas del mainstream progresista y los superficiales prendevelas del mundo quieren que sea. Hamas es lo que dice su carta orgánica, lo que dicen sus clérigos y lo que hicieron sus comandos. Por más fuerza que haga occidente para “interpretarlos”, la verdad es simple y está al alcance de la mano.

El 7 de octubre ocurrió algo más. Un incomprensible fallo en la protección de las fronteras permitió, durante horas, que los terroristas camparan a sus anchas sin presencia militar, control o represión; tal como le gustaría a la progresía bienpensante que fuera siempre. Esta oportunidad impensada les permitió a los terroristas hacer el más cruento de los daños, mostrar una faceta de Hamas que el mundo no había visto. Fue como si, al ver que no tenían contraparte, hubieran dejado volar sus reales instintos y cometieron los actos más inhumanos. El grado de goce que mostraron ante el dolor ajeno, que quedó profusamente filmado por los propios chacales en una orgía de autocelebración, expuso hasta qué punto la organización se ha convertido en una amenaza contra la especie humana.

Dispararon a mansalva a las personas en las paradas de buses, adentro de sus autos, en los cuartos de los niños. Prendieron fuego, mientras estaban vivas, a familias enteras, se ensañaron con los ancianos y degollaron bebés. Además de las torturas, violaciones y fusilamientos, tuvieron tiempo de discriminar a las víctimas por nacionalidad, sexo y religión para aplicar su saña dependiendo de las características de la presa. Han usado los celulares de los secuestrados para transmitir en directo a los familiares sus propias ejecuciones. No era guerra, era goce psicópata masivo. Esta capacidad industrial de daño es lo que hay que tomar de referencia.

Lo que ocurrió el sábado no fue el habitual intercambio de cohetes. Los hechos muestran cómo es el terrorismo cuando se siente empoderado, libre, cuando no teme al enemigo, cuando se sabe poderoso. La crueldad de esta última operación demuestra que el odio ha trastornado irremediablemente sus mentes. Todos los análisis políticos, geopolíticos, culturales y económicos son muy útiles para explicar la coyuntura, pero es fundamental, para comprender esta pulsión asesina, ser conscientes de los objetivos eliminacioncitas, a largo plazo, del terrorismo islamita.

Ya no debe considerarse como una lejana amenaza a la paz y la estabilidad regional. Lo que pasó el sábado fue como soltar a ISIS en un jardín de infantes. En paralelo aparecen manifestaciones en apoyo a las acciones de los terroristas en el corazón de occidente. Son los niños de los países que toleran estas manifestaciones los que están siendo torturados en algún sótano en Gaza. Y aun así se los justifica. Hemos estado durante mucho tiempo bajo las garras de la complacencia, pensando que el conflicto era una simple disputa territorial, sin entender que Hamás, ISIS o cualquier otra marca de la misma ideología nos detesta a todos y que Israel es sólo un eslabón más.

Si Israel flaquea, el terrorismo desenfrenado avanzará a sus anchas como avanzaron los invasores este sábado, pero en el resto del mundo. Por eso, acabar con Hamás sería una bendición para la humanidad, incluyendo a los palestinos que viven bajo su yugo en ese santuario terrorista. El apoyo a Israel puede ser fuerte y ayudar a que la tarea sea exitosa, o puede menguar bajo la presión del wokismo internacional y que el trabajo quede, de nuevo, a mitad de camino, como pasó en los últimos años. De lo que podemos estar seguros es que, aunque hagamos como el avestruz, el odio a occidente va a permanecer ahí, inmóvil y agazapado.

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